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Si vas a emprender, inspírate en el fracaso.

Diría que una de las diferencias existentes entre las personas que siempre luchan por superar los obstáculos y las que se rinden al primer tropiezo, es que las primeras suelen creer en sí mismas y son conscientes de su propio potencial, mientras que las otras, ante las mismas dificultades, tienden a ser conscientes únicamente de sus circunstancias y a dejarse abandonar a ellas.


¿En qué grupo consideras que estás tú, en el del potencial o en el de las circunstancias?. Si estás pensando en emprender algo y crees verte más bien en el segundo grupo, déjame que comparta contigo algunas reflexiones sobre a qué te vas a enfrentar; al fin y al cabo las he sacado de mis propias experiencias y tengo la espalda metafóricamente llena de cicatrices por haber hecho durante mucho tiempo exactamente lo contrario a lo que ahora predico.

De entrada, debes saber que un emprendedor se define por su habilidad para identificar oportunidades, crear proyectos y llevarlos a cabo (o al menos intentarlo). No todo el mundo es emprendedor ni tienen por qué, faltaría más. Los emprendedores son personas con determinadas capacidades que llevan incorporadas de serie o que adquieren con preparación, pero sobre todo cuentan con una actitud que les empuja a desarrollar ideas para responder a necesidades concretas; es como un gusanillo cansino que tienen en el estómago y que no les deja en paz.


Pero además, lo que caracteriza al emprendedor es su determinación y carácter frente al desafío, el riesgo y la incertidumbre. Y es que un emprendedor de verdad no le tiene miedo a la incertidumbre, o al menos la sabe controlar muy bien. Incluso disfruta por el mero hecho de emprender algo; y si fracasa, pues fracasa… Con el panorama actual, todo un valiente, sin duda alguna…


Precisamente es en el fracaso donde el verdadero emprendedor demuestra su actitud y las razones que lo definen como tal. Él tiene claro que hasta de ello se obtiene un cierto beneficio, en forma de conocimiento y experiencia, que podrá aplicar después para estar más cerca del éxito que busca. Por eso, después de caer a plomo contra el suelo, se levanta, se limpia un poco la sangre de la nariz y lo vuelve a intentar, el muy cabezota…


Decía Churchill que el éxito es la capacidad de ir de un fracaso a otro sin perder el entusiasmo; una gran verdad; todo mi reconocimiento a esa figura histórica. Pero además del entusiasmo, es de los errores y las decepciones de donde se endurece el músculo que nos permite fortalecernos, mejorar y poder avanzar. Sin duda, un emprendedor de verdad entiende estas reglas como lo que son: “píldoras de conocimiento imprescindibles para su propio desarrollo y crecimiento”.


Y no…, no hay aprendizaje sin errores, como no hay éxitos sin fracasos. Nada de excusas y de buscar culpables ante ellos, porque el sentirse un fracasado no es algo que te hayan transmitido o impuesto; el fracaso ni se transmite como un virus ni se impone como un castigo divino; es solo una percepción que depende únicamente de ti y solo de ti.


Pero cuidado…, más allá del motivo que tengas para emprender tu proyecto, plantearte un reto o de cualquier otra razón que te impulse a dar un paso al frente a pecho descubierto, lo que te debe empujar por encima de todo a hacerlo es la ilusión, porque es una de las pocas cosas capaces de hacerte reaccionar ante la incertidumbre y los obstáculos. Bueno…, eso y la desesperación…, pero esto último no es aconsejable. De hecho, tengamos clara una cosa; la decisión de crear un negocio o de iniciar un proyecto personal no puede ser la única razón de emprender. Si eso fuese así, puede que en realidad la decisión de hacerlo solo signifique una huida hacia adelante que viene provocada por motivos muy distintos al supuesto deseo de querer hacerlo. En estas cuestiones uno tiene que ser muy honesto consigo mismo.


Lo importante para emprender algo es, además de la idea, el tener suficiente motivación para ello. Puedes tener esa idea o una razón o necesidad poderosa para hacerlo, pero el combustible capaz de generar esa motivación siempre será, justamente, esa ilusión de hacer algo que merezca la pena.

“El único verdadero fracaso es aquel del que no hemos aprendido nada”.
Henry Ford

Otra cosa más…, si pese a dudas y miedos te vas a lanzar a la aventura de no conformarte con lo que eres y con donde estás, de construir un proyecto o de tratar de alcanzar un sueño, es importante que revises y te replantees el significado que tiene para ti el éxito y el fracaso, ya que el uno no existe sin el otro, sino que se complementan. Hasta que no aceptes esto, no estarás realmente preparado para afrontar lo obstáculos que debe superar cualquier emprendedor y con los que, sin duda alguna, te vas a encontrar de frente.


Pero no te desanimes por eso…, en cierto modo un recorrido que presente pequeños o grandes obstáculos y errores que vamos corrigiendo puede ser incluso más beneficioso que uno libre de ellos. Con los errores se aprende y se progresa, sin los errores no. Tener errores es inevitable y en cierta medida necesario, lo que verdaderamente importa es la experiencia que obtengamos de ellos. El fracaso real se produce cuando no obtenemos ningún aprendizaje y además, nos damos por vencidos.


Por ir acabando, por aquello de insistir…; lo que permite a cualquier persona alcanzar el éxito en el reto que se plantee, tenga o no tenga aptitudes para ello, es su capacidad de superar adversidades y reponerse ante las caídas, de ser perseverante, luchador y capaz de no perder la confianza en sí mismo.
Si no tienes ese espíritu luchador, tendrás que buscar la manera de desarrollarlo. Y si no eres capaz de hacerlo, mejor no emprendas y sigue remando.

Miguel Ángel Beltrán

El reto de diferenciarse en el nuevo entorno competitivo

Toda empresa se desarrolla fundamentalmente a través de la generación de valor o beneficio. Nuestra actividad profesional se orienta por lo tanto a contribuir a que eso pase. Lo hacemos desde dentro y de forma directa cuando, a través de nuestra experiencia, toma de decisiones, aportación individual y/o colectiva, conseguimos mejorar determinados procesos de su funcionamiento de forma que nos permita obtener un beneficio de ello, ya sea reduciendo las mermas o el consumo energético, mejorando la gestión de la información, el control de costes, etc.

Pero desde fuera, esa generación de valor y beneficio la obtenemos para nuestro negocio de forma indirecta, ya que nos viene dado por el cliente a partir de la relación y experiencia de negocio que él tiene con nosotros; obviamente a través de sus decisiones de compra, pero también de su valoración, requerimientos y consejos, los cuales nos permiten ir mejorando nuestras propuestas y con ello, la propia relación que mantenemos con él.

Estos conceptos tan básicos sobre cómo diferenciar a nuestras empresas no siempre se tienen en cuenta con la suficiente importancia cuando se diseñan los planes estratégicos y de acción que toda empresa necesita y que establecen de qué modo se van a proyectar hacia sus clientes objetivo y a conectar con ellos, fundamentalmente por que hay una cierta tendencia a enfocarlos en base a la percepción que tenemos de nosotros mismos, de nuestro producto o de nuestro servicio y no tanto en la percepción real que el cliente tendrá de todo ello en base a sus prioridades y necesidades reales.

¿Que empresa no potencia (o a veces exagera) la valoración positiva sobre si misma a lo largo de su organización y frente a sus clientes?. Eso es algo perfectamente normal en las reglas de negocio, pero el problema es que, si nos pasamos de frenada, se contribuye al riesgo de transmitir una imagen de nosotros mismos poco realista que se reflejará después en el modo en el que conectemos con el cliente, con lo que podríamos acabar dando la sensación de que no pensamos en sus necesidades sino únicamente en las nuestras.

Esa conexión entre PROVEEDOR y CLIENTE ha tenido tradicionalmente un carácter TRANSACCIONAL. La prioridad es cerrar el acuerdo de venta sobre un producto o servicio que supuestamente el cliente precisa, poniendo el foco en sus características, prestaciones y ventajas, con una visión comercial a corto plazo. Ese tipo de relación entre proveedor y cliente, al menos en nuestro sector, creo que toca a su fin.

El cliente tiende a valorarnos cada vez menos por lo que decimos de nosotros mismos, de nuestro producto o servicio (si es que lo ha hecho alguna vez de forma clara). Tampoco le interesa tanto lo que prometemos o demostramos que somos capaces de hacer con todo ello cuando tratamos de diferenciarnos ante él de nuestra competencia. La situación ha cambiado y se ha vuelto mucho más pragmática; ahora el cliente tiende a valorarnos únicamente por la percepción que él tenga, no ya de nuestra empresa, producto, servicio o precio, sino del BENEFICIO que obtenga de su EXPERIENCIA en la relación de negocio con nosotros. Por lo que esto no va ya de una simple relación comercial, sino de convertirnos en colaboradores activos y de confianza, comprometidos en ayudarle a alcanzar su misión a través de nuestra aportación de valor en ello. Esa conexión transaccional se transforma en RELACIONAL, un concepto comercial que se apoya en la comunicación bidireccional y transversal, donde la experiencia está basada en la colaboración, la satisfacción del cliente y su fidelización, pero en este caso con una visión de negocio a largo plazo.

Por lo tanto, en este nuevo entorno competitivo, nuestro plan estratégico y el modo de proyectarnos como empresa hacia el cliente debe desarrollarse sobre la construcción de una relación enfocada en la generación de VALOR y BENEFICIO. Y es justo aquí donde nos enfrentamos a nuestro nuevo gran reto, el cual nos va a requerir cambiar el modo de actuar y de interactuar con él. En la medida que seamos capaces de adaptarnos a ese escenario, conseguiremos (o no) diferenciarnos en nuestro mercado objetivo.

Los que estamos en el ámbito de marketing y ventas solemos mantener la actividad profesional en bastante movimiento; se viaja mucho y se está en contacto directo con los clientes, lo cual te permite estar al corriente de la evolución del mercado. Es habitual que en esos encuentros se hable de su situación y es también habitual que aparezca la tradicional lamentación sobre la evolución de los precios; siempre muy bajos cuando vendes y muy altos cuando compras. O la típica lamentación sobre la competencia, tan dada a ir tirando los precios y destrozar el mercado. Aunque después, te sueles encontrar con los mismos comentarios y lamentaciones por parte de su competidor.

En realidad, no hay ningún culpable claro de esta situación y sólo es el reflejo de este nuevo entorno en el que estamos. En este sentido, una de las principales causas de la situación es un escenario de PARIDAD en la oferta que se está haciendo cada vez más evidente en muchos sectores, sobre todo en los ámbitos en los que la evolución tecnológica tiene un mayor impacto, como es el caso del sector gráfico o del packaging. Lo que quiero significar con ello es que en la actualidad existe una igualdad creciente de la oferta de productos y servicios frente a las necesidades en términos de características, calidad, servicio y precio, de tal forma que del 100% del total de demanda de un determinado producto o servicio que pueda haber a cualquier nivel de exigencia, posiblemente más el 75% podría ser atendida sin problemas por más del 90% de las empresas que compiten por ella y garantizando sobradamente los requisitos exigidos por el cliente en todos los aspectos comentados. Este es el efecto que está teniendo la innovación tecnológica en todos los segmentos.

Y ante esto, ¿cómo te diferencias de tu competencia, si todos garantizan sobradamente el cumplir con las exigencias necesarias?. Muchas acaban por sucumbir al sacrificio de sus márgenes y a poner en riesgo su futuro bajando sus precios. El problema es que, cuando eso sucede y somos incapaces de construir una relación que nuestro cliente valore de forma suficientemente positiva como para preferirnos a nosotros frente a otros, tendemos a “compensar” esa incapacidad con PRECIO, con lo que también estamos reconociéndola implícitamente. Es sobradamente sabido que esta es siempre una mala salida, ya que cuando la relación con tu cliente se construye sobre la única base del precio, acabas siendo solo precio para él, por lo que tarde o temprano aparecerá un competidor con uno más bajo que el tuyo y tú quedarás igualmente fuera.

Ante esa situación todos sabemos que no hay fórmulas mágicas…, lo único claro es que deberemos trabajar en conseguir que nuestro cliente tenga más razones para que nos elija a nosotros como la mejor alternativa; esa que le aporta más beneficio que las otras. Y esas razones van a requerir URGENTEMENTE de un cambio importante de trayectoria por nuestra parte. Debemos convertirnos en un colaborador valioso para nuestro cliente, maximizando el beneficio que percibe de la relación común, más allá de ser baratos para él. Y debemos hacerlo cuanto antes, ya que esto posiblemente va a empeorar.

La situación que se nos echa encima viene a ser como aquella escena tan crítica de la película TITANIC; cuando aquellos vigías vieron que el barco se dirigía a toda máquina hacia el iceberg, dieron la voz de alarma e inmediatamente el capitán ordenó el golpe de timón, pero aún practicado todo ese protocolo de forma precisa y rápida, el barco continuó su trayectoria durante un tiempo por su propia inercia, tardó demasiado en cambiar de rumbo y chocó. El final trágico de aquello es bien conocido y sirve de metáfora sobre nuestro horizonte actual, en el que nuestras empresas podrían encontrarse en rumbo de colisión con una realidad que podría dejarnos fuera de la capacidad de ser competitivos e incluso de sobrevivir, por lo que debemos actuar de inmediato antes de que cualquier maniobra llegue ya demasiado tarde.

La primera reflexión ante ello sería al respecto de cómo creemos que nos estamos preparando para ese nuevo escenario en el que irremediablemente vamos a estar. ¿Cómo nos estamos proyectando hacia nuestro cliente objetivo?. ¿Qué plan estratégico y de acción estamos desarrollando para diferenciarnos y ser más competitivos ante un panorama cada vez más complejo y exigente?.

Las adaptaciones de las propuestas de valor seguirán apoyándose sobre los ejes de CALIDAD, SIMPLIFICACIÓN, EFICIENCIA y SOSTENIBILIDAD para dar respuestas a los estándares requeridos, a la necesidad de reducción de costes o al respeto por el medioambiente, pero desde la idea de construir una relación con los clientes que vaya más allá de lo transaccional, en una dinámica de generación de valor y beneficio mutuo.

MIGUEL ÁNGEL BELTRÁN
Marketing y Desarrollo de Negocio
LinkedIn: http://www.linkedin.com/in/miguel-angel-beltran-2aa29023

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