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El poder de tus convicciones te hará liderar.

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Es probable que nadie esté realmente preparado para afrontar un futuro que desconoce, todos sentimos una cierta inquietud sobre lo que está por venir y es natural que esto sea así, aunque unos lo lleven mejor que otros. El tener al lado a alguien con un fuerte sentido de convicción hace que los temores se hagan más soportables, y esto pasa en la vida profesional y en la personal.

Tal vez esta sea la explicación de hasta que punto ese convencimiento interior es tan importante para quien pretende transmitir a los demás una idea, una opinión, la necesidad de tomar una decisión sobre algo o simplemente generar confianza en el futuro.

El poder de convicción es una cualidad que todos necesitamos para avanzar hacia los objetivos que nos hemos marcado en la vida y siempre está muy presente de forma poderosa en las personas y en los líderes de éxito. Es sin duda algo muy importante en quienes tienen que asumir la responsabilidad de ponerse al frente de otras; ya sea para guiarlas, para darles formación o simplemente para exponerles una idea u opinión sobre algo

La convicción firme en los propios valores e ideales es algo que se percibe en la actitud y que permite proyectar una imagen de seguridad que es determinante en la capacidad de influencia sobre los demás. Pero cuando hablamos del poder de convicción no nos referimos a la generación de confianza y seguridad, eso viene después; de lo que hablamos es de la capacidad de defender una determinada visión de las cosas, llegando incluso a que los propios planteamientos y valores sean adoptados por otras personas. Hablamos de persuadir, convencer y de influir en la actitud de los demás a partir de la fortaleza de la nuestra.

La convicción firme en los propios valores e ideales es algo que se percibe en la actitud.

Ciertamente la convicción es una cualidad inherente al liderazgo. Puedes fortalecerla si te pones en ello; empezando por determinar y comprender perfectamente tus propios valores y creencias, así como los motivos que te han llevado a ellos. Puede no parecer importante, pero lo es, ya que tener claro en qué consisten esos valores y creencias en los que te apoyas y mostrar determinación por defenderlos, será imprescindible para hacer que quien te escucha perciba autenticidad en lo que le estás diciendo.

Ten esto bien presente, porque deberás demostrarlo cuando tengas que hacer una presentación a directivos de tu empresa o dar respuestas en una reunión difícil con clientes, redactar un artículo que quieres publicar o grabar un podcast como este que escuchas. Y no solo eso, también será importante en tus relaciones personales y familiares, porque el tener convicciones fuertes va de cómo afrontamos los desafíos que nos plantea la vida, no solo el trabajo.

Sin duda, todo esto condiciona el desarrollo de nuestra vida personal y profesional. Desde que comienza el día nos lanzamos a una continua labor de comunicar y convencer a otros de nuestros deseos, valores, ideales y percepciones sobre lo que nos rodea; todo aquello que creemos que es importante según nuestra visión personal.

Por ese motivo, el transmitir autenticidad en el modo de hacerlo y decir siempre la verdad sobre la base de esa visión personal, sin entrar en la hipocresía o en la prepotencia, es lo que realmente marca la diferencia respecto a los demás y atrae a las personas, las cuales acabarán por querer escuchar lo que quieres decir y por valorarlo.

Es en este punto donde empieza tu capacidad de persuadir, de ser relevante y de ser también respetado. Si eres fiel a tus ideas, crees firmemente en tu visión de las cosas y consideras que es importante compartir ese enfoque con los demás para que puedan beneficiarse de ello, en lo que acabas convirtiéndote es en un divulgador de valores y con ello comenzarás a adquirir capacidad de influencia. Como decía anteriormente, la convicción es una característica del liderazgo y es imprescindible para poder inspirar y generar entusiasmo en los demás.

El líder de éxito requiere una fuerte convicción. En el ámbito profesional las cosas cambian rápido y en los tiempos de incertidumbre como los actuales resulta agotador mantener la mente centrada y la tranquilidad; las circunstancias del entorno son cambiantes y esa constante sensación de inestabilidad pone en riesgo precisamente la percepción de seguridad y confianza en las personas.

Estas son las situaciones que todo líder quiere alejar de su equipo como sea y es en la fortaleza de sus principios y convicciones en lo que apoyará cualquier iniciativa que emprenda para conseguirlo.

La convicción es una característica del liderazgo y es imprescindible para poder inspirar y generar entusiasmo en los demás.

Lo que aporta el poder de convicción es la capacidad de transmitir certeza ante situaciones estresantes. Promover la idea de que las cosas saldrán bien es una potente medicina para reducir la ansiedad y el miedo en un contexto incierto, porque la percepción de seguridad y de convencimiento en que se superarán los problemas es algo que se va filtrando en el subconsciente y nos hace reaccionar positivamente; nos levanta el ánimo. De ahí que el verdadero liderazgo de éxito no sea el que trata simplemente de dominar o controlar la situación a través de la imposición de una autoridad o de una disciplina rígida para mantener a cada uno en su puesto.

Lo que esperan las personas del papel que desempeña el líder es un comportamiento ejemplar el cuál imitar; alguien que aporte esa sensación de certeza y de confianza en el futuro inmediato, que no aplique la fuerza de su liderazgo sobre las personas sino sobre los problemas a superar; que sea un guía con instinto y convicción para resolver problemas.

No hay duda de que, si hay algo que caracteriza a los buenos líderes, es que suelen tener esas fuertes convicciones y una evidente confianza en sí mismos. Su visión del futuro la tienen más clara que los demás y lo afrontan con un entusiasmo que no tratan de disimular en absoluto, aunque evitan pasarse de frenada y parecer pedantes; de hecho, la humildad es otra de las características típicas de estas personas. Parece que arrastren una aureola invisible que ejerce su propia fuerza de gravedad, atrayendo a su órbita a otras personas necesitadas de algo que les ayude a superar su espiral de desmotivación y de dudas.

El entusiasmo y el optimismo son siempre contagiosos y mucho más cuando las cosas se han puesto difíciles.

El verdadero líder con convicciones es el que realmente inspira confianza en los demás. Y lo hace con las acciones, no solo con las palabras. Aquí no se trata de ser un excelente predicador, capaz de hipnotizar a otros con palabrería endulzada para llevarlos a su terreno. Los líderes con convicción y las personas que tiene éxito en lo que emprenden, sea un negocio, crear una familia o escalar el Everest, no dudan en intervenir frente a una dificultad cuando es necesario y demuestran a quienes dependen en algún modo de ellos una actitud resolutiva y un comportamiento que debe ser un ejemplo de lo que deben hacer también.

Este tipo de gente no se mira en el espejo de los demás para actuar, lo hacen sobre la base de esas convicciones y son autocríticos en el caso de estar equivocados o en el caso de que no lo estén; reflexionan sobre el resultado positivo o negativo de sus decisiones y se ponen inmediatamente a trabajar en las correcciones que sean necesarias para mejorar el resultado. De hecho, no les cuesta reconocer los errores; asumen sin matices sus responsabilidades cuando el resultado de una decisión no es bueno.

El verdadero líder con convicciones es el que realmente inspira confianza en los demás.

Conozco a muchas personas que suelen quedarse bloqueadas ante las dificultades, anuladas por una especie de pánico e incapaces de reaccionar. ¿Te has parado a pensar en ello?; ¿cómo reaccionas tú cuando los problemas se te han acumulado de golpe?, ¿te bloqueas o te lanzas a por ellos?. Es una interesante reflexión, porque cuando miramos hacia nuestro interior y analizamos nuestro comportamiento en determinadas situaciones es cuando realmente podemos ver donde estamos en relación con nuestras convicciones personales.

En ese sentido, hay algo que deberíamos tener presente; es el hecho de que todos arrastramos nuestra propia carga de angustia y miedo. Al fin y al cabo, compartimos la misma fragilidad biológica y la misma exposición al desgaste emocional que provoca el no tener el control total sobre nuestras circunstancias; la diferencia entre quien aguanta esa carga y quien tiende a hundirse con ella está en cómo deciden unos y otros actuar ante esa realidad.

A mí me gustaría tener control en todo y sentirme a salvo cada minuto de mi vida, pero de la misma manera que te pasa a tí, yo también vivo a merced de mi entorno y es importante entender que no podemos mantener todo bajo control. Lo que sí tenemos en nuestras manos es la decisión de creer que podemos hacerlo y convertir eso en nuestro punto de apoyo para que seamos nosotros mismos los que tomemos decisiones sobre cómo afrontar esas circunstancias y no que estas sean las que decidan.

En definitiva, las situaciones pueden tomar múltiples direcciones diferentes, por lo que tratar de tener control absoluto en todas ellas representa un consumo de energía demasiado grande. La solución no es obsesionarse por el control, sino por mantener la calma y no permitir que el estrés nos paralice.

Las personas con fuertes convicciones son capaces de transmitir confianza; es por esto, entre otras cosas, que son admirados por su actitud y considerados por las organizaciones para liderar a otros. Ellos han aprendido a manejar sus propias emociones de manera inteligente, controlando ese miedo que se produce de forma instintiva cuando aparece la incertidumbre e impidiendo así que se apodere de la situación.

Aquí acaba este episodio dedicado al poder de la convicción, una cualidad que sin duda es muy importante en tu desarrollo personal y profesional. Espero que te haya parecido interesante; si es así, te agradeceré que lo valores positivamente y lo compartas con otras personas a las que creas que les puede ser de utilidad. Y si te gusta La Guarida de Lycon, suscríbete para que no te pierdas los próximos contenidos.

Te espero.

Hasta pronto.

Miguel Ángel Beltrán

Por qué debes desarrollar tu marca personal.

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Hay muchas razones por las que debes trabajar en tu marca personal. El mundo laboral ha cambiado mucho, igual que la propia sociedad; ahí fuera hay una jungla en la que para sobrevivir tienes que conseguir destacar, dar a conocer tus capacidades, tu forma de ser y de actuar. Pero esto hay que hacerlo con criterio y coherencia a partir de una estrategia adecuada para no transmitir una imagen equivocada sobre ti. Desarrollar tu marca personal siguiendo unas pautas adecuadas es lo que puede ayudarte a conseguirlo.

Seguro que mucha gente, cuando oyen hablar de “marca”, inmediatamente piensan en un producto o en una empresa; lo cual no deja de ser correcto. La marca es un conjunto de conceptos destinados a distinguir a una empresa en su mercado objetivo, así como a transmitir su misión y valores. La imagen, calidad y reputación de esa empresa están vinculadas a la marca y todo ello sirve para que sea identificada por el público al que se dirige y poder diferenciar ante él sus productos y servicios con respecto a sus competidores.

La marca personal viene a ser más o menos lo mismo, solo que obviamente está relacionada con el perfil de una persona y no el de una empresa o producto.

En cierto modo, todos disponemos de nuestra propia marca personal, ya que es lo que nos define e identifica ante los demás con respecto a nuestra forma de ser y de actuar, nuestras habilidades, valores, etc. La marca personal no deja de ser la imagen que queda de nosotros en la mente de otros a partir de la experiencia que compartimos con ellos. Por lo tanto, en la medida que podamos mejorar esa huella que dejamos en la percepción de los demás, ganaremos en capacidad de influencia y relevancia, conceptos que son imprescindibles para ir creciendo profesionalmente e ir avanzando hacia el éxito en lo que vayamos a emprender.

Nuestra marca personal tiene, en definitiva, el objetivo de conseguir diferenciarnos para tener éxito en nuestras metas personales y profesionales, algo que sucede a través del modo en el que nos relacionarnos e interactuamos con otras personas. Ya podrás imaginar lo importante que puede ser el contar con una marca personal, puesto que es lo que explicará cómo eres y qué se puede esperar de ti a partir de la interpretación que tengan los demás sobre ello.

Recuerda que la reputación es la opinión, acertada o no, que llegan a tener sobre ti otras personas

De la misma forma que una marca empresarial genera confianza en base a la reputación que ha ido construyendo alrededor de ella a lo largo del tiempo en el que ha desarrollado su actividad, tu marca personal también deberá transmitir esa confianza a partir de tu propia reputación, la cual habrás desarrollado a lo largo de los años a través de la relación que vayas teniendo con tu entorno. Por lo tanto, para conseguir una marca personal diferenciada y poderosa tendrás que asegurarte de que tus valores, capacidades y comportamiento mantengan coherencia con la imagen que transmitas, ya que será esto lo que definirá, de un modo u otro, la percepción que los demás tengan de ti. Por eso hay que trabajar esos tres aspectos permanentemente y mantenerlos alineados con una estrategia.

Recuerda que la reputación es la opinión, acertada o no, que llegan a tener sobre ti otras personas, algo que vas construyendo a lo largo de la vida a través de las experiencias, decisiones y comportamientos éticos y morales que vayas demostrando con quienes te relacionas.

Muchas de las marcas empresariales más famosas e importantes están siempre muy vinculadas con la reputación de la marca personal de los emprendedores que las han creado. Para tener éxito en cualquier proyecto que inicies, será clave el desarrollar la tuya, ya que aquellos a los que te vas a dirigir y que determinarán la evolución de ese proyecto, solo lo apoyarán si lo relacionan con alguien en quien se puede confiar. Y esto depende y mucho de la reputación personal que llegues a tener.

La reputación es lo que te permitirá hacer crecer tu marca y te hará crecer a ti. Comprenderás con ello lo difícil que puede ser alcanzar tus objetivos si lo que transmites a través de tu marca personal es la imagen de una persona poco formal, sin criterio o sin ética. Una vez más…, recuerda que la reputación no deja de ser el resultado de una percepción en la mente de las personas con las que te relacionas; puedes ser alguien con elevadas capacidades y valores, pero si tu marca personal no los refleja correctamente, no tendrán un impacto positivo en esa percepción o incluso se te valorará de forma totalmente alejada de la realidad por un mal planteamiento de la estrategia de marca que pongas en marcha.

El impacto que consigas a través de la reputación de tu marca personal en un determinado grupo de interés o mercado en el que estás interesado, dependerá del grado de conocimiento que estos lleguen a alcanzar sobre la imagen y valores que transmites. Toda persona de éxito ha llegado a serlo porque ha invertido esfuerzos en desarrollar su marca personal y porque ha tenido claro desde el principio sus objetivos. Si decides empezar a construir la tuya, lo primero que necesitarás es tener muy claro qué es lo que pretendes alcanzar.

Y hay muchos objetivos a elegir en los que el tener una marca personal atractiva será determinante para alcanzarlos. Por ejemplo, si tu intención es crear una empresa, tu marca personal aportará confianza y lealtad a tus clientes, y es muy probable que otros posibles nuevos clientes potenciales les consulten a ellos sobre tus conocimientos, experiencia o forma de actuar; aspectos que obviamente están ligados con tu marca personal.

También podría ser que te decidas por tratar de ampliar tu círculo de relaciones y de amistades, conseguir socios o clientes para un proyecto, ganar visibilidad en redes sociales, un mayor reconocimiento en la empresa donde trabajas o que otra se interese por ti para una determinada posición. Cualquiera que sea el objetivo que te plantees, tu marca personal podrá ayudarte a conseguirlo.

Llegados a este punto, ¿cómo empezar a desarrollarla?.

Lo primero es entender en qué condiciones está tu marca personal hoy. Para eso podemos trabajar con un análisis DAFO que supongo conocerás o del que seguro habrás oido hablar. El Análisis DAFO es un método de autoconocimiento que nos permite describir nuestras Debilidades, Fortalezas, Amenazas y Oportunidades ante el objetivo que nos queramos plantear para saber que deberemos hacer para intentar alcanzarlo.

El Análisis DAFO es un método de autoconocimiento que nos permite describir nuestras Debilidades, Fortalezas, Amenazas y Oportunidades.

Son cuatro apartados en los que iremos describiendo todo lo se nos ocurra sobre cada uno de ellos, algo que nos ayudará después a entender con mayor claridad nuestra posición actual frente al reto que nos planteamos y su entorno. Nos aportará información importante para preparar nuestro plan estratégico y de acción. Cuanto más precisos seamos en este ejercicio, mejor será el análisis que podamos realizar con posterioridad.

El análisis DAFO personal es una herramienta con un proceso sencillo y práctico de autodescubrimiento, ideal para las personas que necesitan identificar con precisión de qué modo transcurren sus vidas y determinar qué acciones acometer y hacia donde hacerlo para poder mejorar y avanzar. Pero es un sistema que, si quieres que funcione, deberás afrontarlo con espíritu de autocrítica y de forma muy honesta, ya que es la única manera de llegar a conocer los aspectos internos de tu personalidad. No puedes engañarte a ti mismo en esto, ya que acabarías mostrando una imagen irreal que no te servirá para lo que pretendes conseguir.

Siguiendo el proceso DAFO vamos a determinar cuáles son las competencias que te diferencian y las que necesitas desarrollar. Por lógica, se requiere esto para poder actuar en tu desarrollo y mejora personal; saber en qué debes enfocar tus mayores esfuerzos. Defines una meta, identificas los recursos que necesitas para alcanzarla, indagas para saber con cuales de ellos ya cuentas y con cuales de ellos no, e inicias tu trabajo de capacitación para obtener o reforzar estos últimos.

Pero el proceso DAFO no se queda ahí, también sirve para reconocer el entorno en el que tendrás que moverte, ofreciendo una definición de factores externos que te afectan tanto en tus capacidades como en tu modo de actuar. Aquí es donde se describen las amenazas y las oportunidades; dos aspectos en los que no tenemos control para poder cambiarlos, ya que no dependen de nosotros. Reconocer ese entorno e identificar las dificultades a afrontar es lo que te ofrecerá pistas para establecer tu plan de acción y estar preparado para manejarlas.

El proceso es muy sencillo; empieza por dibujar un cuadro que a su vez dividirás en cuatro partes iguales. En el cuadrante superior izquierdo irás escribiendo tus fortalezas y en el superior derecho tus debilidades. Los dos cuadrantes inferiores son los que identifican al entorno; el izquierdo será para las oportunidades y el derecho para las amenazas. Puedes encontrar fácilmente plantillas DAFO en internet con las que practicar.

En el apartado de las FORTALEZAS nos centraremos en las competencias personales y profesionales en las que consideras que puedes destacar respecto a los demás o simplemente en las que tienes más habilidad. Incluye otras cosas que se te dan particularmente bien y que también podrían ayudarte a ser más competitivo. Si te cuesta identificarlas, prueba por hacerte preguntas como

  • Cuáles son las cosas que hago mejor.
  • De qué formación y conocimientos dispongo
  • Qué cosas me gusta hacer y me motivan.
  • En qué aspectos destaco frente a los demás.

En el apartado de las DEBILIDADES habrá que describir aquellas capacidades personales y profesionales en las que pensamos que estamos más flojos y en las que debemos mejorar. Nos basaremos en lo relacionado con nuestra formación y conocimientos, pero también con nuestra actitud, carácter, control emocional, comunicación, relaciones personales y con cualquier otro aspecto que pueda representar una limitación que debilite nuestras opciones. Algunas cuestiones que te podrías plantear son:

  • Qué cosas no se me dan bien o no me motivan
  • Qué defectos o hábitos pueden afectarme negativamente
  • Qué aspectos de mi personalidad pueden frenar mi desarrollo
  • En qué creo que debería mejorar.

Pasando a los cuadrantes que definen el entorno, empezamos por el de las AMENAZAS, donde vamos a describir qué factores pueden limitar tu desarrollo personal y profesional, así como los posibles cambios o situaciones de tu día a día que podrían poner en riesgo tu hacia los objetivos.

Como decía antes, las AMENAZAS son factores externos, por lo que las cosas que describamos en este cuadrante del DAFO tienen en común que no están bajo nuestro control, pero forman parte de tu realidad, aunque afectan a todas las personas o puede que te ocurran solo a ti de forma inesperada y frenar tu desarrollo; ya sea por un momento de crisis económica, perdida del empleo, enfermedad o cualquier otra cosa. Probablemente ninguna de ellas podrás evitarlas, pero sí anticiparte a sus consecuencias y tomar medidas con antelación para reducir su impacto en lo posible. Puedes trabajar este apartado haciéndote preguntas como…

  • Qué factores externos pueden frenarme en mis objetivos.
  • Cuál es la tendencia económica general y su previsible evolución.
  • Qué cambios en el entorno puede producirse a medio plazo que puedan afectarme.
  • Qué situación tengo con respecto a mis competidores.

Y finalmente, en el grupo de OPORTUNIDADES, señalaremos las principales opciones y situaciones que puedan representar una ayuda para poder avanzar y cuáles son las ventajas que nos aportarían para ello.

Las oportunidades se pueden entender como factores o situaciones personales de las que se obtendrá un beneficio si se trabaja sobre ella. Podemos determinar esas oportunidades cuestionándote cosas como…

  • Qué circunstancias de tu entorno podrían mejorar tu vida
  • Donde podrías aportar valor diferenciador con las fortalezas de que dispones.
  • Qué tendencias hay en el mercado objetivo al que te dirijes.
  • Qué aspectos de los que te definen son más demandados por ese mercado.

Mientras más información incluyas en los cuatro cuadrantes, mejor. Después tendrás que analizar toda esa información, de la que deberás una serie de conclusiones que te ayudarán a determinar hacia dónde y cómo dirigir tu plan estratégico y de acción.

Pero con el DAFO no acaba la cosa…, también tendrás que analizar a tu público objetivo y sus características antes de determinar el mensaje que quieres transmitir y el enfoque que utilizarás para hacerlo. También tendrás que establecer un procedimiento que te ayude a planificar el despliegue de esa estrategia y un modo de ir midiendo los resultados de lo que vayas haciendo, algo imprescindible para ir haciendo las correcciones que sean necesarias.

El modo en el que elabores esa estrategia y plan de acción se tendrá que apoyar en tres conceptos: la Misión, la Visión y los Valores de tu marca personal. Esto es más importante de lo que puedas pensar, ya que son la base que nos permitirá dar un sentido coherente al mensaje que transmita nuestra marca personal.

Por definir estos tres conceptos un poco…. Al igual que en el caso de la marca empresarial, en la marca personal la Misión es lo que define su actividad; qué es y qué hace.

Por otra parte, la Visión es la perspectiva de futuro de la propia empresa o persona; hacia donde se dirige, cuál es el objetivo final de su actividad y a dónde quiere llegar.

Y finalmente, los Valores se refieren al modo en el que ambos realizan su actividad; sobre qué principios éticos y profesionales se apoya para ofrecer lo que hace o el modo en el que interactúa entre las personas que estén de algún modo relacionadas con ese proceso, tanto las que pertenecen a la propia empresa o equipo, como las que están fuera de ella, como proveedores o clientes.

Por ir concluyendo…; el desarrollo de tu marca personal parte de tres preguntas esenciales que tienes que responder de forma clara y escueta antes de dar cualquier otro paso:

¿Qué hago?, ¿A dónde quiero llegar? y ¿Cómo lo hago?.

Por ejemplo, en mi caso particular…

  • ¿Cuál es mi Misión o qué es lo que hago?.

Me dedico a “crear contenidos destinados al desarrollo personal y profesional para ayudar a las personas a mejorar”.

  • ¿Cuál es mi Visión o dónde quiero llegar?.

Pretendo llegar a ser un buen referente para las personas que quieren reforzar sus capacidades y crecer profesionalmente.

  • ¿Cuáles son mis Valores ó cómo lo actúo en lo que hago?.

Lo hago con humildad y honestidad, siempre con espíritu emprendedor y con ánimo de ayudar a los demás.

Una vez hemos trabajado nuestro DAFO, desarrollado nuestro plan estratégico y de acción a partir de sus conclusiones, analizado en profundidad nuestro mercado y público objetivos y definidas la Misión, La Visión y los Valores que queremos transmitir a través de nuestra marca personal, lo que tocará hacer es decidir cuál será nuestro posicionamiento en el ámbito, mercado o grupo social al que nos dirigimos, pero esto es algo que compartiré contigo en un próximo episodio, ya que debo acabar aquí.

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Hasta pronto.

Pon orden en tus cosas y avanza hacia donde deseas.

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No sé lo que quiero ser, pero no quiero ser lo que soy…. Si esta frase o una similar se te repite en la cabeza de forma recurrente, debes saber que no estás solo. Hay mucha más gente a la que le pasa lo mismo, tienen esa misma inquietud y la misma sensación de no estar conformes con el camino que recorren y tratan constantemente de encontrar algún modo de cambiar de dirección; pero cada vez que lo intentan, acaban un poco más perdidos de lo que ya estaban antes.

El encontrar la respuesta a la pregunta ¿qué quiero ser y hacer con mi vida? puede que parezca algo sencillo para algunos, pero en realidad es una de las cuestiones más difíciles de resolver; tanto es así que mucha gente se pasa toda esa vida intentando contestarla sin éxito.

Siendo prácticos y dejándonos de rodeos, podríamos afirmar que, en realidad, lo que desea la inmensa mayoría de personas es hacer lo que realmente les gusta, sentirse realizados, vivir en plenitud, disfrutar al máximo y sobre todo, sentirse felices con todo ese conjunto de cosas. Por lo tanto, si lo miramos así, habrá que pensar que ya sabemos perfectamente lo que queremos ser y hacer en la vida, pero lo que falla es cómo nos planteamos la pregunta. Y si esa pregunta falla en su enfoque, no podemos esperar que las respuestas sean muy acertadas.

Tal vez lo que en verdad nos deberíamos preguntar no es qué queremos ser o hacer en la vida, sino qué debemos hacer para conseguir ser felices, y a partir de ahí empezar a dibujar nuestro plan de desarrollo personal.

Solo existe un camino, el de esforzarse al máximo y trabajar duro hasta el final.

Formamos parte de una sociedad en la que nos empujan a perseguir nuestros sueños y en la que nos dicen que para conseguirlos solo existe un camino: el de esforzarse al máximo y trabajar duro hasta el final. Y no solo eso, parece que se nos mete prisa para que nos pongamos de inmediato con ello, porque el tiempo pasa rápido y puedes perder tu tren. Como si fuese tan simple el llevarlo a la práctica y como si tuviera importancia el momento en el que lo hagas. ¿Qué más da si te pones con ello a los 20 años o a los 50???, es absurdo… A lo largo de nuestras vidas los sueños y los objetivos personales pueden variar y mucho, ¿o es que no puedo desear conseguir algo totalmente distinto con 60 años o más que con 30 años o menos?. La lucha por mejorar nuestras vidas no se acaba hasta que tú decides que ha acabado o la Naturaleza lo decide por ti.

Es obvio que el esfuerzo y el trabajo duro es un camino necesario; lo cierto es que la mayoría de personas entienden que los sueños vitales solo se consiguen arriesgándose y rompiéndose el lomo a trabajar. Y como esa parece ser la única verdad que se interpreta, muchos se lanzan directamente hacia el objetivo de alcanzar los respectivos sueños personales como quien se lanza de cabeza a una piscina sin comprobar antes la profundidad.

Si no se ha definido antes hacia donde se va, qué se pretende alcanzar y lo que se tendrá que hacer para conseguirlo, seguramente se fracasará, ya que malgastaremos grandes cantidades de energía y de recursos sin poder avanzar. Lo que vendrá después en una larga caída en un pozo de frustración, ya sea por no haber planteado correctamente la ruta a seguir o simplemente por habernos marcado unos objetivos excesivamente ambiciosos o poco realistas, que no se llegarán a conseguir más por una mala preparación y planificación que por la posibilidad de que sean imposibles.

De gente cansada de luchar para llegar a ninguna parte después de tanta decepción están llenas las consultas de psiquiatría. Desde mi punto de vista, el hecho de que muchas personas no sepan qué quieren ser y hacia dónde quieren ir, puede que tenga alguna relación con ciertos comportamientos sociales en la actualidad, como el de invertir la mayor parte del tiempo en trabajar esclavizados para tener más dinero y comprar más cosas con él; tal vez porque, de manera inconsciente, es lo que con mayor facilidad asociamos con la felicidad; por consiguiente, con lo que supuestamente queremos ser y hacer en la vida. Así es como hemos ido desarrollando una idea equivocada de nuestro encaje en esta sociedad de consumo, cada vez más materialista, narcisista y desquiciada.

De gente cansada de luchar para llegar a ninguna parte están llenas las consultas de psiquiatría.

Lo bueno que tiene el descubrir lo que realmente deseas hacer es que te permitirá focalizar todo ese tiempo y energía que ahora empleas en ir de un lado para otro como un pollo sin cabeza, en actividades, proyectos o metas que te mejoren como persona mientras haces lo que de verdad deseas hacer; afrontando objetivos que sean alcanzables y sobre todo que te ilusionen; porque cuando trabajas con la ilusión de hacer lo te gusta, es cuando te lo pasas bien y te sientes feliz, que al fin y al cabo es lo que estás en realidad buscando.

Cuando has despejado esas dudas y tienes un plan definido en el que has descrito las distintas fases de tu ruta hacia el objetivo, es cuando puedes focalizar los esfuerzos y empiezas a avanzar correctamente hacia él. ¿La razón?, pues porque lo que haces con ello es cubrir el vacío que hay entre lo que eres hoy y lo que quieres ser en el futuro, en lugar de pretender pasar de un estado al otro sin recorrer el espacio que los separa. Por lo general, en esto no hay atajos, ni se puede contemplar los golpes de suerte como un factor más en la ecuación. Se trata de hacer las cosas bien una y otra vez y de sentirnos satisfechos por ello como personas, aunque algunas de esas cosas no nos resulten gratificantes, pero sí sean necesarias.

Una cosa más…, para realmente alcanzar ese estado de satisfacción donde “lo que haces es lo que realmente quieres hacer, porque es lo que te gusta y te hace feliz”, vas a requerir disponer de tiempo. El problema es que el día tiene 24 horas durante las cuales hacemos numerosas cosas innecesarias que consumen nuestro tiempo y también nuestra energía. Así es imposible llegar a sentir plenitud en nada, lo que acabas sintiendo es agotamiento y además no avanzas en absoluto.

Hacemos numerosas cosas innecesarias que consumen nuestro tiempo y también nuestra energía.

La clave está en cómo canalizamos nuestros esfuerzos. Para conseguirlo, vas a tener que imponer un cierto orden en tus cosas; tienes que ir eliminando esos pequeños o no tan pequeños obstáculos que te frenan; hacer limpieza y despejar el camino todo lo posible para así ganar más espacio y tiempo disponible en tu vida, que podrás emplear en lo que realmente te ayudará a progresar. Porque es muy curioso hasta qué punto desperdiciamos tiempo y energía cada día en acciones intrascendentes que vamos creando nosotros mismos por nuestra falta de organización.

Puede parecer hasta absurdo el plantear esas acciones a las que me refiero; como cuando buscamos algo en una nevera llena de cosas absolutamente desordenadas; o tratamos de saber dónde demonios hemos dejado otra vez las llaves por nuestra costumbre de soltarlas en cualquier sitio cuando entramos en casa; o por nuestra manía de guardarlo todo por si un día lo necesitamos, pero cuando llega ese momento no sabemos dónde lo habíamos guardado…, podríamos seguir enumerando cosas durante horas. Parecen pequeñas tonterías, pero párate a pensar un momento en el tiempo que consumen y en el cansancio que van generando a lo largo del día, seguro que te harás una idea de lo que quiero decir.

Para progresar necesitas aplicar el término productividad también en tu vida personal, y para ser productivos hay que ser eficientes en lo que hacemos, solo así podrás aspirar realmente a llegar a alguna parte. La eficiencia es lo que te permite llevar a cabo de forma correcta una actividad, obteniendo con ello unos resultados con la menor cantidad de recursos que sea posible. Serás productivo en tu vida personal en la medida que completes tus tareas más importantes de forma satisfactoria siguiendo esa pauta y aprovechando al máximo tu tiempo.

Ten presente que solo podrás alcanzar un buen nivel de productividad en tu vida personal teniendo una buena organización y planificación de tus recursos, entendiendo también el tiempo como uno de ellos; de hecho, es el más importante de todos. Esto no es algo que se consiga fácilmente, requiere cambiar nuestros hábitos de comportamiento y nuestra actitud ante las tareas; ser constantes, aprender a priorizar, enfocarse en los logros diarios y en completar esas tareas una a una, no tratar de hacer varias de ellas a la vez, ya que esto suele llevar al resultado contrario que se pretende.

Cuando percibes que eres productivo sientes confianza y ésta te aporta energía para seguir mejorando. Las personas nos sentimos satisfechas cuando vemos cumplidas nuestras obligaciones con éxito; es una sensación muy saludable. Es como cuando cualquier domingo por la mañana te pones a lavar el coche; lo enjabonas y lo enjuagas, después lo secas cuidadosamente; limpias las alfombrillas, el salpicadero, el maletero, finalmente lo perfumas y cuando lo dejas aparcado frente a tu casa, le echas una última mirada desde cierta distancia para disfrutar del trabajo bien hecho… Por el contrario, si tu percepción es que no eres capaz de finalizar a tiempo tus tareas personales y las vas dejando pendientes, lo que te produce es una especie de sensación de estrés y angustia, porque ese trabajo que no has podido finalizar se queda abierto en tu cabeza y es como un lastre.

Cuando eres productivo sientes confianza y ésta te aporta energía para seguir mejorando.

Podemos hacer cosas irrelevantes que consumen nuestra energía y nuestro tiempo o podemos hacer cosas importantes que nos ayudan a avanzar y que nos aportan vitalidad. La vitalidad es energía y no puedes permitirte desperdiciarla en lo improductivo. Aplica esta norma en todo lo que emprendas y elimina el exceso de cacharrería inútil que solo te quita espacio y fuerzas; las cosas irán a mejor.

Las técnicas que habitualmente se emplean para que las personas aprendan a mejorar su vida personal y profesional se basan en eliminar lo que consume energía y reemplázalo por lo que la aporta. Hay que revisar en profundidad en qué dedicamos diariamente nuestro tiempo, de qué manera lo organizamos y cuanto de ese tiempo y esfuerzo dedicamos a lo que realmente importa. Se trata de un proceso de revisión y corrección de determinados hábitos que son perjudiciales en el objetivo de avanzar y de mejorar.

Esa sensación de que no quieres ser lo que eres es la señal de que no estás haciendo cosas que te gustan y eso no contribuye positivamente a sentirte feliz, más bien a lo contrario. La única manera de sacar algo de esto es replantear el modo de hacerlas para que las satisfacciones vayan llegando y recarguen los ánimos.

Aprende a resolver correctamente las tareas del día a día y aplícate cierta disciplina y constancia en ello; finaliza los asuntos que tengas pendientes; ordena tu armario y tu mesa, arregla ese interruptor que falla, elimina objetos inservibles, enfócate en hacer las cosas bien… Busca la manera de ser más eficiente y productivo en tu vida personal para optimizar tu tiempo disponible y dedica algo de él en actividades que mejoren tu salud y tu estado de ánimo.

Cuando hayas puesto todo esto en orden lo verás todo con más claridad y será entonces cuando estarás en disposición de saber lo que realmente te hace vivir en plenitud, disfrutar al máximo y sobre todo, sentirte feliz.

Aquí termino el episodio de hoy de La Guarida de Lycon. Espero que encuentres en él alguna de las respuestas que buscas. Si no te quieres perder el próximo episodio, no te olvides de darle al botoncito para suscribirte.

Te espero.

Hasta pronto.

Miguel Ángel Beltrán

El arte de hablar en público y convencer.

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Tener capacidad de oratoria y un buen dominio de la dialéctica y de la retórica para comunicar algo son habilidades que merece la pena desarrollar, ya que pueden ser clave para tu crecimiento personal y tu éxito profesional.

Con ellas podemos transmitir nuestros argumentos con fluidez y precisión. Y lo cierto es que, si consigues dominar estas habilidades, no solo crecerás como profesional, también ganarás el respeto y admiración de quienes te escuchen, ya que la verdad es que no son muchos los que se atreven a coger el micrófono delante de una audiencia para explicar con fluidez algo interesante y conseguir captar la atención, y eso siempre es valorado. La razón de que hayan pocos que se atrevan con esto es que el miedo al ridículo, a la crítica y a ser el centro de atención suele provocar un cierto rechazo en la mayoría de las personas. Sin embargo, se puede llegar a desarrollar nuestra capacidad de ser elocuentes en nuestro modo de comunicarnos y a controlar nuestras inseguridades siguiendo determinadas pautas que están sobradamente definidas desde hace mucho tiempo.

La elocuencia a la hora de expresarnos es la capacidad de transmitir con claridad lo que queremos decir y llegar a ser persuasivos ante los demás. Con ella puedes atraer el interés de otras personas en cualquier ámbito en el que te encuentres y ser capaz de convencer a muchos de lo que dices e incluso convertirte en alguien que puede inspirar a otros. Sin duda, es una potente herramienta de proyección personal, ya que el poder expresar con facilidad, rigor y claridad una argumentación, es lo que te acerca a la posibilidad de destacar e influir en el comportamiento o en la manera de pensar de quienes te escuchen.

La elocuencia a la hora de expresarnos es la capacidad de transmitir con claridad lo que queremos decir y llegar a ser persuasivos ante los demás.

Hay quienes demuestran tener mucha habilidad para hablar y ser el foco de atención durante una conversación con un grupo de familiares o conocidos; sin embargo, frente a un micrófono y un público que los mira con atención a la espera de que empiecen a explicarse, las cosas cambian; esa facilidad de palabra con la que siempre han contado tiende a convertirse en inseguridad en muchos casos, mientras que la claridad y la contundencia de ideas con las que habitualmente se expresan en un entorno más informal y relajado desaparece y surgen los nervios y las dificultades para expresarse de manera fluida y coherente. Es la reacción común al miedo escénico y a quedar en evidencia.

Sin duda, uno de los principales temores del orador suele ser que, en el momento de verse delante de docenas o centenares de miradas expectantes, la mente se le quede en blanco y de repente no recuerde nada de lo que quería decir, ni de lo que tanto había ensayado durante varios días o semanas.

Es bastante probable que en alguna ocasión te veas en la obligación de hacer ese ejercicio de oratoria frente a un grupo más o menos numeroso de personas, ya sea para una ponencia sobre un tema concreto, la presentación de un proyecto o incluso para presidir una junta de vecinos; hay muchas más situaciones de las que parece en las que te puede pasar, tanto en tu vida profesional como en la personal.

Sea en un caso o en otro, cuando nos vemos en esa necesidad, todos tratamos de prepararnos lo mejor posible. Lo primero que hace la mayoría es escribir sobre un papel lo que se pretende decir para repetirlo una y otra vez hasta que se les quede grabado en la memoria y después exponerlo casi de forma literal. La razón de hacer esto tiene más que ver con el miedo a fallar y hacer el ridículo que con aprovechar esa oportunidad para hacer algo destacable.

En mi caso y después de haber realizado un número considerable de presentaciones en público, he llegado a la conclusión de que hay que intentar relajarse un poco con esto y plantear las preparación de otra forma. Desde mi punto de vista, es mejor trabajarla sin empeñarse en aprender de memoria un diálogo que previamente se ha redactado sobre un papel. La experiencia demuestra que la mejor manera de evitar el riesgo de quedarse en blanco es asimilar el significado de lo que se quiere transmitir y no tanto el memorizar párrafos que en realidad nunca se podrán exponer literalmente, ya que siempre surgirá algo que lo impedirá y que podría hacer perder el hilo de lo que se está diciendo, además de poner al orador en un aprieto. Yo no creo en la presentación sin fallos imprevistos, para mi no existe esa posibilidad; siempre ocurre alguna cosa que, por pequeña que sea, nos complicará la situación.

Decía Dale Carnegie, un famoso escritor especializado en relaciones humanas y comunicación, que “siempre hay tres discursos por cada discurso que dar: el que practicaste, el que diste y el que te hubiese gustado dar”. Lo que quería decir con esto es que no hay un speech o una presentación que pueda ser perfecta; siempre habrá alguna cosa que saldrá de una manera distinta a la que habíamos pensado inicialmente y deberemos recurrir a la improvisación; así que el buscar la perfección absoluta a través de la memorización posiblemente será un esfuerzo inútil.

Siempre hay tres discursos por cada discurso que dar: el que practicaste, el que diste y el que te hubiese gustado dar.

Ten muy presente que se te ha dado la oportunidad de ser escuchado, de compartir ideas y valores, de transmitir conocimiento y de poder influir en los demás, por eso es más importante haber asimilado bien lo que vas a explicar y creer en ello que pretender relatarlo como si leyeras un libro y sin saber realmente el significado de buena parte de lo que afirmas, ya que además de no resultar natural, probable no conectes con el público y pierdas el privilegio que supone el que te dediquen su tiempo y atención.

En cualquier caso, muchos oradores no perciben el tener que hablar en público como un privilegio, sino como una prueba peligrosa y una preocupación, ya que siempre existe un riesgo de que, además de transmitir tus cualidades y conocimientos, también des a conocer tus defectos y limitaciones; y a nadie le gusta exponerse a una cosa así. Por eso hay que aprender técnicas de oratoria y aplicar ciertas pautas en tus presentaciones para que tu argumentos sean entendidos y aceptados.

No hay duda de que, para hacer una presentación exitosa, se debe tener un buen conocimiento del tema a tratar; es muy difícil resultar creíble si no tenemos mucha idea de lo que sale por nuestra boca. Pero aun teniendo ese conocimiento, eso no garantiza el buen resultado por sí solo. El ponente va a necesitar otras cosas para conseguir atraer el interés y lograr convencer. Será muy importante demostrar flexibilidad y capacidad de adaptación a las características de la audiencia a la que se dirige, además de desarrollar estrategias que le permitan transmitir agilidad y seguridad en el modo en el que lo hace, tanto vocalmente como expresivamente, ya que también la comunicación no verbal tiene su peso en este juego.

Una preparación adecuada en ese sentido va a depender de un conjunto de factores. El primero es, obviamente, el saber de qué se habla, pero también el entender las características del público al nos queremos dirigir, qué número de asistentes esperamos tener y qué pretendemos conseguir con lo que vamos a explicar, ¿se trata de informar, de convencer para que nos compren algo, de darles formación o simplemente de entretener?. Todo esto es necesario para determinar el modelo de presentación que llevaremos a cabo, ya que cada situación requiere un modo distinto de actuación. No es lo mismo improvisar un argumento sin preparación previa alguna, que memorizar un conjunto de ellos y exponerlos siguiendo un guion o simplemente leer frente a un micrófono un contenido previamente redactado. Cada uno de ellos puede tener sentido en función del contexto en el que se aplique, pero ese contexto hay que determinarlo.

Algo que también ayuda para la preparación y siempre que eso sea posible, es conocer el espacio donde tendrás que dirigirte al público y tener un contacto previo con él. Si no puedes desplazarte al lugar personalmente, trata de conseguir algunas fotografías en diferentes ángulos. Tal vez puedas pedirlas a la organización o buscarlas por internet. Esto es muy útil para tener una visión general del lugar que te ayude a proyectar mentalmente tus ensayos. Y ensayos frente al espejo, frente a una cámara o frente a un grupo pequeño de personas es aconsejable que hagas  y muchos. De esta forma, cuando te pongas frente al micrófono te será más fácil acomodarte a la visión que tendrás, ya que no te resultará tan desconocida.

Recuerda que una correcta presentación debe contar con un contenido variado, pero bien estructurado siguiendo las pautas básicas de la retórica, para que el público no se pierda en palabrería inconexa que haga imposible seguirla y entenderla. La argumentación tiene que ser sólida y contrastada para que sea aceptada, pero también habrá que canalizarla correctamente para facilitar su comprensión y asimilación.

La retórica es una disciplina para construir oratorias con el propósito de persuadir sobre una opinión y orientar a los demás hacia una determinada manera de pensar y actuar frente a ellas. Cicerón fue un filósofo y orador romano considerado como uno de los grandes retóricos de Roma. Él decía que “la verdadera elocuencia en un discurso consiste en tratar las materias humildes con delicadeza, las cosas importantes con solemnidad y las cuestiones corrientes con sencillez.” Es buena idea el aplicar este enfoque en el modo en que prepares tus presentaciones.

La retórica es una disciplina para construir oratorias con el propósito de persuadir sobre una opinión y orientar a los demás.

No te compliques con frases de relleno sin valor en el discurso, ve al grano y céntrate en lo que realmente puede ser interesante; cuida la pronunciación y juega con el tono de la voz procurando no parecer plano, aplica energía a las explicaciones para enfatizar las cosas importantes o los silencios oportunos para generar momentos de mayor expectación. En otro episodio entraré más en detalle con este apartado.

Otra cuestión a tener en cuenta es que una presentación puede tener un enfoque formal o informal en función de cómo sea el público y de la interacción que se pretenda establecer con él durante la presentación. Es probable que en tus comienzos prefieras optar por un guion formal, más estructurado y rígido; sobre todo si se trata de exponer un tema que no dominas. Este es un modelo habitual para una sala con un público numeroso donde esa interacción se hace menos posible. La ventaja en este caso es que el orador no necesitará ser un gran experto en el tema a exponer, ni tener grandes dotes para involucrar a la gente y hacerla participar con sus aportaciones y opiniones; esto sería más típico en un enfoque informal, donde la improvisación es más habitual, pero para esto se requiere tener bastante habilidad para coordinar al mismo tiempo argumentos, público y tiempos; algo que nunca es fácil.

Ten también presente que no solo es necesario un buen contenido; el ponente tiene que transmitir motivación y entusiasmo en sus expresiones, no permanecer estático como una estatua; utilizar la expresividad de brazos, manos, rostro y voz. Tampoco es que tengas que ponerte a hacer aspavientos como si te hubiese dado un ataque, pero es mejor demostrar una cierta energía y pasión en el modo en el que transmites tu mensaje, ya que ayudará a que el público mantenga su atención; lo peor que hay en un orador es resultar soporífero, por muy interesante que sea el tema que aborda.

Todo ponente tiene el objetivo de que su oratoria sea percibida y entendida correctamente, que sea valorada de forma positiva, asimilada por el público y posteriormente utilizada, ya sea para compartir lo aprendido o para aplicarlo directamente. El conseguir esto requiere mucha práctica para ir adquiriendo soltura, pero aún llegando a dominar todo lo que he dicho anteriormente, recuerda que la práctica en sí misma no te permite corregir tus defectos, hay que prestar atención a nuestro modo de actuar y mantener un espíritu crítico sobre nosotros mismos para ir viendo donde podemos ir mejorando cosas. Fíjate en otros oradores y observa de qué modo se desenvuelven ellos; trata de detectar esos detalles que hacen de sus discursos algo interesante y cautivador; toma nota y ve construyendo tu propio estilo.

En definitiva, ya seas un maestro, un político, el directivo de una empresa o un vendedor, en algún momento tendrás que expresarte en público para transmitir una idea o información. En cualquiera de esas ocasiones se pondrá a prueba tu conocimiento sobre la materia, tu experiencia y tu capacidad de comunicación; pero también habrás de demostrar detalles personales de estilo que tendrán su relevancia en el nivel de aceptación de lo que digas. Al fin y al cabo, la capacidad de persuasión es algo que no está principalmente en la información, sino en el modo en que la transmitimos; de ahí que sea tan importante añadir a tus palabras su dosis de pasión, sensibilidad, empatía y entusiasmo.

Hasta aquí este episodio dedicado al arte y la técnica de hablar en público. Te propongo seguir hablado de esto en los próximos contenidos que compartiré contigo en La Guarida de Lycon. Profundizaremos más sobre cómo desarrollar tus habilidades para comunicar, persuadir, emocionar y convencer. No dudes en compartir cualquier sugerencia o comentarios que me puedan ayudar a mejorar mis contenidos y dale al botoncito de “seguir” para que no te pierdas el próximo.

Te espero. Hasta pronto!.

Miguel Ángel Beltrán

Dotes de liderazgo en tu currículum profesional.

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El liderazgo es un asunto que va ganando importancia en el mundo laboral actual, por lo que siempre es interesante el conocer un poco en qué consiste, ya que nunca sabes en qué situación te podrías encontrar en el futuro. Puede que un día se te presente la oportunidad de acceder a un puesto de trabajo que te interesa y de repente te hagan alguna pregunta sobre este tema de cuya respuesta dependerán buena parte de tus posibilidades de ser el elegido. Así que, entremos en materia.

Para empezar, algo en lo que no hay duda es que ciertamente no es lo mismo dirigir que liderar; seguro que lo habrás oído por ahí. Eso de aplicar el ordeno y mando lo sabe hacer cualquier jefecillo al que le han dado autoridad sobre otros. Pero liderar es algo distinto; entre otras cosas, se trata de tener visión para inspirar a los demás, de saber ayudarlos a que den lo mejor de sí mismos y de lograr que se comprometan con pasión y motivación en los objetivos compartidos.

Aunque es cierto que no todo el mundo tiene esa capacidad, si alguna vez te han dicho que un líder nace y no se hace, el que te ha soltado esa estupidez o no tiene mucha idea de lo que habla o simplemente te ha engañado. Cualquier persona puede aprender a liderar si tiene claro en qué consiste realmente, si se prepara correctamente para ello y si aplica ciertas pautas que son invariables para asumir ese papel y que tienen bastante que ver con la actitud y el carácter, no con tus habilidades, conocimientos y experiencia, aunque todo ello sea de ayuda.

Aclaremos otra cosa en ese sentido…; el tener dotes de liderazgo no tiene por qué estar necesariamente vinculado con ser un gran profesional en una materia concreta, ni con tener buena oratoria para convencer de cualquier cosa al que se te ponga por delante. Nada de esto te garantiza el tener éxito al frente de un equipo si nos basamos en lo que realmente se busca para esa posición. Puedes ser el mejor mecánico de coches, un extraordinario cirujano o un ingeniero espacial en la NASA y ser incapaz de liderar eficazmente a otras personas, hacer que estas trabajen en equipo y conseguir que sean más productivas sin que pierdan la ilusión y motivación por hacerlo.

Tener dotes de liderazgo no tiene está necesariamente vinculado con ser un gran profesional en una materia concreta.

En el pasado, el concepto de liderazgo no se escuchaba como tal en las organizaciones, tal vez porque en su lugar se hablaba más bien de dotes de mando, que al fin y al cabo no deja de ser también la facultad de ejercer un liderazgo sobre otros para comprometerlos en el logro de los objetivos. Hoy el término “liderazgo” parece entenderse de una forma más amplia ,además de que el contar con esa habilidad se valora muy bien por las empresas, incluso en empleados que no están al frente equipos, por eso resulta un elemento diferenciador en el perfil profesional de cualquier candidato a un empleo.

Pero…, ¿cuál es la razón de que las organizaciones valoren tanto este aspecto?. Aquí entramos en valoraciones personales; desde mi punto de vista, la razón principal es porque las empresas lo tienen cada vez más difícil para abrirse paso en sus mercados, por lo que necesitan ser más eficientes y productivas para mantenerse competitivas. Puesto que la eficiencia y la productividad dependen mucho del nivel de motivación, compromiso y contribución de las personas que la integran, promover ese enfoque en la forma de funcionar de las personas y de los equipos de trabajo resulta fundamental; de ahí la importancia de promover los conceptos que definen el liderazgo a lo largo de la propia organización, como una manera de impulsar su rendimiento en todas las áreas.

Además de esto, hay otros aspectos coyunturales y sociales que entiendo deben tener su peso en todo esto. Tiempo atrás, la formación de muchas personas venía del aprendizaje a través de la práctica en empresas y de la mano de algún veterano en el puesto. Ahora la situación es algo diferente; tenemos un mercado laboral con muchos titulados universitarios, pero faltan profesionales de oficio. Si a eso le añadimos que el acceso al mercado laboral en personas de menos de 30 años se ha convertido en un auténtico desafío, es posible que quien se presente de candidato a un empleo, incluso para un puesto de poca entidad y con un salario ridículo, o tenga una formación académica mínima o presente un título de ingeniería, dos máster y tres idiomas, pero en ambos casos sin la más mínima experiencia laboral. Podemos imaginar la importancia de contar con personas que tengan dotes de liderazgo y sean capaces de contribuir con su actitud y su visión de las cosas a que unos y otros puedan desarrollar su potencial, además de mantenerse motivados y comprometidos por igual en la consecución de los objetivos.

No tengo duda de que la cuestión a resolver para lograrlo es el poder ayudar a que las personas se sientan mejor con lo que hacen y satisfechos con lo que aportan; y tengo claro que la función del líder es inspirarlos de manera individual y colectiva para mantener una actitud de colaboración, una visión de objetivos compartidos y una motivación alta frente a los objetivos de la empresa. Pero no vayamos a pensar que lo de la motivación es algo que se resuelve aplaudiendo y jaleando a las personas, como si fuésemos animadores de un equipo de fútbol.

La función del líder no es motivar, sino inspirar a los demás hacia una actitud de colaboración y una visión de trabajo en equipo.es inspirarlos de manera individual y colectiva para mantener una actitud de colaboración, una visión de objetivos compartidos y una motivación alta

Es que me resulta ridículo el enfoque que algunos le quieren dar a determinados aspectos sobre este tema. Por ejemplo, el rollito ese de la motivación de los miembros del equipo como una de las habilidades que supuestamente debe tener un líder, algo que desde mi punto de vista es una memez. Ningún buen líder tiene la capacidad real de motivar a otras personas a hacer, con gusto, lo que no saben o lo que no quieren hacer. Lo que sí puede ocurrir es que un mal líder sea capaz de desmotivar a cualquiera que ya esté haciendo bien su trabajo o que esté intentando hacerlo.

Así que borremos eso del manual, ya que partimos de un error si lo que esperamos de quien lidera es que se convierta en una especie de psicólogo para los miembros del equipo. La motivación es algo que cada individuo debe desarrollar por sí mismo; el líder lo que debe hacer es ayudarle a aprovechar su potencial, facilitarle el camino, aportarle consejo y evitar ser un estorbo.

Luego están los distintos tipos de liderazgo, que los hay, pero en general se podrían resumir en dos: el “transaccional” y el “transformacional”. Se supone que ambos pretenden trabajar desde la cultura de la empresa para mejorarla, pero es interesante saber en qué se diferencia el uno del otro para entender los distintos caminos que siguen las empresas en lo que se refiere a la dirección y coordinación de sus equipos de trabajo y los motivos que tiene cada una para ello.

El liderazgo transaccional es una forma de liderazgo que, en resumen, se basa en recompensar a los que hacen bien su trabajo y destacan por encima de los demás en su contribución a los objetivos de la empresa; un sistema de reconocimiento con el que se pretende motivar a otros a hagan lo mismo. En este caso el estilo de liderazgo es el típico gerencial de toda la vida, en el que las buenas relaciones entre las personas resultan un factor importante para el funcionamiento general, pero manteniendo el orden y la planificación de la estructura.

Es decir, el líder dice lo que hay que hacer y tú eres quien debe esforzarse para hacerlo muy bien si quieres verte incentivado. En este sistema se aplica la retroalimentación positiva y negativa, utilizando la recompensa cuando las cosas salen bien, e incluso la penalización cuando salen mal. Vamos que…, este tipo de liderazgo está plenamente orientado al cumplimiento y el logro de objetivos a través de la supervisión y la organización. El líder transaccional supervisa y organiza, tratando que el rendimiento sea óptimo y se alcancen los objetivos. ¿Te suena de algo?.

El liderazgo transaccional no es malo en sí mismo y puede ser interesante si mantienes un buen nivel de motivación personal, ya que te ofrece la posibilidad de obtener beneficios por tu esfuerzo y rendimiento personal e incluso crecer más rápido dentro de la empresa al dar mayor visibilidad a tu contribución. En algunos casos, como el de los equipos comerciales, suele funcionar bien este sistema, ya que los incentivos por resultados de ventas son una base importante de motivación, por no decir la principal. Sin embargo, en otras actividades profesionales no es muy efectivo ni tampoco aconsejable, ya que podría reducir el nivel de compromiso por el trabajo y el de motivación en el equipo.

El liderazgo transformacional me parece más interesante… Aquí el modelo trata de cambiar las cosas para mejorarlas. Se trabaja sobre la realidad colectiva del grupo, entendiendo sus expectativas, valores, ideales y motivaciones para impulsar una transformación positiva. Se trata de conseguir que cada integrante se comprometa y colabore con el resto, creando una dinámica conjunta que impulse la motivación individual y el trabajo en equipo.

El líder transformacional trata de conocer a las personas para intentar que saque lo mejor de sí mismos. Está interesado en que crezcan individualmente en torno a un objetivo común, estimulando su participación y compromiso, promoviendo la escucha activa y dando valor a lo que aporta cada persona y el conjunto del equipo a la organización.

Ambos modelos están presentes en el mundo empresarial; la aplicación de un modelo u otro dependerá de las necesidades de cada organización y de su propia cultura. Sea una u otra forma de liderazgo la que se te plantee en tu futuro laboral, si quieres desarrollar tus capacidades para liderar a otras personas, tendrás que empezar por conocerte bien a ti mismo, entender tu personalidad, tu forma de relacionarte y de interactuar con los demás, así como tu capacidad de influir en su comportamiento.

En esto de adquirir dotes de liderazgo hay que tener paciencia y ser disciplinado, ya que son habilidades que no se adquieren en unos meses de cursillo o en un par de años de experiencia, sino que se desarrolla a lo largo de la vida. Es un error el asumir una posición de liderazgo sin haber profundizado en el conocimiento de las fortalezas y debilidades de tu personalidad, ya que es la base para avanzar en tu desarrollo personal y en tu preparación para poder afrontar esa responsabilidad.

Y por descontado, el liderazgo no es una responsabilidad fácil de asumir. La mayoría de personas en realidad no están capacitadas para ejercer un rol que exige todas estas capacidades de las que he hablado antes, y alguna más. Hay mucha gente que ni por asomo quiere asumir competencias de liderazgo, mientras que hay quienes están deseando dirigir a otros sin haber entendido antes en qué consiste y la dimensión de esa responsabilidad. De estos últimos he conocido a unos cuantos; algunos de ellos han demostrado escasas capacidades pese a considerarse inicialmente más preparados que los demás y han resultado ser un auténtico suplicio. En todo caso, la verdad es que yo no creo que haya alguien que esté realmente preparado para esto, es más duro y complejo de lo que parece. Quienes han tenido que estar al frente de otras personas saben bien a qué me refiero.

Por ir resumiendo los puntos clave e ir cerrando este contenido… Las empresas buscan la forma de ser más eficientes, productivas y competitivas, por lo que necesitan una mayor eficiencia y rendimiento. Para que eso pueda suceder, las personas que forman parte de los equipos de trabajo necesitarán de un responsable que los lidere, no solo para decirles lo qué tienen que hacer y cuando deben hacerlo, también para ayudarles con visión y experiencia a mejorar cada día y a mantener un espíritu de colaboración, respeto y compromiso.

El rendimiento de un equipo no sólo dependerá de la motivación y capacidades de sus miembros, sino también de cómo se organiza para aprovechar mejor sus capacidades. El líder está para coordinar el trabajo y organizar el talento, pero también para identificar las habilidades de los miembros y potenciarlas, mejorar el nivel de competencia del equipo y contribuir a que cada persona se sienta más comprometida en ese objetivo, aportando lo mejor de sí misma para poder conseguirlo.

Ahora que ya te he explicado en el líneas generales de qué va esto del liderazgo, ¿crees realmente que el concepto sirve para algo o no?. ¿Hay alguien en tu entorno laboral en quien veas esas actitudes o lo que aprecias son justo las contrarias?. Prueba a prestar atención a ello y analizar qué tipo de liderazgo es el que están aplicando y piensa si es el mejor para el equipo. Es un buen ejercicio para ir asimilando conceptos. Cuando lo consigas y lo utilices en tus entrevistas de trabajo seguro que te ayudarña a destacar. Ya me contarás.

Miguel Ángel Beltrán

Cómo emprender sin romperte la crisma.

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Hoy me apetece cambiar de tercio; no tengo ganas de hablar de ventas ni de desarrollo personal, ni de liderazgo. El día está frío y ventoso, me duele la espalda y no estoy de humor para ponerme serio, valga la contradicción.

Quiero hablaros de verdades incómodas, sobre todo a los que seguís persiguiendo sueños como pollos sin cabeza y que, obsesionados en conseguirlo, os empeñáis en dar tumbos entre ideas repentinas que empiezan por la ilusión e intentos fallidos por hacerlas realidad que acaban en la frustración.

Me dirijo a los que alguna vez se han levantado dormidos en mitad de una madrugada de calor asfixiante, se han dirigido hacia la nevera de la cocina para remojar un gaznate absolutamente reseco y por error le han dado un largo trago a una botella de vino abierta hace tres semanas, vino completamente agriado, pensando que era agua fresca. A mi me pasó…, fue toda una experiencia que me hizo despertar de golpe.

Un momento inolvidable de desagradables ardores de estómago y de irritación de mucosas que me sirven hoy de metáfora para describir las consecuencias de quienes se lanzan a emprender algo medio adormilados y después sufren las consecuencias de lo que ellos mismos suelen definir como una mala decisión tomada con la mejor de las intenciones.

Pues sí…, después de muchos intentos frustrados de llegar a hacer algo por ti mismo, acabas por darte cuenta, gracias al batacazo sufrido, de que el riesgo que debes asumir al tomar una decisión debe ser, como mínimo, el doble del resultado que deseas alcanzar y directamente proporcional a tu falta de sentido común. Son matemáticas simples; no existen los atajos o las recetas milagrosas salvo en las películas y en los podcast de advenedizos que pretenden ir de gurús diciendo a los demás cómo tienen que planificar sus vidas. Y yo no pretendo hacerlo aquí, lo juro por Snoopy.

Las posibilidades de alcanzar el éxito en aquello que buscamos, pero sin asumir el riesgo de que nos abramos la cabeza, son extremadamente pequeñas. Tan pequeñas como que aún logrando salir airoso del trance, tengamos alguna posibilidad de que el resultado final se corresponda con lo soñado; vamos…, ni por asomo.

El 80% de las emprendedurías fracasan antes de los dos años de vida, el 90% en el caso de las que se atrevan a hacerlas en el ámbito de la tecnología; así están las cosas. ¿Significa esto que 8 de cada 10 emprendedores son unos irresponsables o unos auténticos inútiles?; en absoluto. Si pensáramos así, posiblemente estaríamos todavía viviendo en cavernas.

Si hay una regla básica que deberíamos aceptar en cualquiera que sea nuestro objetivo en la vida, es que cuanto mayor es el premio que queremos conseguir, mayor es el riesgo que debemos afrontar en nuestras decisiones. Plantear un objetivo personal o profesional sin pasar por el trance de exponerse a perder algo, aunque solo sea el tiempo y esfuerzo empleados, no lleva a ninguna parte. Y si nos apoyáramos en la suerte para alcanzar nuestros objetivos, ¿qué sentido tendría el reflexionar sobre cómo tomar nuestras decisiones y planificar nuestros esfuerzos, si todo dependería de cómo estén dispuestas las estrellas o de lo que digan las cábalas?. Si quieres jugar tienes que prepararte, actuar y arriesgar, punto.

Ciertamente en la aventura de emprender no puedes contar con la suerte, la única oportunidad realista de alcanzar el objetivo que te marques la tendrás si llevas en las alforjas un cierto conjunto de cosas; digamos que una mezcla de conocimiento, motivación y determinación, todo ello aderezado con un poquito de ambición y de mucha perseverancia. Si te falta alguno de estos ingredientes mejor ni lo intentes, porque a menos de que seas bendecido por el poder celestial, lo más probable es que te equivoques y le pegues un trago a la botella de vino agrio.

Pero no quiero quitar a nadie la ilusión de tratar de alcanzar sus sueños, ni mucho menos… Yo soy el primero que lo ha intentado varias veces y probablemente lo seguiré intentando en el futuro. El que nace con ese gusanillo nunca se lo quita de encima totalmente, eso va incluido de serie en el carácter para lo bueno y lo malo. “No aprendes”, me ha dicho más de uno después de algún fracaso, aunque la verdad es que tampoco es eso exactamente…; me refiero a un fracaso del que no has aprendido nada; porque ya lo creo que aprendes…; lo haces cada vez que te estampas contra una pared.

De hecho, ciertamente algunos solo podemos aprender a golpes, pero aprendes al fin y al cabo, siempre y cuando tomes consciencia de tus propios errores y aproveches esa mala experiencia para mejorar. Que sepas que, desde mi discutible punto de vista, esa será tu única oportunidad de llegar a alguna parte; no es seguro si al lugar que deseas, pero tal vez a algún destino razonablemente bueno después de todo. El problema es que hay muchos cabezotas que son incapaces de reconocer su torpeza, ni aunque ésta les deje en evidencia de forma vergonzosa. Estos nunca aprenden nada.

Recuerdo a un jefe infame que tuve hace tiempo. Un personaje retorcido y manipulador, un verdadero demonio, pero que tenía momentos de lucidez que después de muchos años he sabido reconocer. Contaba con una habilidad natural para sacar a relucir la incapacidad que tienen muchas personas a la hora de aceptar, sin tapujos ni excusas baratas, las responsabilidades de los errores derivados de sus propias decisiones o de no haberlas tomado.

La mayoría de las personas tienden a eludir culpas ante una equivocación que provoque un daño o pérdida a terceros o incluso a sí mismos. Es una reacción muy humana que viene dada unas veces por el miedo a las consecuencias y otras por la negativa a perder un poquito del propio ego tras la posibilidad de tener que reconocer que has quedado como un idiota. Somos tan sensibles frente a las situaciones en las que quedamos en evidencia ante los demás, que estamos dispuestos a negarlas ante cualquiera con mil razonamientos, correr un tupido velo y agarrarnos al primer clavo ardiendo que nos permita salir del trance lo antes posible.

Uno de los numerosos días en los que aquel director nos reunía a todos los responsables de sección para arengarnos en nuestras tareas nos explicó, con toda la vehemencia que su carácter prepotente y narcisista podía permitirle, que una empresa es como un barco en el que conviven dos clases de tripulantes; una está formada por aquellos que, cuando llegan a la línea roja que supone la toma de una decisión difícil o trascendental, optarán por no saltarla para evitar el riesgo de equivocarse y quedar expuestos a las consecuencias de la crítica y del daño a su imagen personal o a su autoestima. La otra parte la forman los que, al llegar a esa línea, no dudan en saltarla. Son los que no eluden los problemas, ni tienen miedo a los desafíos o a las consecuencias que puedan derivarse de fallar al intentarlo y prefieren asumir el riesgo de dar el paso, siempre y cuando ese paso y riesgo merezcan la pena. Estas personas suelen tener inquietud de liderazgo; son ambiciosos, innovadores y emprendedores; gente ideal para afrontar grandes empresas. El problema es que también se pueden incluir en este grupo aquellos que se pasan de frenada; los imprudentes, los irreflexivos, los irresponsables y los locos.

Siguiendo con la metáfora marinera, hay personas que prefieren ser simples remeros en galeras durante toda la vida y hay otros que necesitan trabajar en cubierta, sentir el viento en la cara mientras el barco navega, participar en su gobierno y mojarse durante cualquier tormenta si es preciso, aunque eso suponga el riesgo de caer por la borda en cualquier golpe de mar. Estos no están exentos de acabar igualmente agarrando el remo como los primeros, pero tendrán muchas más posibilidades de alcanzar cualquier meta en la vida.

Lo que queda claro es que resulta imposible el alcanzar metas sin tomar decisiones y asumir sus riesgos, aunque, de todas formas, en esto de perseguir sueños, plantearse retos y superar objetivos, la realidad es mucho más compleja que la imaginada a través de cualquier metáfora simplista.

De entrada, una decisión importante no se puede tomar nunca a la ligera; debe estar meditada, tomando en cuenta sus pros y contras, los riesgos asociados y la preparación adecuada para afrontarlos. En este sentido, nuestro deseo interior por emprender algo que nos ilusiona y que soñamos alcanzar suele ir a menudo más deprisa que nuestro sentido común, tanto que puede acabar pasándonos por encima, (créeme…, sé bien de lo que hablo por propia experiencia), por lo que no vamos a descubrir nada extraordinario al afirmar que los retos que decidamos afrontar y las decisiones que se tomen al respecto, deben ser planteados en proporción a los riesgos asociados y a las consecuencias que estemos dispuestos a asumir.

El emprender no es un juego, es algo muy serio. Cuando le estamos dando vueltas a esa idea hay que tener bien desarrollado nuestro autoconocimiento; una palabra que suena un poco rebuscada, pero no me sale otra más adecuada. Tienes que conocer realmente qué es lo que pasa por tu cabeza y tus motivos, ya que es posible que en tu deseo de iniciar un proyecto personal te estés centrando únicamente en lo que te gustaría hacer y eso puede ser un grave error. Si quieres tener éxito en lo que emprendas, no intentes basar esa idea en hacer lo que más te gusta; eso de que no hay nada mejor que trabajar en lo que a uno le gusta es una memez desde un punto de vista emprendedor. En lo que debes enfocarte a la hora de emprender algo, si lo que quieres es tener éxito de verdad, es en aquello que sepas hacer mejor, y seguro que hay algo en lo que destacas, aunque todavía no hayas tomado conciencia de ello.

Tienes que descubrir en qué eres realmente bueno y darle vueltas hasta saber cómo sacarle partido. Cuando aclares esto, el siguiente paso será determinar la verdadera razón por la que deseas emprender. ¿Qué es lo que quieres conseguir?, ¿cuál es tu propósito en la vida?, ¿cuál es tu meta?, ¿para qué demonios te quieres meter en líos, con lo calentito y tranquilo que se está en casa?. Pero ya veo que finalmente estoy tendiendo a hacer lo que no quería…, decir a los demás lo que tienen que hacer para poder avanzar, cuando en realidad solo existen ciertas sugerencias a valorar en lugar de directrices a seguir que además no te garantizan absolutamente nada.

Llegados a éste punto, debo confesar que me resulta paradójico que esté escribiendo el episodio 24 de un podcast que se supone tiene el propósito de compartir planteamientos para ayudar a otros a ir avanzando hacia sus metas, cuando es posible que su verdadero objetivo sea el ayudarme a mi mismo. Si esto es así, ¿qué meta puedo estar buscando para estar empleando parte de mi tiempo libre en escribir y en grabar estos audios si probablemente los escuchen cuatro o cinco personas y por casualidad?.

Te contaré un secreto…, si a mi me preocupara el fracaso que pueda suponer el que estos audios no tengan interés para nadie o que no me reporten ningún beneficio concreto, podría pensar que invierto mi tiempo para nada; pero la verdad es que no me preocupa en absoluto. Creo que, por lo general, los emprendedores hacemos las cosas por otra razón distinta que poco tiene que ver con la ambición personal o con el ego.

Es posible que la razón de no estarse quieto sea el deseo de ganar notoriedad para sentirnos realizados o simplemente sentir que hemos hecho algo de valor por nosotros mismos y que además pueda servir de ayuda a otras personas. Sea la razón que sea, lo que me preocupa no es fracasar al poner en marcha una iniciativa personal que me parezca motivadora, sino el dejar pasar el tiempo sin ni siquiera haberlo intentado.

Miguel Ángel Beltrán

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La clave para alcanzar el éxito profesional

Hay quienes dedican mucho tiempo a intentar averiguar qué es lo que hace que las personas tengan éxito en su trayectoria profesional y entender el motivo por el que ellos no lo han conseguido. Están hartos de intentarlo, pero parece que se alejan cada vez más de ese objetivo. Si es ese tu caso, tal vez te interese lo que te voy a decir.

Se tiende a pensar que las personas de éxito lo son porque en la mayoría de los casos se han visto favorecidos por su entorno personal y económico, por una mejor educación recibida, por contar con un mayor nivel de inteligencia, porque se pasan el día trabajando sin descanso o incluso por tener suerte… No se puede negar que todo esto puede ayudar, pero en realidad ninguno de estos factores es en realidad una garantía para el éxito en lo que hacemos o deseamos conseguir, aunque parezca difícil de creer.

De hecho, el mundo está lleno de fracasados que se rompieron el lomo trabajando toda la vida, que acumularon un gran nivel de formación, que contaron con sobrados medios económicos o que aparentemente tuvieron todo a su alcance para poder conseguir lo que quisieran, pero que finalmente no llegaron ni de lejos a sus expectativas o metas. Entonces, ¿qué es lo que hace que las personas tengan éxito?.

Si le damos un par de vueltas al asunto podremos ver como hay una característica que sí está siempre presente en las personas de éxito y que con toda probabilidad es un factor clave en ello; esa característica es el entusiasmo. Probablemente no hay nada que sea más potente en la superación de las barreras para avanzar y crecer que sentir pasión por lo que haces, por querer aprender cosas útiles y por estar deseando tener la oportunidad de ponerlas en práctica. Estas personas ponen interés y energía en todo, se mantienen motivadas y disfrutan al hacerlo. Es como una forma de entender la vida; algo que se va cultivando con el tiempo y que suele dar resultados casi siempre, por no decir que es infalible.

Las personas que demuestran tener entusiasmo suelen preocuparse por el bienestar de la organización y de quienes forman parte de ella. Se comportan como si fuese su propia empresa y es que realmente la sienten así. Se muestran apasionados y deseosos de generar valor y de aportar un poco más cada día. Son personas que se comprometen y que demuestran constantemente que se puede confiar plenamente en ellas.

Si quieres avanzar y crecer en tu empresa, trata de hacer un buen trabajo todo el tiempo, sin importar si obtienes reconocimiento o no por ello. Intenta transmitir tanta pasión, energía y entusiasmo como te sea posible, verás como poco a poco algo empieza a cambiar. Piensa que el entusiasmo es contagioso y las personas nos sentimos atraídas por quienes lo transmiten, es inevitable.

Por descontado, todos pensamos que ese objetivo se hace mucho más fácil cuando tienes un trabajo divertido y ameno, que se disfruta desde el primer momento porque te aporta retos motivadores cada día o porque encaja con tus preferencias personales. No obstante, eso no suele suceder siempre; hay trabajos que difícilmente pueden ser agradables o divertidos, más bien todo lo contrario. Si estás leyendo esto es probable que te haya tocado a ti uno de ellos. Si es así, debes tener en cuenta que, para llegar al final del camino, primero tienes que recorrerlo y no siempre es agradable; hay tramos que son más duros e incómodos que otros, pero así son las reglas.

Por otra parte, ya sea un trabajo divertido o no el que tengas, el haberlo aceptado en su día fue una decisión personal tuya y solo tuya, nadie te obligaba a ello. Puesto que tomaste esa decisión y pese a que consideras que tu trabajo es una auténtico asco, seguro que entiendes que debes ser consecuente con ello y cumplir con tu compromiso, por lo que sería bueno que intentes encontrar la manera de ver su lado positivo y sobre todo de apreciar el valor de lo que aportas a otros con lo que haces en él, ya que si estás ahí es porque lo que haces es importante y necesario para alguien; no te quepa duda de que si no fuese así, no estarías ocupando ese puesto, ya que simplemente no existiría.

El darle valor a tu trabajo es el primer paso para sentirse satisfecho de tu aportación y para encontrar el camino del crecimiento profesional. Y si la tarea es monótona y no te motiva la rutina diaria de ese puesto, intenta una forma diferente de hacer las tareas que comporta y trata de ver cómo esa labor aporta un beneficio a los demás y les ayuda a que puedan realizar bien el suyo. Recuerda…, tu trabajo es importante y tu aportación también lo es, por eso hay que tratar de pensar cómo mejorarla pensando en formas nuevas y creativas de llevarlo a cabo, porque todo lo que consigas mejorar hará que mejores tú ante los demás y ante ti mismo.

Ya sé que eso no es fácil y que mantener el ánimo en algo que no te gusta ni te motiva es realmente duro, pero hay que pasar por ese trance. Todos queremos alcanzar nuestras metas lo antes posible, pero en esto hay que ir superando fases; si te muestras perseverante y confías en ti mismo al final todo llega. Piensa que, para avanzar en tu mejora personal y profesional, no solo hay que tener aspiraciones, también hay que actuar en lo que haces cada día, ya que es ahí donde tienes tu oportunidad; así que tira de innovación, asume riesgos con sentido común, aprovecha los éxitos que consigas y utiliza los fracasos para corregir y mejorar. Y sobre todo ríete de ti mismo y se humilde; no dejes que el éxito o el fracaso te condicionen, simplemente disfruta de lo que haces y aprende de todas estas experiencias.

Hay otras cosas que debemos hacer, como el transmitir una imagen positiva de nosotros mismos. Las personas con las que te relacionas deben confiar en ti, por lo que debes demostrarles que tienes iniciativa y que ofreces una imagen de seguridad y decisión ante los problemas, además de ser un compañero solidario, que ayuda a los demás compartiendo las experiencias y los conocimientos que has ido acumulando.

Esto es muy importante, ya que las personas generalmente se sienten atraídas como por un imán por quienes emiten energía positiva, mientras que tienden a alejarse de las que la absorben como una esponja. Tal vez esto ocurra por una reacción intuitiva que tenemos todos, pero lo que está claro es que el cultivar esa imagen y desarrollar una personalidad y un estilo que transmita con naturalidad esa energía llamará la atención a los demás incluso en lo más rutinario. Por lo tanto, si quieres mejorar en lo profesional, debes empezar por mejorar tu actitud personal, y con ello tu forma de comunicarte y de interactuar.

Y deja ya de compararte con los demás, hazlo contigo mismo y sé consciente de cómo vas avanzando. No esperes reconocimiento de otros, eso es como una droga para el ego de la cual mucha gente está enganchada. Hay personas que viven de eso; necesitan que los demás valoren de forma positiva y constante lo que hacen. Y si esa valoración no llega, se apagan, se hunden y se frustran; el caer en eso es lo que te hace fracasar. Una autoestima fuerte está bien si la construyes desde tu interior, no en la medida que los demás valoran lo que haces. Todo eso es una mentira de la que te tienes que proteger y alejar. Si los demás aplauden tu trabajo bien hecho, pues perfecto…, a nadie le amarga un dulce; pero la única valoración que vale la pena es la que haces tú de ti mismo, lo demás es irrelevante.

Recuerda que todo consiste en tener entusiasmo y mantener una actitud positiva. Solo puedes cambiar tu situación si cambias antes tu actitud mental. Si observas la actitud de las personas que logran éxitos en la vida, en la mayoría de los casos podrás comprobar que tienen un enfoque positivo de las cosas que viven en ella. Para crecer es esencial esa actitud, no solo por cómo te afecta a ti, sino por cómo influyes con ella en los demás y en cómo eso hace que interactúen después contigo.

Y no confundas la actitud con la aptitud. La energía que permite a alguien triunfar no está en la aptitud; no se consigue el éxito simplemente por ser un superdotado, tener tres carreras y hablar cinco idiomas; se alcanza el éxito gracias fundamentalmente a la actitud que tengas ante las circunstancias, ya que eso será lo que determina tu forma de actuar y es tu forma de actuar la que determinará tus posibilidades de superarlas.

Hay una cosa sencilla de entender sobre tu propia actitud y es que solo la decides tú. Hay quienes se hunden en los momentos y circunstancias difíciles, caen en la autocompasión y tratan de buscar alguna razón con la que justificar su fracaso. Después están los que, en lugar de hacer eso, deciden enfrentarse y actuar. No hay nada más tóxico para el ánimo personal que el rodearte de personas derrotadas y victimistas. Aléjate o levanta un muro que te proteja de ellas o te verás arrastrado a esa dinámica de destrucción.

La voz de tu conciencia debe resonar una y otra vez en tu cabeza diciéndote que no hay opción de compadecerse, de echar mano a victimismos y de sentirte incapaz de levantar el trasero del suelo. La compasión puede que sea una emoción noble en los seres humanos, pero la autocompasión es una enfermedad, un pensamiento envenenado que debilita las emociones, que te inutiliza y te bloquea. Si crees que estás en esa situación y no te ves capaz de cambiarla, por todo tu empeño en seguir intentando escapar de esa espiral. De ahí se puede salir, solo tienes que decidir cambiar de rumbo sin demora.

Y no te sientas culpable, que aquí no hay nadie perfecto. Si has cometido errores que te han llevado a esa zona oscura, piensa que a todos nos ha pasado. Cuando cometemos errores, la reacción instintiva es correr a escondernos, poner excusas o incluso mentir; que tire la primera piedra el que no lo haya hecho nunca.

No somos robots insensibles, somos seres humanos condicionados por las emociones y los miedos. Hay que acostumbrarse a afrontar los errores de cara y aprender de ellos. Uno se equivoca porque convive con las circunstancias del día a día y porque se aprende sobre la marcha, ya sea a ser padres, a ser compañeros o a ser simplemente personas. Y en ese aprendizaje los errores y fracasos son esenciales, ya que son la base de la experiencia para alcanzar el éxito futuro, no lo olvides nunca. Por esto no hay que culpar a nada ni a nadie de nuestros propios errores, sino que es mejor disculparse, reflexionar sobre el error cometido y preguntarte qué parte de todo lo que ha pasado puede servir para mejorar como persona y seguir avanzando.

Confía en que haciendo bien todo esto, tu recompensa llegará en forma de satisfacción personal por saber que estás dando lo mejor de ti mismo y también en forma de reconocimiento por parte de quienes te rodean en el día a día. Demostrar pasión y entusiasmo es un modo de inspirar y de contribuir a motivar y mejorar. Esto es algo muy poderoso en el objetivo de tener éxito en la vida, ya que son la base que da forma a tu capacidad de influencia y de liderazgo, aspectos que tanto las personas con las que nos relacionamos como las organizaciones saben apreciar.

En definitiva, si quieres tener éxito en tu vida profesional, hecha mano de tu entusiasmo, ponle interés y energía a todo, y disfruta del viaje. Si mantienes esto durante un tiempo, acabarás viendo los resultados y ya nada te detendrá hasta que alcances el objetivo.

Miguel Ángel Beltrán

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Cómo tomar la decisión correcta.

Cuantas veces nos habremos preguntado cómo habrían sido las cosas si hubiésemos pensado bien nuestras decisiones antes de tomarlas. Si en lugar de dar pasos precipitados los hubiésemos meditado mil veces previamente. Las personas a menudo estamos demasiado obcecados en nuestras propios intereses, tanto es así que lo único que queremos hacer es ponerlos en práctica, incluso sin tener en cuenta cómo esas decisiones podrían afectar a los demás o a nosotros mismos. En este camino de crecimiento y mejora personal que quieres emprender, tendrás que tomar decisiones frente a las dificultades que se te presentarán y va a ser importante que te prepares bien y cambies algunas pautas de comportamiento.

Todos sabemos que con frecuencia algunas tomas de decisión, sobre todo las se han tomado de forma unilateral, son el origen de nuevos problemas que tal vez no afrontemos inmediatamente, pero que con bastante seguridad habremos de hacerlo en el futuro. Serán consecuencias de decisiones que se tomaron a toda prisa, sin ser estudiadas, analizadas, discutidas y contrastadas; basadas en unos supuestos inconsistentes que tenían más de sueño o de capricho que de sentido común. Pero tranquilo, que en esto no nos salvamos ninguno. Así somos las personas en general, ya que vamos aprendiendo a fuerza de equivocarnos una y otra vez, pero eso no significa que no podamos hacer algunas cosas para mejorar en este apartado.

Hay quien estará de acuerdo y quien no, pero lo cierto es que los problemas a los que cualquier persona se enfrenta en el presente casi siempre vienen determinados, en alguna forma, por algún error o serie de errores cometidos en el pasado. Y estos errores a menudo se relacionan con nuestra poca disposición a la paciencia. En estas cuestiones, las prisas nunca son buenas compañeras de viaje; de hecho, alguien comentó alguna vez que una de las grandes desventajas de hacer algo con demasiada prisa es que suele acabar también llevando demasiado tiempo, principalmente porque después tienes que dedicarte a reparar lo que se ha hecho mal. También un proverbio chino dice que el hombre corriente, cuando emprende algo, suele echarlo a perder por tener excesiva prisa por terminarlo. Seguro que la ansiedad por encontrar soluciones rápidas a los problemas tiene mucho que ver con la limitaciones que eso produce en nuestra capacidad para conseguirlas y con ello tendemos a parchear situaciones en lugar de a arreglarlas, dejando así las cosas sin ser resueltas de forma definitiva. No es de extrañar entonces que tarde o temprano nos volvamos a encontrar con los mismos problemas, posiblemente aún peor de como los dejamos.

La precipitación en la toma de decisiones es algo muy común en los mortales, ya que a nadie le gusta permanecer en una situación difícil e incómoda ni cinco minutos, ni tener que superar dificultades para conseguir algo que se desea; todos queremos pasar por encima de ellas lo antes posible, lo que nos genera una ansiedad e impaciencia que puede hacernos actuar de forma poco sensata. De hecho, una de las constantes que se producen en los momentos de dificultad o crisis personal es la tendencia a la precipitación, ya sea invirtiendo tiempo y dinero en ideas repentinas o haciendo sobresfuerzos, como si el trabajar más rápido y durante más horas nos pudiera sacar más rápidamente del barro.

Si te estás hundiendo en una ciénaga de lodo espeso, probablemente el chapotear con todas tus fuerzas para no hundirte sea una mala idea. Mejor es tratar de mantener la calma y moverse con cuidado en las situaciones arriesgadas, porque si no se meditan bien los pasos que vas a dar y no se dirigen los esfuerzos en la dirección correcta, lo que acabaremos consiguiendo será que cuanto mayor sea la energía que se aplique para resolver el problema, mayor será la resistencia que ese problema ejercerá contra ti y más complicada será su resolución definitiva. Hagámonos a la idea de que es inútil cualquier decisión que se tome o acción que se lleve a cabo si no se piensa bien y no se orienta adecuadamente. Por esto es tan importante el ejercicio de pensar muy bien las cosas antes de actuar, de tener claro cual es el origen del problema y determinar el factor que lo desencadena, porque es justo lo que se necesita para saber donde habrá que enfocar cualquier actuación o decisión.

En este sentido, estoy seguro que todos hemos caído más de una vez en esa trampa de la que deberíamos estar  escarmentados, por lo que a esta alturas tendríamos que saber que el alcanzar una objetivo o resolver una situación difícil no está garantizado simplemente aplicando la ley del máximo esfuerzo en lo que tengamos que hacer. Quienes hacen esas cosas son los niños de corta edad, quienes no entienden lo de regular esfuerzos, sino que emplean durante una determinada etapa de su crecimiento una gran cantidad de energía no solo para su motricidad, sino también en labores que no tienen una finalidad concreta; simplemente aplican toda la intensidad posible en la ejecución de cada paso y en cada detalle de lo que hacen mientras les quede una caloría por quemar. El motivo de esto es porque para ellos lo más importante es el proceso y no el fin del mismo, justo lo contrario de lo que estamos hablando aquí. Para nosotros, sin duda, lo importante es el fin al que queremos llegar y para ello se necesita más cabeza que músculo, más planificación que fuerza. Es como cuando sales al monte con la bicicleta y después de varios kilómetros de ruta llana y cómoda te encuentras con una larga y empinada cuesta que pretendes subir al mismo ritmo que traías, sin valorar la pendiente ni tampoco tu capacidad de resistencia. Al final es muy probable que te quemes y tendrás que parar, eso si no llegas a lesionarte o te da antes una lipotimia que te deje para el arrastre.

De hecho, la vida cotidiana es en cierto modo como esa ruta en bicicleta; hay momentos en los que circulamos cómodos, avanzando con un ritmo razonable que podemos sobrellevar, incluso permitiéndonos disfrutar algo del paisaje. Pero de vez en cuando llegan repentinamente las subidas pronunciadas, a veces escondidas tras una curva, y es ahí donde tenemos que reaccionar correctamente y en segundos para poder afrontarlas sin que nos deje después agotados e incapacitados para continuar; ahí tenemos la clave. Y si no nos ha dado tiempo de analizar correctamente la ecuación antes de llegar a ese momento de dificultad, pues nos bajarnos de la bici y caminamos un rato; es mejor eso que correr un riesgo excesivo e innecesario. Ya habrán otros momentos mejores para dar un acelerón.

Pensemos que la vida nos pone contantemente a prueba y nos mantiene en un estado de tensión y presión permanente al que se van a añadir nuestras inseguridades, miedos o incluso momentos de pánico, los cuales podrían debilitarnos e incluso bloquearnos, pero en los que estamos igualmente obligados a tomar decisiones. Y ya sean estas decisiones grandes o pequeñas, todas van a ir encaminadas, de un modo u otro, a conseguir hacernos sentir mejor y más seguros; pero si convertimos este deseo en una obsesión, podríamos llegar a dejarnos arrastrar de tal forma que, ante cualquier problema, tendríamos la tentación de adoptar decisiones fáciles y cortoplacistas que nos aparten de él cuanto antes y así poder pasar página, pero sin resolverlo; algo que con el paso del tiempo se podría convertir en un boomerang que volverá para ponernos aún en mayores dificultades. Tengamos en cuenta que mientras más problemas a medio resolver vayamos dejando por el camino, peor futuro tendremos más adelante, porque nos los volveremos a encontrar nuevamente como un gran muro que seguramente ya no podremos sortear. A las personas nos cuesta entender que el motivo de estar hoy en una situación determinada de la que queremos salir no tiene porqué estar relacionado con una causa reciente, sino que puede venir como resultado de una situación anterior, incluso muy anterior, que no fue resuelta adecuadamente. Hay que cambiar de mentalidad y mantener otro tipo de actitud.

Las consecuencias de nuestras decisiones pasadas pueden manifestarse o influir de muchas formas en el futuro, por eso es tan importante tratar nuestros problemas de hoy desde una perspectiva más amplia que la de algo que simplemente nos llega sin más o nos viene impuesto por las circunstancias. Cuando se habla de cambiar de mentalidad, se trata en parte de entender nuestra realidad y de tenerla presente en nuestras decisiones, no de apartarnos de la parte de ella que nos incomoda, haciendo como si no existiera, dejando las dificultades y los obstáculos a un lado, sin enfrentarse y tratar de superarlos para seguir avanzando por el camino que nos lleva a nuestros objetivos. Ciertamente todos tenemos objetivos que de algún modo nos hemos marcado y sentimos instintivamente una especie de necesidad constante por querer alcanzarlos. Superar los problemas que nos vamos encontrando forma parte del juego; no sirve de nada ignorarlos salvo para convertirlos en un lastre cada vez más pesado.

Pero somos humanos, de esos seres que tropiezan dos o más veces en la misma piedra. Nos cuesta desprendernos de determinados vicios que cuelgan de nuestra personalidad, así que volverán a aparecer los miedos, las ansiedades y las prisas, por lo que una vez más tendremos la tentación de no meditar lo que vamos a hacer antes de fastidiarla. Y es que a esta sociedad de hoy no le gusta esperar a nada, todo se hace con la sensación de que el tiempo se acaba, de que nos pillará el tren, de que se nos pasará el arroz, sin entender que hay una verdad incuestionable que no podemos evitar: que las soluciones a los grandes problemas requieren de su tiempo. Esas soluciones a veces vienen de pequeñas acciones, de sencillos cambios en nuestro entorno; no existe la solución perfecta para nada, porque todo está sujeto y condicionado por muchas cosas.

Tal vez si fuésemos robots contaríamos con un sofisticado sistema de alerta que nos permitiera responder de forma automática y eficaz a cualquier situación que se produzca en nuestro entorno, pero no…, no somos robots; solo somos unos seres biológicos, enganchados a la endorfina, que actuamos más por reacción emocional que racional. Lo único que podemos hacer es conocer y tratar de gestionar nuestra forma de reaccionar, ya que el mecanismo del ser humano funciona de tal forma que nos resulta imposible mantenernos permanentemente alerta y ser capaces de percatarnos absolutamente de todo lo que sucede en nuestro alrededor para actuar de forma infalible, ya que eso probablemente nos volvería locos.

Nuestra tendencia natural es el reaccionar ante cualquier señal de peligro o necesidad casi de forma instintiva; a menudo sin paramos unos segundos a pensar cómo actuar; más bien reaccionamos de inmediato sin pensarlo lo suficiente y sin ser plenamente conscientes de las consecuencias de muchas cosas que hacemos o decimos. Estaría bien ser capaces de controlar todo eso, pero en la vida no podemos pretender analizar permanentemente y en profundidad hasta las problemáticas más simples del día a día, ya que para cuando hubiésemos llegado a una conclusión sobre la situación, ya nos habrían pasado por encima.

Está claro que es imposible tener control de todo y no equivocarnos en algunas cosas, pero podemos aplicar ciertas pautas que nos ayudarán a mejorar en ello. Ante todo, debes conocerte a ti mismo, ser consciente de tus emociones y de cómo estas condicionan tu actitud y forma de actuar frente a las condicionantes de tu entorno; eso sí…, me refiero a las condicionantes de hoy, no las que hubo en el pasado ni a las que supuestamente habrá en el futuro. El foco debes ponerlo en el presente, entender sus riesgos y ser consciente de tus posibilidades reales y de tus limitaciones. Intenta darte un margen de tiempo para tratar de ver las cosas desde diferentes perspectivas. En realidad, las decisiones no son correctas o incorrectas, solo son necesarias o irrelevantes, pero todas ellas son irrenunciables, porque la vida consiste en estar decidiendo constantemente, incluso a veces sin darnos cuenta de que lo estamos haciendo. Unas decisiones que, en muchos casos, van a determinar nuestro futuro, pero que el no tomarlas nos impediría progresar positivamente hacia él.

Miguel Ángel Beltrán

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Si vas a emprender, inspírate en el fracaso.

Diría que una de las diferencias existentes entre las personas que siempre luchan por superar los obstáculos y las que se rinden al primer tropiezo, es que las primeras suelen creer en sí mismas y son conscientes de su propio potencial, mientras que las otras, ante las mismas dificultades, tienden a ser conscientes únicamente de sus circunstancias y a dejarse abandonar a ellas.


¿En qué grupo consideras que estás tú, en el del potencial o en el de las circunstancias?. Si estás pensando en emprender algo y crees verte más bien en el segundo grupo, déjame que comparta contigo algunas reflexiones sobre a qué te vas a enfrentar; al fin y al cabo las he sacado de mis propias experiencias y tengo la espalda metafóricamente llena de cicatrices por haber hecho durante mucho tiempo exactamente lo contrario a lo que ahora predico.

De entrada, debes saber que un emprendedor se define por su habilidad para identificar oportunidades, crear proyectos y llevarlos a cabo (o al menos intentarlo). No todo el mundo es emprendedor ni tienen por qué, faltaría más. Los emprendedores son personas con determinadas capacidades que llevan incorporadas de serie o que adquieren con preparación, pero sobre todo cuentan con una actitud que les empuja a desarrollar ideas para responder a necesidades concretas; es como un gusanillo cansino que tienen en el estómago y que no les deja en paz.


Pero además, lo que caracteriza al emprendedor es su determinación y carácter frente al desafío, el riesgo y la incertidumbre. Y es que un emprendedor de verdad no le tiene miedo a la incertidumbre, o al menos la sabe controlar muy bien. Incluso disfruta por el mero hecho de emprender algo; y si fracasa, pues fracasa… Con el panorama actual, todo un valiente, sin duda alguna…


Precisamente es en el fracaso donde el verdadero emprendedor demuestra su actitud y las razones que lo definen como tal. Él tiene claro que hasta de ello se obtiene un cierto beneficio, en forma de conocimiento y experiencia, que podrá aplicar después para estar más cerca del éxito que busca. Por eso, después de caer a plomo contra el suelo, se levanta, se limpia un poco la sangre de la nariz y lo vuelve a intentar, el muy cabezota…


Decía Churchill que el éxito es la capacidad de ir de un fracaso a otro sin perder el entusiasmo; una gran verdad; todo mi reconocimiento a esa figura histórica. Pero además del entusiasmo, es de los errores y las decepciones de donde se endurece el músculo que nos permite fortalecernos, mejorar y poder avanzar. Sin duda, un emprendedor de verdad entiende estas reglas como lo que son: “píldoras de conocimiento imprescindibles para su propio desarrollo y crecimiento”.


Y no…, no hay aprendizaje sin errores, como no hay éxitos sin fracasos. Nada de excusas y de buscar culpables ante ellos, porque el sentirse un fracasado no es algo que te hayan transmitido o impuesto; el fracaso ni se transmite como un virus ni se impone como un castigo divino; es solo una percepción que depende únicamente de ti y solo de ti.


Pero cuidado…, más allá del motivo que tengas para emprender tu proyecto, plantearte un reto o de cualquier otra razón que te impulse a dar un paso al frente a pecho descubierto, lo que te debe empujar por encima de todo a hacerlo es la ilusión, porque es una de las pocas cosas capaces de hacerte reaccionar ante la incertidumbre y los obstáculos. Bueno…, eso y la desesperación…, pero esto último no es aconsejable. De hecho, tengamos clara una cosa; la decisión de crear un negocio o de iniciar un proyecto personal no puede ser la única razón de emprender. Si eso fuese así, puede que en realidad la decisión de hacerlo solo signifique una huida hacia adelante que viene provocada por motivos muy distintos al supuesto deseo de querer hacerlo. En estas cuestiones uno tiene que ser muy honesto consigo mismo.


Lo importante para emprender algo es, además de la idea, el tener suficiente motivación para ello. Puedes tener esa idea o una razón o necesidad poderosa para hacerlo, pero el combustible capaz de generar esa motivación siempre será, justamente, esa ilusión de hacer algo que merezca la pena.

“El único verdadero fracaso es aquel del que no hemos aprendido nada”.
Henry Ford

Otra cosa más…, si pese a dudas y miedos te vas a lanzar a la aventura de no conformarte con lo que eres y con donde estás, de construir un proyecto o de tratar de alcanzar un sueño, es importante que revises y te replantees el significado que tiene para ti el éxito y el fracaso, ya que el uno no existe sin el otro, sino que se complementan. Hasta que no aceptes esto, no estarás realmente preparado para afrontar lo obstáculos que debe superar cualquier emprendedor y con los que, sin duda alguna, te vas a encontrar de frente.


Pero no te desanimes por eso…, en cierto modo un recorrido que presente pequeños o grandes obstáculos y errores que vamos corrigiendo puede ser incluso más beneficioso que uno libre de ellos. Con los errores se aprende y se progresa, sin los errores no. Tener errores es inevitable y en cierta medida necesario, lo que verdaderamente importa es la experiencia que obtengamos de ellos. El fracaso real se produce cuando no obtenemos ningún aprendizaje y además, nos damos por vencidos.


Por ir acabando, por aquello de insistir…; lo que permite a cualquier persona alcanzar el éxito en el reto que se plantee, tenga o no tenga aptitudes para ello, es su capacidad de superar adversidades y reponerse ante las caídas, de ser perseverante, luchador y capaz de no perder la confianza en sí mismo.
Si no tienes ese espíritu luchador, tendrás que buscar la manera de desarrollarlo. Y si no eres capaz de hacerlo, mejor no emprendas y sigue remando.

Miguel Ángel Beltrán

Construyendo tu plan de vida.

Todos queremos tener éxito y una vida satisfactoria, alcanzar un destino en el que nos sintamos bien con nosotros mismos y con lo que hemos conseguido.

Para llegar a esa situación ideal debes tener un plan de vida trazado. Necesitas saber hacia donde te diriges y qué metas te planteas. Si eres de los afortunados que lo saben, posiblemente ya hayas trazado ese plan y estés trabajando en ello. Si por el contrario no sabes hacia donde vas, es imposible que llegues a alguna parte y posiblemente acabes perdido.

Las personas que tienen éxito se diferencian de las que no lo tienen fundamentalmente porque saben hacia donde van, porque conocen qué camino deben tomar para llegar a sus metas y el motivo por el que han decidido recorrerlo y afrontar los obstáculos que se presenten.

Para poder saber cómo avanzar hacia el éxito en la vida es necesario el preguntarse antes qué significa eso. Sin embargo, hay quienes aún teniendo clara la respuesta a la pregunta, ni tan siquiera saben el destino al que quieren dirigirse porque no se han parado un momento a establecer su plan de vida y desconocen qué rumbo tomar.

Si este es tu caso, no hay por qué preocuparse ya que no hay nada excepcional en ello: a muchas personas les pasa… Se saben arrastrados por una corriente que no pueden dominar y finalmente se dejan llevar lo mejor que pueden por ella, renunciando a seguir luchando por sus sueños, ya que no saben como cambiar de rumbo, ni hacia donde dirigirse.

En las escuelas de primaria se les pregunta a los niños qué quieren ser de mayores, pero a menudo no se les explica lo que deben hacer para llegar a serlo. Esto deben ir descubriéndolo ellos mismos a través de la formación y experiencia que van adquiriendo, pero muchas veces su trayectoria o circunstancias particulares no les ayuda a avanzar en esa idea, sino que los acaba confundiendo a medida que van creciendo, llegando a una edad adulta sin haber resuelto la respuesta a la gran pregunta, con el riesgo añadido de derrochar tiempo y esfuerzo en una preparación que acabará llevándolos por un camino que no es el que en su día soñaron.

Es terrible el no saber qué queremos hacer en nuestra vida; te hace sentir mal, incompleto, perdido… La mayoría de las personas piensan que el momento de decidir su camino es cuando se es joven y tienes tiempo para tomar estas decisiones y luchar por conseguirlo. Si esto es así, entonces el no hacerlo cuando eres joven supone el riesgo de meterte rápidamente en los treinta y tantos pensando que has perdido tu tren y que ya no vas a poder alcanzar nada más allá de una vida que no te satisface y que te hará percibir que no has sabido aprovechar todos tus años de esfuerzo y que has desperdiciado tu tiempo.

Si no controlas eso, luego la cosa empeora cuando alcanzas la barrera de los cuarenta y empiezas a perder la motivación por seguir intentándolo; no te crees capaz de cambiar el sentido que toma tu vida y el sentimiento de inseguridad comienza a tomar el control. Ya no estás para aventuras, te dices, mientras aceptas que no te sientes preparado ni con ganas de luchar por mejorar, crees que ha llegado el momento de priorizar la estabilidad y la seguridad, de renunciar a sueños y ambiciones personales para ser más práctico y realista.

Te vas enfriando y cuando te has dado cuenta, has llegado a los cincuenta abandonando definitivamente cualquier deseo de esforzarte en conseguir algo mejor que lo que tienes, algo que se acerque mínimamente a lo que un día soñaste. Caes en la apatía y finalmente, casi sin darte cuenta, llegas a la edad cercana a la jubilación con una cierta o evidente percepción de fracaso; has acumulado experiencia y sabiduría suficiente para darte cuenta de los errores que cometiste a lo largo de todos estos años, de lo equivocado que estabas y de que ya es demasiado tarde para todo.

Si piensas esto, vuelves a equivocarte.

El error es que no hay realmente una edad para iniciar algo que quieras llevar a cabo. Lo único que hay es un lastre pesado, mezcla de frustración y desmotivación, que no te deja ver con claridad la realidad y que va aumentando de peso a medida que van pasando los años. Pero en realidad nada ha acabado del todo mientras estés vivo, por eso siempre hay que tener un plan vital, incluso cuando has finalizado tu etapa laboral y llegas a tu jubilación; de hecho, sobre todo entonces.

Si has llegado hasta este punto de mi relato, seguramente será porque de algún modo te identificas con lo que estoy diciendo. Si es así, piensa que lo tuyo no es una excepción. Mucha gente, sino la mayoría, nunca se ha parado a pensar seriamente en trazar su plan de desarrollo personal o un plan de vida. Esto es precisamente lo que las hace caer en lo que decía anteriormente; no saber qué quieres hacer y donde quieres llegar te consume. ¿Vas a consentir que eso pase contigo?.

Pues traza tu plan, busca tu propósito, define las metas…, hazlo en función de tus circunstancias personales, pero hazlo. Piensa donde quieres estar dentro de un año, de cinco o de 10; da igual la edad que tengas ni el momento en el que estés ahora, porque nadie sabe qué va a pasar en las próximas 10 horas. Ponte a trabajar en ese plan de forma inteligente y realista, pero no te pongas más límite que aquello que de verdad deseas conseguir.

Los planes deben incorporar metas a corto, medio y largo plazo. Y pueden ser metas diversas que se relacionan con los valores personales de cada uno. Muchas personas tienen cosas que les gustaría cambiar en sus vidas, iniciar otro rumbo y nuevas dinámicas que le alivien del estrés y le aporten bienestar. Y sí…, ya sé que es más fácil soñar estas cosas que hacerlas, pero al crear un plan de acción específico y seguirlo de forma constante, será mucho más fácil avanzar y las posibilidades de alcanzar el éxito serán mucho mayores. Contar con un plan te permite tener claros los pasos a realizar y corregir desviaciones en el camino. ¿Pero cómo debemos hacerlo?.

No hay fórmulas magistrales en esto, como en muchas otras cosas. Pero lo que es seguro es que lo primero que se debe hacer es concretar qué cosas son las que no funcionan bien en tu vida, porque cuando estás tratando de entender hacia donde ir para estar mejor, necesitarás saber antes qué se debe arreglar.

Empieza por ir enumerando todo aquello que percibas como algo negativo y evaluando cada factor desde diferentes áreas. Se puede plantear haciendo una lista escrita en una libreta, pero cubriendo los aspectos que son más importantes para ti, ya sea el trabajo, la familia, el bienestar, tu situación económica o tus relaciones personales. Piensa en ello en base al peso que tiene cada una sobre tu situación actual y determina cómo te están afectando realmente. Esto es necesario para tener claro lo que es realmente importante y lo que esperas conseguir.

Revisa en profundidad esa lista de cosas que crees que no están funcionando bien y plantéate cuales de ellas son las que te limitan o te absorben más energía. A menudo es importante parar un momento y mirar reflexivamente a nuestro entorno, ya que puede que aquello que pensábamos que nos afecta negativamente o nos bloquea, en realidad no sea la verdadera causa y resulte ser otra distinta mucho más cercana y más fácil de solucionar de lo que pensábamos. Te pondré un ejemplo.

Muchas veces dejamos pequeñas tareas por hacer y las dejamos para más adelante. Aunque no lo parezca, esto es un lastre que, de forma inconsciente, va consumiendo nuestra energía y nos crea estrés. No les damos importancia pero la tiene. Es aconsejable terminar estas tareas y quitarlas de tu subconsciente; verás que te sentirás mucho más aliviado para afrontar lo que te hayas propuesto. Ciertamente hay que priorizar, pero también se deben eliminar los pequeños obstáculos en el camino para poder dar pasos más grandes hacia las cosas que son realmente importantes para ti.

Establece actividades que te saquen de la rutina actual y que apoyen e impulsen el plan que decidas trazar. Por ejemplo, si deseas comenzar a hacer ejercicio con más frecuencia, incorpora esto como parte de tu agenda, ya que el establecer nuevas pautas en tu vida te ayudará a motivarte y a seguir adelante. Deja atrás el “debería hacer” y mete en tu cabeza el  “lo estoy haciendo”, cambia tu escenario. Al final toda meta consiste en estar contento con el lugar en el que te encuentras en la vida y en este momento.

Piensa que las personas son prácticamente incapaces de sentirse totalmente satisfechos consigo mismos y con su situación personal actual, esto suele pasar casi siempre, incluso a aquellas personas que creen gozar de una vida equilibrada y exitosa. Los psicólogos dicen que esto se debe a que tendemos a llegar a situaciones concretas en la vida que supuestamente son ideales, pero que solo es al conseguirlas cuando nos damos cuenta de que carecen de significado para nosotros y de que no son lo que realmente deseamos o hemos soñado.

La verdad es que no hay ser humano que no tenga un deseo o un sueño. Y muchos de ellos posiblemente consideren que sus deseos y sueños son totalmente irreales e inalcanzables. Por lo tanto, la mayoría abandona cualquier intento de ir a por ellos por el miedo al fracaso o porque lo ven absolutamente fuera de su alcance. Pero seguro que entre ese sueño que está a años luz de nuestras posibilidades y nuestra situación actual, hay muchos otros que sí podemos alcanzar y que también nos harán felices. Solo hay que enumerarlos, establecer un orden de objetivos razonable y ponerse a trabajar.

Los sueños que se hacen realidad son los que pasas de tu cabeza a una hoja de papel. Tus ideas cobran vida cuando las transfieres de tu mente al mundo real, como un artista que pinta en un lienzo la imagen que solo él tiene en su imaginación. Y tu plan es como un lienzo en el que plasmas tus deseos personales; es un proyecto de vida el cual debe tener un seguimiento y también correcciones sobre la marcha. Son una sucesión de fases que debes ir superando y que debes ir revisando puntualmente para mantenerte en la dirección correcta a seguir a lo largo de los años.

No olvidemos que el plan de vida no es un guion infalible, también puede fracasar si no lo tomas en serio. En realidad ese plan es simplemente un compromiso que defines para ti mismo en base a lo que te gustaría ser o conseguir; es una promesa escrita en un papel en el que estableces las metas que deseas lograr.

Pero si solo se trata de concretar lo que uno tiene en mente ¿por qué es tan necesario escribirlo?. Pues simplemente porque tienes tantas cosas en la cabeza y suceden tantas cosas en el día a día que tenderás a olvidar lo que en su día planeaste y eso acabará sacándote de la ruta que marcaste, y eso hay que evitarlo.

Aristóteles decía que, para avanzar, lo primero que se necesita es tener un objetivo claro y definido al que dirigirse, además de contar con los recursos necesarios; sabiduría, dinero, herramientas y métodos. Después solo habrá que enfocar todos estos recursos para el logro de tus metas y aderezar todo eso con mucho trabajo. En este sentido, los mejores recursos con los que podrás contar para alcanzar el éxito con tu plan de vida serán, sin duda, tu esfuerzo y tu perseverancia. No lo dudes, empieza sin demora con ello.

Miguel Ángel Beltrán