Después de mas de 25 años en lo profesional, siento que es hora de hacer algún balance de los logros alcanzados y de los fracasos afrontados, del tiempo aprovechado y del desperdiciado. ¿Qué es lo que me habría gustado?, ¿qué podría haber hecho mejor?.
Supongo que todos llegamos a un momento en nuestra etapa profesional en el que nos hacemos preguntas sobre nuestras experiencias vividas a través de ella y tratamos de compararlas con las expectativas que fueron marcadas antes de comenzar a afrontar retos y compromisos. Dicho esto y ya que la cosa va de senderos recorridos, debo reconocer que la primera sensación que percibo es la de un cierto desasosiego, ya que mi trazado no ha sido el que marqué en el mapa, ni fue mi objetivo soñado. Por lo tanto, si el balance final debe establecerse comparándolo con mi horizonte inicial, entonces debería entender mi trayectoria como un fracaso, puesto que ha salido definitivamente desviada y me ha llevado muy lejos de donde esperaba estar.
Pero un momento…, ¿me estoy haciendo las preguntas correctas o es que me estoy equivocando en las respuestas?. ¿Realmente son tan importantes nuestras expectativas iniciales en nuestra valoración final o hay algo erróneo que parte de ese deseo, a veces enfermizo, por conseguir la plena satisfacción profesional para colmar un ego interior inconfesable?.
¿Realmente nuestra misión en la vida es simplemente alcanzar el nivel de incompetencia y entonces sentarnos en un sillón a contemplar la obra o se trata de otra cosa algo más compleja?. La verdad es que, más allá del orgullo de destacar en algo, no hay muchas cosas que puedan ser más satisfactorias para un auténtico profesional que el haber contribuido al éxito de un equipo o de una empresa y poder compartirlo con el resto.
Tal vez nuestra humanidad no sea tan egoísta como aparenta ser, si es que es verdad eso de que al final su naturaleza nos empuja instintivamente hacia lo que verdaderamente importa. No obstante, puede que nuestro principal problema sea que somos incapaces de darnos cuenta de ello y esto represente una de las causas por las que algunas personas tienden a ver desequilibrada su autoestima o a acabar ahogados en frustración, sentimiento de culpabilidad o de mediocridad.
Pero lo cierto es que resulta indiferente cual sea tu profesión, tu responsabilidad, el nivel del puesto que alcanzarás…, al final estarás ahí para hacer una labor que de alguna forma estará destinada a ayudar a otros a realizar la suya como parte de un objetivo común. Aunque siendo honestos…, la realidad no es en muchos casos así de ideal.
Para empezar, ni somos sinceros con nosotros mismos ni tampoco lo somos con los demás. En lo profesional impera el egoismo y la falta de generosidad, no comparamos nuestro rendimiento con las expectativas iniciales sino con las de los demás, medimos nuestro éxito en el fracaso de otros y nuestra frustación proviene en realidad de una mezcla corrosiva e inflamable de envidia y ambición que prende frente al fracaso propio y ante el éxito ajeno. Tendemos a dosificar esfuerzos en función de nuestros propios intereses individuales y no en los del equipo, no compartimos experiencia en la estúpida creencia que eso nos mantendrá a salvo en nuestro puesto de trabajo, ni ponemos interés en ser mejores para ser más útiles… En realidad no hay un compromiso real, solo una fachada interesada e individualista que representa un auténtico cáncer para el futuro de cualquier empresa; una lacra contra la que vale la pena perder un par de horas rompiéndose la cabeza para escribir este ladrillo a altas horas de la noche que posiblemente no interese a nadie.
Por lo tanto, si quieres valorar la propia trayectoria profesional, déjate de medallas y de golpes de pecho y piensa con sinceridad en cual ha sido tu aportación a la trayectoria del resto, en qué modo esa aportación ha contribuido a que otros alcancen sus metas y cual ha sido su impacto en el objetivo común establecido. Entonces sabrás si has tenido éxito en tu vida profesional o si en realidad no has sido más que un “bluf” perfectamente prescindible y culpable de su propia frustración, en cuyo caso te invito a trabajar desde ahora en establecer nuevos objetivos, en buscar otro sendero distinto que te lleve a la meta correcta.
Miguel Ángel Beltrán
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