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El poder de tus convicciones te hará liderar.

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Es probable que nadie esté realmente preparado para afrontar un futuro que desconoce, todos sentimos una cierta inquietud sobre lo que está por venir y es natural que esto sea así, aunque unos lo lleven mejor que otros. El tener al lado a alguien con un fuerte sentido de convicción hace que los temores se hagan más soportables, y esto pasa en la vida profesional y en la personal.

Tal vez esta sea la explicación de hasta que punto ese convencimiento interior es tan importante para quien pretende transmitir a los demás una idea, una opinión, la necesidad de tomar una decisión sobre algo o simplemente generar confianza en el futuro.

El poder de convicción es una cualidad que todos necesitamos para avanzar hacia los objetivos que nos hemos marcado en la vida y siempre está muy presente de forma poderosa en las personas y en los líderes de éxito. Es sin duda algo muy importante en quienes tienen que asumir la responsabilidad de ponerse al frente de otras; ya sea para guiarlas, para darles formación o simplemente para exponerles una idea u opinión sobre algo

La convicción firme en los propios valores e ideales es algo que se percibe en la actitud y que permite proyectar una imagen de seguridad que es determinante en la capacidad de influencia sobre los demás. Pero cuando hablamos del poder de convicción no nos referimos a la generación de confianza y seguridad, eso viene después; de lo que hablamos es de la capacidad de defender una determinada visión de las cosas, llegando incluso a que los propios planteamientos y valores sean adoptados por otras personas. Hablamos de persuadir, convencer y de influir en la actitud de los demás a partir de la fortaleza de la nuestra.

La convicción firme en los propios valores e ideales es algo que se percibe en la actitud.

Ciertamente la convicción es una cualidad inherente al liderazgo. Puedes fortalecerla si te pones en ello; empezando por determinar y comprender perfectamente tus propios valores y creencias, así como los motivos que te han llevado a ellos. Puede no parecer importante, pero lo es, ya que tener claro en qué consisten esos valores y creencias en los que te apoyas y mostrar determinación por defenderlos, será imprescindible para hacer que quien te escucha perciba autenticidad en lo que le estás diciendo.

Ten esto bien presente, porque deberás demostrarlo cuando tengas que hacer una presentación a directivos de tu empresa o dar respuestas en una reunión difícil con clientes, redactar un artículo que quieres publicar o grabar un podcast como este que escuchas. Y no solo eso, también será importante en tus relaciones personales y familiares, porque el tener convicciones fuertes va de cómo afrontamos los desafíos que nos plantea la vida, no solo el trabajo.

Sin duda, todo esto condiciona el desarrollo de nuestra vida personal y profesional. Desde que comienza el día nos lanzamos a una continua labor de comunicar y convencer a otros de nuestros deseos, valores, ideales y percepciones sobre lo que nos rodea; todo aquello que creemos que es importante según nuestra visión personal.

Por ese motivo, el transmitir autenticidad en el modo de hacerlo y decir siempre la verdad sobre la base de esa visión personal, sin entrar en la hipocresía o en la prepotencia, es lo que realmente marca la diferencia respecto a los demás y atrae a las personas, las cuales acabarán por querer escuchar lo que quieres decir y por valorarlo.

Es en este punto donde empieza tu capacidad de persuadir, de ser relevante y de ser también respetado. Si eres fiel a tus ideas, crees firmemente en tu visión de las cosas y consideras que es importante compartir ese enfoque con los demás para que puedan beneficiarse de ello, en lo que acabas convirtiéndote es en un divulgador de valores y con ello comenzarás a adquirir capacidad de influencia. Como decía anteriormente, la convicción es una característica del liderazgo y es imprescindible para poder inspirar y generar entusiasmo en los demás.

El líder de éxito requiere una fuerte convicción. En el ámbito profesional las cosas cambian rápido y en los tiempos de incertidumbre como los actuales resulta agotador mantener la mente centrada y la tranquilidad; las circunstancias del entorno son cambiantes y esa constante sensación de inestabilidad pone en riesgo precisamente la percepción de seguridad y confianza en las personas.

Estas son las situaciones que todo líder quiere alejar de su equipo como sea y es en la fortaleza de sus principios y convicciones en lo que apoyará cualquier iniciativa que emprenda para conseguirlo.

La convicción es una característica del liderazgo y es imprescindible para poder inspirar y generar entusiasmo en los demás.

Lo que aporta el poder de convicción es la capacidad de transmitir certeza ante situaciones estresantes. Promover la idea de que las cosas saldrán bien es una potente medicina para reducir la ansiedad y el miedo en un contexto incierto, porque la percepción de seguridad y de convencimiento en que se superarán los problemas es algo que se va filtrando en el subconsciente y nos hace reaccionar positivamente; nos levanta el ánimo. De ahí que el verdadero liderazgo de éxito no sea el que trata simplemente de dominar o controlar la situación a través de la imposición de una autoridad o de una disciplina rígida para mantener a cada uno en su puesto.

Lo que esperan las personas del papel que desempeña el líder es un comportamiento ejemplar el cuál imitar; alguien que aporte esa sensación de certeza y de confianza en el futuro inmediato, que no aplique la fuerza de su liderazgo sobre las personas sino sobre los problemas a superar; que sea un guía con instinto y convicción para resolver problemas.

No hay duda de que, si hay algo que caracteriza a los buenos líderes, es que suelen tener esas fuertes convicciones y una evidente confianza en sí mismos. Su visión del futuro la tienen más clara que los demás y lo afrontan con un entusiasmo que no tratan de disimular en absoluto, aunque evitan pasarse de frenada y parecer pedantes; de hecho, la humildad es otra de las características típicas de estas personas. Parece que arrastren una aureola invisible que ejerce su propia fuerza de gravedad, atrayendo a su órbita a otras personas necesitadas de algo que les ayude a superar su espiral de desmotivación y de dudas.

El entusiasmo y el optimismo son siempre contagiosos y mucho más cuando las cosas se han puesto difíciles.

El verdadero líder con convicciones es el que realmente inspira confianza en los demás. Y lo hace con las acciones, no solo con las palabras. Aquí no se trata de ser un excelente predicador, capaz de hipnotizar a otros con palabrería endulzada para llevarlos a su terreno. Los líderes con convicción y las personas que tiene éxito en lo que emprenden, sea un negocio, crear una familia o escalar el Everest, no dudan en intervenir frente a una dificultad cuando es necesario y demuestran a quienes dependen en algún modo de ellos una actitud resolutiva y un comportamiento que debe ser un ejemplo de lo que deben hacer también.

Este tipo de gente no se mira en el espejo de los demás para actuar, lo hacen sobre la base de esas convicciones y son autocríticos en el caso de estar equivocados o en el caso de que no lo estén; reflexionan sobre el resultado positivo o negativo de sus decisiones y se ponen inmediatamente a trabajar en las correcciones que sean necesarias para mejorar el resultado. De hecho, no les cuesta reconocer los errores; asumen sin matices sus responsabilidades cuando el resultado de una decisión no es bueno.

El verdadero líder con convicciones es el que realmente inspira confianza en los demás.

Conozco a muchas personas que suelen quedarse bloqueadas ante las dificultades, anuladas por una especie de pánico e incapaces de reaccionar. ¿Te has parado a pensar en ello?; ¿cómo reaccionas tú cuando los problemas se te han acumulado de golpe?, ¿te bloqueas o te lanzas a por ellos?. Es una interesante reflexión, porque cuando miramos hacia nuestro interior y analizamos nuestro comportamiento en determinadas situaciones es cuando realmente podemos ver donde estamos en relación con nuestras convicciones personales.

En ese sentido, hay algo que deberíamos tener presente; es el hecho de que todos arrastramos nuestra propia carga de angustia y miedo. Al fin y al cabo, compartimos la misma fragilidad biológica y la misma exposición al desgaste emocional que provoca el no tener el control total sobre nuestras circunstancias; la diferencia entre quien aguanta esa carga y quien tiende a hundirse con ella está en cómo deciden unos y otros actuar ante esa realidad.

A mí me gustaría tener control en todo y sentirme a salvo cada minuto de mi vida, pero de la misma manera que te pasa a tí, yo también vivo a merced de mi entorno y es importante entender que no podemos mantener todo bajo control. Lo que sí tenemos en nuestras manos es la decisión de creer que podemos hacerlo y convertir eso en nuestro punto de apoyo para que seamos nosotros mismos los que tomemos decisiones sobre cómo afrontar esas circunstancias y no que estas sean las que decidan.

En definitiva, las situaciones pueden tomar múltiples direcciones diferentes, por lo que tratar de tener control absoluto en todas ellas representa un consumo de energía demasiado grande. La solución no es obsesionarse por el control, sino por mantener la calma y no permitir que el estrés nos paralice.

Las personas con fuertes convicciones son capaces de transmitir confianza; es por esto, entre otras cosas, que son admirados por su actitud y considerados por las organizaciones para liderar a otros. Ellos han aprendido a manejar sus propias emociones de manera inteligente, controlando ese miedo que se produce de forma instintiva cuando aparece la incertidumbre e impidiendo así que se apodere de la situación.

Aquí acaba este episodio dedicado al poder de la convicción, una cualidad que sin duda es muy importante en tu desarrollo personal y profesional. Espero que te haya parecido interesante; si es así, te agradeceré que lo valores positivamente y lo compartas con otras personas a las que creas que les puede ser de utilidad. Y si te gusta La Guarida de Lycon, suscríbete para que no te pierdas los próximos contenidos.

Te espero.

Hasta pronto.

Miguel Ángel Beltrán

Pon orden en tus cosas y avanza hacia donde deseas.

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No sé lo que quiero ser, pero no quiero ser lo que soy…. Si esta frase o una similar se te repite en la cabeza de forma recurrente, debes saber que no estás solo. Hay mucha más gente a la que le pasa lo mismo, tienen esa misma inquietud y la misma sensación de no estar conformes con el camino que recorren y tratan constantemente de encontrar algún modo de cambiar de dirección; pero cada vez que lo intentan, acaban un poco más perdidos de lo que ya estaban antes.

El encontrar la respuesta a la pregunta ¿qué quiero ser y hacer con mi vida? puede que parezca algo sencillo para algunos, pero en realidad es una de las cuestiones más difíciles de resolver; tanto es así que mucha gente se pasa toda esa vida intentando contestarla sin éxito.

Siendo prácticos y dejándonos de rodeos, podríamos afirmar que, en realidad, lo que desea la inmensa mayoría de personas es hacer lo que realmente les gusta, sentirse realizados, vivir en plenitud, disfrutar al máximo y sobre todo, sentirse felices con todo ese conjunto de cosas. Por lo tanto, si lo miramos así, habrá que pensar que ya sabemos perfectamente lo que queremos ser y hacer en la vida, pero lo que falla es cómo nos planteamos la pregunta. Y si esa pregunta falla en su enfoque, no podemos esperar que las respuestas sean muy acertadas.

Tal vez lo que en verdad nos deberíamos preguntar no es qué queremos ser o hacer en la vida, sino qué debemos hacer para conseguir ser felices, y a partir de ahí empezar a dibujar nuestro plan de desarrollo personal.

Solo existe un camino, el de esforzarse al máximo y trabajar duro hasta el final.

Formamos parte de una sociedad en la que nos empujan a perseguir nuestros sueños y en la que nos dicen que para conseguirlos solo existe un camino: el de esforzarse al máximo y trabajar duro hasta el final. Y no solo eso, parece que se nos mete prisa para que nos pongamos de inmediato con ello, porque el tiempo pasa rápido y puedes perder tu tren. Como si fuese tan simple el llevarlo a la práctica y como si tuviera importancia el momento en el que lo hagas. ¿Qué más da si te pones con ello a los 20 años o a los 50???, es absurdo… A lo largo de nuestras vidas los sueños y los objetivos personales pueden variar y mucho, ¿o es que no puedo desear conseguir algo totalmente distinto con 60 años o más que con 30 años o menos?. La lucha por mejorar nuestras vidas no se acaba hasta que tú decides que ha acabado o la Naturaleza lo decide por ti.

Es obvio que el esfuerzo y el trabajo duro es un camino necesario; lo cierto es que la mayoría de personas entienden que los sueños vitales solo se consiguen arriesgándose y rompiéndose el lomo a trabajar. Y como esa parece ser la única verdad que se interpreta, muchos se lanzan directamente hacia el objetivo de alcanzar los respectivos sueños personales como quien se lanza de cabeza a una piscina sin comprobar antes la profundidad.

Si no se ha definido antes hacia donde se va, qué se pretende alcanzar y lo que se tendrá que hacer para conseguirlo, seguramente se fracasará, ya que malgastaremos grandes cantidades de energía y de recursos sin poder avanzar. Lo que vendrá después en una larga caída en un pozo de frustración, ya sea por no haber planteado correctamente la ruta a seguir o simplemente por habernos marcado unos objetivos excesivamente ambiciosos o poco realistas, que no se llegarán a conseguir más por una mala preparación y planificación que por la posibilidad de que sean imposibles.

De gente cansada de luchar para llegar a ninguna parte después de tanta decepción están llenas las consultas de psiquiatría. Desde mi punto de vista, el hecho de que muchas personas no sepan qué quieren ser y hacia dónde quieren ir, puede que tenga alguna relación con ciertos comportamientos sociales en la actualidad, como el de invertir la mayor parte del tiempo en trabajar esclavizados para tener más dinero y comprar más cosas con él; tal vez porque, de manera inconsciente, es lo que con mayor facilidad asociamos con la felicidad; por consiguiente, con lo que supuestamente queremos ser y hacer en la vida. Así es como hemos ido desarrollando una idea equivocada de nuestro encaje en esta sociedad de consumo, cada vez más materialista, narcisista y desquiciada.

De gente cansada de luchar para llegar a ninguna parte están llenas las consultas de psiquiatría.

Lo bueno que tiene el descubrir lo que realmente deseas hacer es que te permitirá focalizar todo ese tiempo y energía que ahora empleas en ir de un lado para otro como un pollo sin cabeza, en actividades, proyectos o metas que te mejoren como persona mientras haces lo que de verdad deseas hacer; afrontando objetivos que sean alcanzables y sobre todo que te ilusionen; porque cuando trabajas con la ilusión de hacer lo te gusta, es cuando te lo pasas bien y te sientes feliz, que al fin y al cabo es lo que estás en realidad buscando.

Cuando has despejado esas dudas y tienes un plan definido en el que has descrito las distintas fases de tu ruta hacia el objetivo, es cuando puedes focalizar los esfuerzos y empiezas a avanzar correctamente hacia él. ¿La razón?, pues porque lo que haces con ello es cubrir el vacío que hay entre lo que eres hoy y lo que quieres ser en el futuro, en lugar de pretender pasar de un estado al otro sin recorrer el espacio que los separa. Por lo general, en esto no hay atajos, ni se puede contemplar los golpes de suerte como un factor más en la ecuación. Se trata de hacer las cosas bien una y otra vez y de sentirnos satisfechos por ello como personas, aunque algunas de esas cosas no nos resulten gratificantes, pero sí sean necesarias.

Una cosa más…, para realmente alcanzar ese estado de satisfacción donde “lo que haces es lo que realmente quieres hacer, porque es lo que te gusta y te hace feliz”, vas a requerir disponer de tiempo. El problema es que el día tiene 24 horas durante las cuales hacemos numerosas cosas innecesarias que consumen nuestro tiempo y también nuestra energía. Así es imposible llegar a sentir plenitud en nada, lo que acabas sintiendo es agotamiento y además no avanzas en absoluto.

Hacemos numerosas cosas innecesarias que consumen nuestro tiempo y también nuestra energía.

La clave está en cómo canalizamos nuestros esfuerzos. Para conseguirlo, vas a tener que imponer un cierto orden en tus cosas; tienes que ir eliminando esos pequeños o no tan pequeños obstáculos que te frenan; hacer limpieza y despejar el camino todo lo posible para así ganar más espacio y tiempo disponible en tu vida, que podrás emplear en lo que realmente te ayudará a progresar. Porque es muy curioso hasta qué punto desperdiciamos tiempo y energía cada día en acciones intrascendentes que vamos creando nosotros mismos por nuestra falta de organización.

Puede parecer hasta absurdo el plantear esas acciones a las que me refiero; como cuando buscamos algo en una nevera llena de cosas absolutamente desordenadas; o tratamos de saber dónde demonios hemos dejado otra vez las llaves por nuestra costumbre de soltarlas en cualquier sitio cuando entramos en casa; o por nuestra manía de guardarlo todo por si un día lo necesitamos, pero cuando llega ese momento no sabemos dónde lo habíamos guardado…, podríamos seguir enumerando cosas durante horas. Parecen pequeñas tonterías, pero párate a pensar un momento en el tiempo que consumen y en el cansancio que van generando a lo largo del día, seguro que te harás una idea de lo que quiero decir.

Para progresar necesitas aplicar el término productividad también en tu vida personal, y para ser productivos hay que ser eficientes en lo que hacemos, solo así podrás aspirar realmente a llegar a alguna parte. La eficiencia es lo que te permite llevar a cabo de forma correcta una actividad, obteniendo con ello unos resultados con la menor cantidad de recursos que sea posible. Serás productivo en tu vida personal en la medida que completes tus tareas más importantes de forma satisfactoria siguiendo esa pauta y aprovechando al máximo tu tiempo.

Ten presente que solo podrás alcanzar un buen nivel de productividad en tu vida personal teniendo una buena organización y planificación de tus recursos, entendiendo también el tiempo como uno de ellos; de hecho, es el más importante de todos. Esto no es algo que se consiga fácilmente, requiere cambiar nuestros hábitos de comportamiento y nuestra actitud ante las tareas; ser constantes, aprender a priorizar, enfocarse en los logros diarios y en completar esas tareas una a una, no tratar de hacer varias de ellas a la vez, ya que esto suele llevar al resultado contrario que se pretende.

Cuando percibes que eres productivo sientes confianza y ésta te aporta energía para seguir mejorando. Las personas nos sentimos satisfechas cuando vemos cumplidas nuestras obligaciones con éxito; es una sensación muy saludable. Es como cuando cualquier domingo por la mañana te pones a lavar el coche; lo enjabonas y lo enjuagas, después lo secas cuidadosamente; limpias las alfombrillas, el salpicadero, el maletero, finalmente lo perfumas y cuando lo dejas aparcado frente a tu casa, le echas una última mirada desde cierta distancia para disfrutar del trabajo bien hecho… Por el contrario, si tu percepción es que no eres capaz de finalizar a tiempo tus tareas personales y las vas dejando pendientes, lo que te produce es una especie de sensación de estrés y angustia, porque ese trabajo que no has podido finalizar se queda abierto en tu cabeza y es como un lastre.

Cuando eres productivo sientes confianza y ésta te aporta energía para seguir mejorando.

Podemos hacer cosas irrelevantes que consumen nuestra energía y nuestro tiempo o podemos hacer cosas importantes que nos ayudan a avanzar y que nos aportan vitalidad. La vitalidad es energía y no puedes permitirte desperdiciarla en lo improductivo. Aplica esta norma en todo lo que emprendas y elimina el exceso de cacharrería inútil que solo te quita espacio y fuerzas; las cosas irán a mejor.

Las técnicas que habitualmente se emplean para que las personas aprendan a mejorar su vida personal y profesional se basan en eliminar lo que consume energía y reemplázalo por lo que la aporta. Hay que revisar en profundidad en qué dedicamos diariamente nuestro tiempo, de qué manera lo organizamos y cuanto de ese tiempo y esfuerzo dedicamos a lo que realmente importa. Se trata de un proceso de revisión y corrección de determinados hábitos que son perjudiciales en el objetivo de avanzar y de mejorar.

Esa sensación de que no quieres ser lo que eres es la señal de que no estás haciendo cosas que te gustan y eso no contribuye positivamente a sentirte feliz, más bien a lo contrario. La única manera de sacar algo de esto es replantear el modo de hacerlas para que las satisfacciones vayan llegando y recarguen los ánimos.

Aprende a resolver correctamente las tareas del día a día y aplícate cierta disciplina y constancia en ello; finaliza los asuntos que tengas pendientes; ordena tu armario y tu mesa, arregla ese interruptor que falla, elimina objetos inservibles, enfócate en hacer las cosas bien… Busca la manera de ser más eficiente y productivo en tu vida personal para optimizar tu tiempo disponible y dedica algo de él en actividades que mejoren tu salud y tu estado de ánimo.

Cuando hayas puesto todo esto en orden lo verás todo con más claridad y será entonces cuando estarás en disposición de saber lo que realmente te hace vivir en plenitud, disfrutar al máximo y sobre todo, sentirte feliz.

Aquí termino el episodio de hoy de La Guarida de Lycon. Espero que encuentres en él alguna de las respuestas que buscas. Si no te quieres perder el próximo episodio, no te olvides de darle al botoncito para suscribirte.

Te espero.

Hasta pronto.

Miguel Ángel Beltrán

El arte de hablar en público y convencer.

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Tener capacidad de oratoria y un buen dominio de la dialéctica y de la retórica para comunicar algo son habilidades que merece la pena desarrollar, ya que pueden ser clave para tu crecimiento personal y tu éxito profesional.

Con ellas podemos transmitir nuestros argumentos con fluidez y precisión. Y lo cierto es que, si consigues dominar estas habilidades, no solo crecerás como profesional, también ganarás el respeto y admiración de quienes te escuchen, ya que la verdad es que no son muchos los que se atreven a coger el micrófono delante de una audiencia para explicar con fluidez algo interesante y conseguir captar la atención, y eso siempre es valorado. La razón de que hayan pocos que se atrevan con esto es que el miedo al ridículo, a la crítica y a ser el centro de atención suele provocar un cierto rechazo en la mayoría de las personas. Sin embargo, se puede llegar a desarrollar nuestra capacidad de ser elocuentes en nuestro modo de comunicarnos y a controlar nuestras inseguridades siguiendo determinadas pautas que están sobradamente definidas desde hace mucho tiempo.

La elocuencia a la hora de expresarnos es la capacidad de transmitir con claridad lo que queremos decir y llegar a ser persuasivos ante los demás. Con ella puedes atraer el interés de otras personas en cualquier ámbito en el que te encuentres y ser capaz de convencer a muchos de lo que dices e incluso convertirte en alguien que puede inspirar a otros. Sin duda, es una potente herramienta de proyección personal, ya que el poder expresar con facilidad, rigor y claridad una argumentación, es lo que te acerca a la posibilidad de destacar e influir en el comportamiento o en la manera de pensar de quienes te escuchen.

La elocuencia a la hora de expresarnos es la capacidad de transmitir con claridad lo que queremos decir y llegar a ser persuasivos ante los demás.

Hay quienes demuestran tener mucha habilidad para hablar y ser el foco de atención durante una conversación con un grupo de familiares o conocidos; sin embargo, frente a un micrófono y un público que los mira con atención a la espera de que empiecen a explicarse, las cosas cambian; esa facilidad de palabra con la que siempre han contado tiende a convertirse en inseguridad en muchos casos, mientras que la claridad y la contundencia de ideas con las que habitualmente se expresan en un entorno más informal y relajado desaparece y surgen los nervios y las dificultades para expresarse de manera fluida y coherente. Es la reacción común al miedo escénico y a quedar en evidencia.

Sin duda, uno de los principales temores del orador suele ser que, en el momento de verse delante de docenas o centenares de miradas expectantes, la mente se le quede en blanco y de repente no recuerde nada de lo que quería decir, ni de lo que tanto había ensayado durante varios días o semanas.

Es bastante probable que en alguna ocasión te veas en la obligación de hacer ese ejercicio de oratoria frente a un grupo más o menos numeroso de personas, ya sea para una ponencia sobre un tema concreto, la presentación de un proyecto o incluso para presidir una junta de vecinos; hay muchas más situaciones de las que parece en las que te puede pasar, tanto en tu vida profesional como en la personal.

Sea en un caso o en otro, cuando nos vemos en esa necesidad, todos tratamos de prepararnos lo mejor posible. Lo primero que hace la mayoría es escribir sobre un papel lo que se pretende decir para repetirlo una y otra vez hasta que se les quede grabado en la memoria y después exponerlo casi de forma literal. La razón de hacer esto tiene más que ver con el miedo a fallar y hacer el ridículo que con aprovechar esa oportunidad para hacer algo destacable.

En mi caso y después de haber realizado un número considerable de presentaciones en público, he llegado a la conclusión de que hay que intentar relajarse un poco con esto y plantear las preparación de otra forma. Desde mi punto de vista, es mejor trabajarla sin empeñarse en aprender de memoria un diálogo que previamente se ha redactado sobre un papel. La experiencia demuestra que la mejor manera de evitar el riesgo de quedarse en blanco es asimilar el significado de lo que se quiere transmitir y no tanto el memorizar párrafos que en realidad nunca se podrán exponer literalmente, ya que siempre surgirá algo que lo impedirá y que podría hacer perder el hilo de lo que se está diciendo, además de poner al orador en un aprieto. Yo no creo en la presentación sin fallos imprevistos, para mi no existe esa posibilidad; siempre ocurre alguna cosa que, por pequeña que sea, nos complicará la situación.

Decía Dale Carnegie, un famoso escritor especializado en relaciones humanas y comunicación, que “siempre hay tres discursos por cada discurso que dar: el que practicaste, el que diste y el que te hubiese gustado dar”. Lo que quería decir con esto es que no hay un speech o una presentación que pueda ser perfecta; siempre habrá alguna cosa que saldrá de una manera distinta a la que habíamos pensado inicialmente y deberemos recurrir a la improvisación; así que el buscar la perfección absoluta a través de la memorización posiblemente será un esfuerzo inútil.

Siempre hay tres discursos por cada discurso que dar: el que practicaste, el que diste y el que te hubiese gustado dar.

Ten muy presente que se te ha dado la oportunidad de ser escuchado, de compartir ideas y valores, de transmitir conocimiento y de poder influir en los demás, por eso es más importante haber asimilado bien lo que vas a explicar y creer en ello que pretender relatarlo como si leyeras un libro y sin saber realmente el significado de buena parte de lo que afirmas, ya que además de no resultar natural, probable no conectes con el público y pierdas el privilegio que supone el que te dediquen su tiempo y atención.

En cualquier caso, muchos oradores no perciben el tener que hablar en público como un privilegio, sino como una prueba peligrosa y una preocupación, ya que siempre existe un riesgo de que, además de transmitir tus cualidades y conocimientos, también des a conocer tus defectos y limitaciones; y a nadie le gusta exponerse a una cosa así. Por eso hay que aprender técnicas de oratoria y aplicar ciertas pautas en tus presentaciones para que tu argumentos sean entendidos y aceptados.

No hay duda de que, para hacer una presentación exitosa, se debe tener un buen conocimiento del tema a tratar; es muy difícil resultar creíble si no tenemos mucha idea de lo que sale por nuestra boca. Pero aun teniendo ese conocimiento, eso no garantiza el buen resultado por sí solo. El ponente va a necesitar otras cosas para conseguir atraer el interés y lograr convencer. Será muy importante demostrar flexibilidad y capacidad de adaptación a las características de la audiencia a la que se dirige, además de desarrollar estrategias que le permitan transmitir agilidad y seguridad en el modo en el que lo hace, tanto vocalmente como expresivamente, ya que también la comunicación no verbal tiene su peso en este juego.

Una preparación adecuada en ese sentido va a depender de un conjunto de factores. El primero es, obviamente, el saber de qué se habla, pero también el entender las características del público al nos queremos dirigir, qué número de asistentes esperamos tener y qué pretendemos conseguir con lo que vamos a explicar, ¿se trata de informar, de convencer para que nos compren algo, de darles formación o simplemente de entretener?. Todo esto es necesario para determinar el modelo de presentación que llevaremos a cabo, ya que cada situación requiere un modo distinto de actuación. No es lo mismo improvisar un argumento sin preparación previa alguna, que memorizar un conjunto de ellos y exponerlos siguiendo un guion o simplemente leer frente a un micrófono un contenido previamente redactado. Cada uno de ellos puede tener sentido en función del contexto en el que se aplique, pero ese contexto hay que determinarlo.

Algo que también ayuda para la preparación y siempre que eso sea posible, es conocer el espacio donde tendrás que dirigirte al público y tener un contacto previo con él. Si no puedes desplazarte al lugar personalmente, trata de conseguir algunas fotografías en diferentes ángulos. Tal vez puedas pedirlas a la organización o buscarlas por internet. Esto es muy útil para tener una visión general del lugar que te ayude a proyectar mentalmente tus ensayos. Y ensayos frente al espejo, frente a una cámara o frente a un grupo pequeño de personas es aconsejable que hagas  y muchos. De esta forma, cuando te pongas frente al micrófono te será más fácil acomodarte a la visión que tendrás, ya que no te resultará tan desconocida.

Recuerda que una correcta presentación debe contar con un contenido variado, pero bien estructurado siguiendo las pautas básicas de la retórica, para que el público no se pierda en palabrería inconexa que haga imposible seguirla y entenderla. La argumentación tiene que ser sólida y contrastada para que sea aceptada, pero también habrá que canalizarla correctamente para facilitar su comprensión y asimilación.

La retórica es una disciplina para construir oratorias con el propósito de persuadir sobre una opinión y orientar a los demás hacia una determinada manera de pensar y actuar frente a ellas. Cicerón fue un filósofo y orador romano considerado como uno de los grandes retóricos de Roma. Él decía que “la verdadera elocuencia en un discurso consiste en tratar las materias humildes con delicadeza, las cosas importantes con solemnidad y las cuestiones corrientes con sencillez.” Es buena idea el aplicar este enfoque en el modo en que prepares tus presentaciones.

La retórica es una disciplina para construir oratorias con el propósito de persuadir sobre una opinión y orientar a los demás.

No te compliques con frases de relleno sin valor en el discurso, ve al grano y céntrate en lo que realmente puede ser interesante; cuida la pronunciación y juega con el tono de la voz procurando no parecer plano, aplica energía a las explicaciones para enfatizar las cosas importantes o los silencios oportunos para generar momentos de mayor expectación. En otro episodio entraré más en detalle con este apartado.

Otra cuestión a tener en cuenta es que una presentación puede tener un enfoque formal o informal en función de cómo sea el público y de la interacción que se pretenda establecer con él durante la presentación. Es probable que en tus comienzos prefieras optar por un guion formal, más estructurado y rígido; sobre todo si se trata de exponer un tema que no dominas. Este es un modelo habitual para una sala con un público numeroso donde esa interacción se hace menos posible. La ventaja en este caso es que el orador no necesitará ser un gran experto en el tema a exponer, ni tener grandes dotes para involucrar a la gente y hacerla participar con sus aportaciones y opiniones; esto sería más típico en un enfoque informal, donde la improvisación es más habitual, pero para esto se requiere tener bastante habilidad para coordinar al mismo tiempo argumentos, público y tiempos; algo que nunca es fácil.

Ten también presente que no solo es necesario un buen contenido; el ponente tiene que transmitir motivación y entusiasmo en sus expresiones, no permanecer estático como una estatua; utilizar la expresividad de brazos, manos, rostro y voz. Tampoco es que tengas que ponerte a hacer aspavientos como si te hubiese dado un ataque, pero es mejor demostrar una cierta energía y pasión en el modo en el que transmites tu mensaje, ya que ayudará a que el público mantenga su atención; lo peor que hay en un orador es resultar soporífero, por muy interesante que sea el tema que aborda.

Todo ponente tiene el objetivo de que su oratoria sea percibida y entendida correctamente, que sea valorada de forma positiva, asimilada por el público y posteriormente utilizada, ya sea para compartir lo aprendido o para aplicarlo directamente. El conseguir esto requiere mucha práctica para ir adquiriendo soltura, pero aún llegando a dominar todo lo que he dicho anteriormente, recuerda que la práctica en sí misma no te permite corregir tus defectos, hay que prestar atención a nuestro modo de actuar y mantener un espíritu crítico sobre nosotros mismos para ir viendo donde podemos ir mejorando cosas. Fíjate en otros oradores y observa de qué modo se desenvuelven ellos; trata de detectar esos detalles que hacen de sus discursos algo interesante y cautivador; toma nota y ve construyendo tu propio estilo.

En definitiva, ya seas un maestro, un político, el directivo de una empresa o un vendedor, en algún momento tendrás que expresarte en público para transmitir una idea o información. En cualquiera de esas ocasiones se pondrá a prueba tu conocimiento sobre la materia, tu experiencia y tu capacidad de comunicación; pero también habrás de demostrar detalles personales de estilo que tendrán su relevancia en el nivel de aceptación de lo que digas. Al fin y al cabo, la capacidad de persuasión es algo que no está principalmente en la información, sino en el modo en que la transmitimos; de ahí que sea tan importante añadir a tus palabras su dosis de pasión, sensibilidad, empatía y entusiasmo.

Hasta aquí este episodio dedicado al arte y la técnica de hablar en público. Te propongo seguir hablado de esto en los próximos contenidos que compartiré contigo en La Guarida de Lycon. Profundizaremos más sobre cómo desarrollar tus habilidades para comunicar, persuadir, emocionar y convencer. No dudes en compartir cualquier sugerencia o comentarios que me puedan ayudar a mejorar mis contenidos y dale al botoncito de “seguir” para que no te pierdas el próximo.

Te espero. Hasta pronto!.

Miguel Ángel Beltrán

Dotes de liderazgo en tu currículum profesional.

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El liderazgo es un asunto que va ganando importancia en el mundo laboral actual, por lo que siempre es interesante el conocer un poco en qué consiste, ya que nunca sabes en qué situación te podrías encontrar en el futuro. Puede que un día se te presente la oportunidad de acceder a un puesto de trabajo que te interesa y de repente te hagan alguna pregunta sobre este tema de cuya respuesta dependerán buena parte de tus posibilidades de ser el elegido. Así que, entremos en materia.

Para empezar, algo en lo que no hay duda es que ciertamente no es lo mismo dirigir que liderar; seguro que lo habrás oído por ahí. Eso de aplicar el ordeno y mando lo sabe hacer cualquier jefecillo al que le han dado autoridad sobre otros. Pero liderar es algo distinto; entre otras cosas, se trata de tener visión para inspirar a los demás, de saber ayudarlos a que den lo mejor de sí mismos y de lograr que se comprometan con pasión y motivación en los objetivos compartidos.

Aunque es cierto que no todo el mundo tiene esa capacidad, si alguna vez te han dicho que un líder nace y no se hace, el que te ha soltado esa estupidez o no tiene mucha idea de lo que habla o simplemente te ha engañado. Cualquier persona puede aprender a liderar si tiene claro en qué consiste realmente, si se prepara correctamente para ello y si aplica ciertas pautas que son invariables para asumir ese papel y que tienen bastante que ver con la actitud y el carácter, no con tus habilidades, conocimientos y experiencia, aunque todo ello sea de ayuda.

Aclaremos otra cosa en ese sentido…; el tener dotes de liderazgo no tiene por qué estar necesariamente vinculado con ser un gran profesional en una materia concreta, ni con tener buena oratoria para convencer de cualquier cosa al que se te ponga por delante. Nada de esto te garantiza el tener éxito al frente de un equipo si nos basamos en lo que realmente se busca para esa posición. Puedes ser el mejor mecánico de coches, un extraordinario cirujano o un ingeniero espacial en la NASA y ser incapaz de liderar eficazmente a otras personas, hacer que estas trabajen en equipo y conseguir que sean más productivas sin que pierdan la ilusión y motivación por hacerlo.

Tener dotes de liderazgo no tiene está necesariamente vinculado con ser un gran profesional en una materia concreta.

En el pasado, el concepto de liderazgo no se escuchaba como tal en las organizaciones, tal vez porque en su lugar se hablaba más bien de dotes de mando, que al fin y al cabo no deja de ser también la facultad de ejercer un liderazgo sobre otros para comprometerlos en el logro de los objetivos. Hoy el término “liderazgo” parece entenderse de una forma más amplia ,además de que el contar con esa habilidad se valora muy bien por las empresas, incluso en empleados que no están al frente equipos, por eso resulta un elemento diferenciador en el perfil profesional de cualquier candidato a un empleo.

Pero…, ¿cuál es la razón de que las organizaciones valoren tanto este aspecto?. Aquí entramos en valoraciones personales; desde mi punto de vista, la razón principal es porque las empresas lo tienen cada vez más difícil para abrirse paso en sus mercados, por lo que necesitan ser más eficientes y productivas para mantenerse competitivas. Puesto que la eficiencia y la productividad dependen mucho del nivel de motivación, compromiso y contribución de las personas que la integran, promover ese enfoque en la forma de funcionar de las personas y de los equipos de trabajo resulta fundamental; de ahí la importancia de promover los conceptos que definen el liderazgo a lo largo de la propia organización, como una manera de impulsar su rendimiento en todas las áreas.

Además de esto, hay otros aspectos coyunturales y sociales que entiendo deben tener su peso en todo esto. Tiempo atrás, la formación de muchas personas venía del aprendizaje a través de la práctica en empresas y de la mano de algún veterano en el puesto. Ahora la situación es algo diferente; tenemos un mercado laboral con muchos titulados universitarios, pero faltan profesionales de oficio. Si a eso le añadimos que el acceso al mercado laboral en personas de menos de 30 años se ha convertido en un auténtico desafío, es posible que quien se presente de candidato a un empleo, incluso para un puesto de poca entidad y con un salario ridículo, o tenga una formación académica mínima o presente un título de ingeniería, dos máster y tres idiomas, pero en ambos casos sin la más mínima experiencia laboral. Podemos imaginar la importancia de contar con personas que tengan dotes de liderazgo y sean capaces de contribuir con su actitud y su visión de las cosas a que unos y otros puedan desarrollar su potencial, además de mantenerse motivados y comprometidos por igual en la consecución de los objetivos.

No tengo duda de que la cuestión a resolver para lograrlo es el poder ayudar a que las personas se sientan mejor con lo que hacen y satisfechos con lo que aportan; y tengo claro que la función del líder es inspirarlos de manera individual y colectiva para mantener una actitud de colaboración, una visión de objetivos compartidos y una motivación alta frente a los objetivos de la empresa. Pero no vayamos a pensar que lo de la motivación es algo que se resuelve aplaudiendo y jaleando a las personas, como si fuésemos animadores de un equipo de fútbol.

La función del líder no es motivar, sino inspirar a los demás hacia una actitud de colaboración y una visión de trabajo en equipo.es inspirarlos de manera individual y colectiva para mantener una actitud de colaboración, una visión de objetivos compartidos y una motivación alta

Es que me resulta ridículo el enfoque que algunos le quieren dar a determinados aspectos sobre este tema. Por ejemplo, el rollito ese de la motivación de los miembros del equipo como una de las habilidades que supuestamente debe tener un líder, algo que desde mi punto de vista es una memez. Ningún buen líder tiene la capacidad real de motivar a otras personas a hacer, con gusto, lo que no saben o lo que no quieren hacer. Lo que sí puede ocurrir es que un mal líder sea capaz de desmotivar a cualquiera que ya esté haciendo bien su trabajo o que esté intentando hacerlo.

Así que borremos eso del manual, ya que partimos de un error si lo que esperamos de quien lidera es que se convierta en una especie de psicólogo para los miembros del equipo. La motivación es algo que cada individuo debe desarrollar por sí mismo; el líder lo que debe hacer es ayudarle a aprovechar su potencial, facilitarle el camino, aportarle consejo y evitar ser un estorbo.

Luego están los distintos tipos de liderazgo, que los hay, pero en general se podrían resumir en dos: el “transaccional” y el “transformacional”. Se supone que ambos pretenden trabajar desde la cultura de la empresa para mejorarla, pero es interesante saber en qué se diferencia el uno del otro para entender los distintos caminos que siguen las empresas en lo que se refiere a la dirección y coordinación de sus equipos de trabajo y los motivos que tiene cada una para ello.

El liderazgo transaccional es una forma de liderazgo que, en resumen, se basa en recompensar a los que hacen bien su trabajo y destacan por encima de los demás en su contribución a los objetivos de la empresa; un sistema de reconocimiento con el que se pretende motivar a otros a hagan lo mismo. En este caso el estilo de liderazgo es el típico gerencial de toda la vida, en el que las buenas relaciones entre las personas resultan un factor importante para el funcionamiento general, pero manteniendo el orden y la planificación de la estructura.

Es decir, el líder dice lo que hay que hacer y tú eres quien debe esforzarse para hacerlo muy bien si quieres verte incentivado. En este sistema se aplica la retroalimentación positiva y negativa, utilizando la recompensa cuando las cosas salen bien, e incluso la penalización cuando salen mal. Vamos que…, este tipo de liderazgo está plenamente orientado al cumplimiento y el logro de objetivos a través de la supervisión y la organización. El líder transaccional supervisa y organiza, tratando que el rendimiento sea óptimo y se alcancen los objetivos. ¿Te suena de algo?.

El liderazgo transaccional no es malo en sí mismo y puede ser interesante si mantienes un buen nivel de motivación personal, ya que te ofrece la posibilidad de obtener beneficios por tu esfuerzo y rendimiento personal e incluso crecer más rápido dentro de la empresa al dar mayor visibilidad a tu contribución. En algunos casos, como el de los equipos comerciales, suele funcionar bien este sistema, ya que los incentivos por resultados de ventas son una base importante de motivación, por no decir la principal. Sin embargo, en otras actividades profesionales no es muy efectivo ni tampoco aconsejable, ya que podría reducir el nivel de compromiso por el trabajo y el de motivación en el equipo.

El liderazgo transformacional me parece más interesante… Aquí el modelo trata de cambiar las cosas para mejorarlas. Se trabaja sobre la realidad colectiva del grupo, entendiendo sus expectativas, valores, ideales y motivaciones para impulsar una transformación positiva. Se trata de conseguir que cada integrante se comprometa y colabore con el resto, creando una dinámica conjunta que impulse la motivación individual y el trabajo en equipo.

El líder transformacional trata de conocer a las personas para intentar que saque lo mejor de sí mismos. Está interesado en que crezcan individualmente en torno a un objetivo común, estimulando su participación y compromiso, promoviendo la escucha activa y dando valor a lo que aporta cada persona y el conjunto del equipo a la organización.

Ambos modelos están presentes en el mundo empresarial; la aplicación de un modelo u otro dependerá de las necesidades de cada organización y de su propia cultura. Sea una u otra forma de liderazgo la que se te plantee en tu futuro laboral, si quieres desarrollar tus capacidades para liderar a otras personas, tendrás que empezar por conocerte bien a ti mismo, entender tu personalidad, tu forma de relacionarte y de interactuar con los demás, así como tu capacidad de influir en su comportamiento.

En esto de adquirir dotes de liderazgo hay que tener paciencia y ser disciplinado, ya que son habilidades que no se adquieren en unos meses de cursillo o en un par de años de experiencia, sino que se desarrolla a lo largo de la vida. Es un error el asumir una posición de liderazgo sin haber profundizado en el conocimiento de las fortalezas y debilidades de tu personalidad, ya que es la base para avanzar en tu desarrollo personal y en tu preparación para poder afrontar esa responsabilidad.

Y por descontado, el liderazgo no es una responsabilidad fácil de asumir. La mayoría de personas en realidad no están capacitadas para ejercer un rol que exige todas estas capacidades de las que he hablado antes, y alguna más. Hay mucha gente que ni por asomo quiere asumir competencias de liderazgo, mientras que hay quienes están deseando dirigir a otros sin haber entendido antes en qué consiste y la dimensión de esa responsabilidad. De estos últimos he conocido a unos cuantos; algunos de ellos han demostrado escasas capacidades pese a considerarse inicialmente más preparados que los demás y han resultado ser un auténtico suplicio. En todo caso, la verdad es que yo no creo que haya alguien que esté realmente preparado para esto, es más duro y complejo de lo que parece. Quienes han tenido que estar al frente de otras personas saben bien a qué me refiero.

Por ir resumiendo los puntos clave e ir cerrando este contenido… Las empresas buscan la forma de ser más eficientes, productivas y competitivas, por lo que necesitan una mayor eficiencia y rendimiento. Para que eso pueda suceder, las personas que forman parte de los equipos de trabajo necesitarán de un responsable que los lidere, no solo para decirles lo qué tienen que hacer y cuando deben hacerlo, también para ayudarles con visión y experiencia a mejorar cada día y a mantener un espíritu de colaboración, respeto y compromiso.

El rendimiento de un equipo no sólo dependerá de la motivación y capacidades de sus miembros, sino también de cómo se organiza para aprovechar mejor sus capacidades. El líder está para coordinar el trabajo y organizar el talento, pero también para identificar las habilidades de los miembros y potenciarlas, mejorar el nivel de competencia del equipo y contribuir a que cada persona se sienta más comprometida en ese objetivo, aportando lo mejor de sí misma para poder conseguirlo.

Ahora que ya te he explicado en el líneas generales de qué va esto del liderazgo, ¿crees realmente que el concepto sirve para algo o no?. ¿Hay alguien en tu entorno laboral en quien veas esas actitudes o lo que aprecias son justo las contrarias?. Prueba a prestar atención a ello y analizar qué tipo de liderazgo es el que están aplicando y piensa si es el mejor para el equipo. Es un buen ejercicio para ir asimilando conceptos. Cuando lo consigas y lo utilices en tus entrevistas de trabajo seguro que te ayudarña a destacar. Ya me contarás.

Miguel Ángel Beltrán

No te quemes en el trabajo, evita el burnout.

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El ritmo actual que llevamos no es el mejor para sentirse en forma y con vitalidad; de hecho, hay personas que parecen envejecer más rápidamente que otras, y ese ritmo de vida que llevan seguro que tienen algo que ver con ello. También los periodos de crisis económica, o el que hemos estado viendo estos años con la pandemia, han hecho estragos en nuestro bienestar físico o anímico. Todos hemos sufrido un cierto nivel degenerativo de nuestra energía vital en un grado o en otro.

Parece ser que los expertos atribuyen esto al estado de estrés prolongado derivado de un contexto tóxico, en el que el miedo al contagio, la sensación de riesgo económico, la presión mediática o la incertidumbre generalizada durante tanto tiempo, han sido los factores que más han influido. Sufrir estrés, angustia o ansiedad durante un periodo prolongado trae consigo consecuencias directas en la salud. Los que investigan estas cosas han demostrado que se produce un envejecimiento prematuro de las células cuando estamos tanto tiempo en ese estado, y cuanto más intenso es, mucho más se acelera ese proceso, así que ya nos podemos imaginar los daños colaterales que ocasiona.

Uno de esos daños se produce en las neuronas asociadas con la memoria, además de activar ciertas hormonas responsables de provocar depresión en las personas, que por si esto fuera poco, también son causantes de irritabilidad, insomnio e hipertensión entre otras cosas. Vamos…, un cóctel explosivo.

Hay muchas cosas que podemos poner en práctica sin tener que complicarnos mucho la vida

Visto lo visto, ¿qué tal si nos calmamos un poco?. Vamos a ver…, ¿qué cosas podemos hacer para reducir ese estrés y que no acabemos desintegrando buena parte de nuestras neuronas para dejar dañada nuestra memoria, ser incapaces de conciliar el sueño o convertirnos en alguien con un carácter insoportable?. De entrada, hay muchas cosas que podemos poner en práctica sin tener que complicarnos mucho la vida. Cosas sencillas que no requieren un gran esfuerzo, solo la voluntad de hacerlas. Vamos a comentar algunas… De entrada, una buena solución es darse un baño relajante y tómate tu tiempo en él cuando los nervios están a flor de piel. No tengas prisa por salir de la bañera, relájate escuchando algo de música. Eso destensa los músculos y elimina la ansiedad.

¿O qué te parece si ordenas un poco tu mesa de trabajo, tu habitación o tu casa…?. Intenta mantener las cosas con un cierto orden y no tomes en cuenta el dicho ese del “no ordenes mi desorden” ya que es una auténtica estupidez. El desorden nunca tranquiliza ni ayuda a nadie. Quienes afirman que se desenvuelven mejor en el caos, en realidad lo que no les gusta es molestarse un poco en mantener un cierto orden en su vida por simple pereza. El saber que las cosas están en su sitio tranquiliza porque da seguridad, el saber que no dejamos cosas pendientes por mucho tiempo te aporta la satisfacción de tener una preocupación menos en la cabeza. El caos pone de los nervios, así que huye del caos como de la peste.

Muévete y lleva una dieta equilibrada, no te quedes ahí tirado en el sillón todo el tiempo mirando de reojo la caja de galletas. Un ratito vale, que a todos nos gusta disfrutar de un momento de relajación en el rincón preferido de la casa. Pero emplea unos minutos al día en hacer algo de ejercicio, en pasear media hora, en leer un libro o ver una película, en conversar sobre asuntos intrascendentes, en relacionarte con los demás o en aprender a respirar.

¿Verdad que son cosas fáciles de hacer?. Seguro que sí, pero…, ¿qué pasa con el trabajo?. Ahí la cosa se complica un poco. Allí  tenemos que cumplir, sí o sí,  con las tareas encomendadas; hay presión por alcanzar los objetivos, el tiempo para hacerlo nos persigue constantemente y nuestro jefe está fiscalizando siempre nuestro rendimiento. No hay tiempo para relajarse y eso nos va quemando poco a poco. Las razones del estrés en el trabajo son bastante comunes, con los matices que pueda haber en cada empresa. La mayoría de las veces, las principales causas que provocan agotamiento laboral, o en palabras coloquiales, que “te quemes”, tienen relación con factores como la falta de control sobre las tareas que se realizan. Por ejemplo, cuando el resultado final no depende tanto de lo que tú haces, sino de otros factores que no dependen de ti.

Ser responsable en tu trabajo no significa tener que asumirlo todo, incluido lo que sabes que te supera.

Otra de las causas de ese agotamiento se relaciona con las responsabilidades que asumes en tu trabajo. Es curioso, pero suele suceder que mientras más efectivo eres en tus responsabilidades, más carga de responsabilidades vas asumiendo. Y así hasta que esa carga acaba con tu efectividad laboral y te conviertes en todo lo contrario, ya que te estrellas con tu nivel de incompetencia; algo a lo que te enfrentarás en algún momento. Y es que todos tenemos un límite, tanto físico como intelectual; no podemos pretender hacerlo todo, porque eso no sería posible, ni tampoco aconsejable; hay que encontrar un equilibrio entre nuestras capacidades y nuestras responsabilidades.

La insatisfacción y la falta de reconocimiento es otro de los factores que influyen en el deterioro de la motivación, ya lo creo… ¿A quien no le afecta que no se le reconozca su esfuerzo?. Eso genera inseguridad en el trabajo y la inseguridad es un generador de estrés. Como lo es también la falta de comunicación, cuando no se escuchan tus sugerencias, ideas o necesidades; o la falta de apoyo por parte de tus jefes o compañeros para resolver los problemas difíciles. Esto provoca frustración, y pocas cosas hay que quemen mas a cualquier persona que la frustración.

Son múltiples las situaciones en el trabajo que pueden llevarte a la desmotivación y a sentirse “quemado”. El problema se agudiza cuando ese estado físico y mental acabas por llevártelo a casa y transmitirlo a tu familia, como si fuese un virus. Si ya de por sí en casa tenemos la situación de estrés que comentaba al principio, si a eso añadimos la carga que llevamos a cuestas del trabajo, entraremos en una espiral de agotamiento físico y mental del que será difícil salir y que podría también poner en peligro la estabilidad familiar entre otras cosas. De ese estado hay que salir y lo primero que se tiene que hacer es ser consciente de la situación y de las causas que la provocan. Si lo haces, habrás dado el primer paso hacia la solución del problema.

¿Realmente vale la pena sacrificar tu salud o ha llegado el momento de cambiar de rumbo?.

Lo siguiente será el establecer los pasos para resolverlo, así que tendremos que hacernos algunas preguntas y contestarlas de la manera más precisa y meditada posible. ¿Cuales son las situaciones en mi trabajo que me han llevado a este estado físico y emocional en el que me encuentro?, ¿puedo cambiarlas o hay algunas que son imposibles de cambiar?; y si las hay, ¿cuáles de ellas podría aceptar y cuales no puedo aceptar en ningún caso?. Cuando tengamos claras las respuestas será el momento de hacernos la última y definitiva pregunta: ¿Realmente vale la pena que aceptes esas situaciones, aunque te afecten de forma tan grave, o en realidad has llegado a la conclusión de que la única solución es cambiar de trabajo?.

Es una cuestión difícil de responder, por supuesto, pero llegados a este punto, hay que decidir si los compromisos asumidos o impuestos en nuestro puesto de trabajo merecen el precio en salud que estás pagando. Si no los merece, no lo dudes ni un momento, habla con tu empresa para intentar encontrar una solución consensuada y cambiar esas condiciones laborales por el bien de ambas partes o empieza a buscar una alternativa mejor, ya que ningún trabajo merece la pena si se va a llevar por delante tu salud y la estabilidad de tu familia.

Miguel Ángel Beltrán

Déjate de pamplinas y acepta el reto del cambio.

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¿Cómo vas en lo del objetivo de mejorar tu vida y tus circunstancias?, ¿vas avanzando en ello o sigues con tu miedo a fracasar en el intento?.

Si te has parado aquí después de leer el título de este contenido, es probable que el motivo que te ha llevado a hacerlo sea que te inquieta alguna incertidumbre que se está dando en tu entorno personal, algo que percibes como un riesgo para tu estabilidad o para tus proyectos futuros. Si es así, bienvenido seas al club de afectados más grande del mundo, el de los que sufren el síndrome del miedo al cambio. Aunque la verdad es que esto no tiene nada de síndrome; es una simple reacción natural que conviene aprender a gestionar.

Ambas cuestiones, el cambio y la incertidumbre, están relacionadas entre sí. De alguna manera una es el resultado de la otra, independientemente del orden en el que pongas en la ecuación a estos dos factores, ya que el resultado siempre suele ser el mismo: el miedo.

Las personas tenemos miedo a lo que pone en riesgo nuestra seguridad, la de nuestra familia, la de nuestros hijos, la de nuestro trabajo…; como si la seguridad fuese un concepto perfectamente definido y delimitado…, como si lo único que pudiera llevarnos a la felicidad fuese el alcanzar una sensación total de seguridad.

¿Pero quién está realmente seguro en este mundo…?, en realidad, nadie lo está. Obsesionarse por buscar la estabilidad es probablemente una pérdida de tiempo y de energía. Intentamos contantemente alcanzarla reteniendo todo lo que de manera errónea hemos llegado a creer que nos garantiza el conseguirla, evitando cualquier riesgo de perder lo que entendemos que son los pilares donde descansa nuestra tranquilidad. Pero cuando afrontamos la incertidumbre del cambio desde esa perspectiva, sí que nos ponemos en verdadero riesgo; el de entrar en una espiral de preocupación, estrés y miedo, que es donde acaban atrapadas muchas personas convencidas de que el conseguir la estabilidad es lo único que las puede llevar a la felicidad, y no…, no lo es.

Si pretendes avanzar en tu desarrollo personal, debo decirte que vas a necesitar tener buena capacidad de adaptación al cambio y de superar el miedo a la incertidumbre éste lleva asociado. Tenemos la percepción de que los cambios son peligrosos, que conviene pecar de prudente y no moverte demasiado para no salirse del camino; que vivir en un entorno estable es lo aconsejable, y que todo se hace más fácil de esta manera. Pero esa visión es subjetiva, ya que se apoya en un decorado que no es real. Lo cierto es que, lo aceptes o no, ese decorado cambiará por mucho que pongas de tu parte para evitarlo.

Empieza a revisar tu perspectiva sobre ello y no te obsesiones en tratar de evitarlo, ya que el cambio forma parte de absolutamente todo. ¿O acaso no estás donde estás por el proceso de transformación que has vivido a lo largo de tu vida?. El cambio es siempre necesario, porque impulsa un proceso imprescindible para poder hacernos mejores. Si nos negáramos a él, aún estaríamos viviendo en cavernas y alimentándonos de raíces. La evolución no es más que el resultado de una necesida; la de ir transformando las cosas para mejorarlas. Por eso, el pretender vivir siempre en un entorno estable y supuestamente seguro es un error que impedirá tu crecimiento como persona y como profesional.

Seguro que estás leyendo esto porque sientes la inquietud y la necesidad de cambiar tu situación, pero también sientes el miedo por verte en la obligación de tener que hacerlo sin saber qué te vas a encontrar por el camino. Entiendo muy bien esa percepción, la he vivido personalmente y la he visto en personas de mi entorno. De hecho, no conozco a nadie que no sienta algún miedo a la incertidumbre. Tendemos a mostrar resistencia ante toda necesidad de afrontar algo que no conocemos y que nos saca de nuestra área de confort; eso se da mucho en el ámbito laboral, donde los cambios están a la orden del día y nos hacen sufrir el temor de fracasar, poniendo con ello en riesgo nuestra estabilidad.

Estas situaciones pueden bloquearte, algo que sucede como respuesta a lo que tu subconsciente entiende como una amenaza y una posibilidad de perder lo que has ido consiguiendo hasta ahora. La paradoja es que han sido este tipo de supuestas amenazas las que, lo largo de tu vida the han hecho aprender y avanzar. No eres un bicho raro, ni un cobarde por sentirte afectado por ello, ya que esto es algo que nos pasa a todos. Tu habilidad para gestionar esa reacción natural será lo que te permitirá superar los desafíos que se te presenten e ir superándolos.

Claro que…, dirás que el afrontar esos miedos no te garantiza el avanzar. De hecho, también podría ser que esas amenazas sean reales, no se superen y supongan un retroceso. El cambio puede tener una resultante negativa, por supuesto; las cosas pueden salir mal, ¿pero qué es la vida sino un ensayo de prueba y error?. La manera de encontrar solución a un problema requiere de ese ensayo. Estas son las reglas de juego, así que si quieres participar tendrás que adaptarte a las condiciones cambiantes de tu entorno profesional o personal. Esa capacidad de adaptación se llama resiliencia, algo que se aplica a las personas y a las organizaciones, las cuales también tienen que adaptarse constantemente para mantenerse competitivas; de ahí precisamente esos cambios constantes a los que te ves empujado a enfrentarte en tu trabajo.

De la misma manera que una estrategia de éxito, la cual aporta beneficios a una organización, un día deja de hacerlo y por ello tiene que desarrollar otra para seguir siendo competitiva, las personas también nos enfrentamos a situaciones similares en nuestro entorno profesional. No puedes pretender seguir haciendo siempre lo mismo y de la misma manera; te tienes que adaptar a las circunstancias para poder superar tus limitaciones y hacerte más valioso para los demás.

Ser resiliente es no dejar de buscar soluciones para afrontar los desafíos y superarlos satisfactoriamente.

Los retos que se te presenten lo harán de diversas maneras; ser resiliente es no dejar de buscar soluciones para afrontarlos y superarlos satisfactoriamente, aunque inicialmente nos parezcan muy difíciles. Es buscar nuevas oportunidades a pesar de la posibilidad de fracasar. No se avanza frenando constantemente las iniciativas; el asumir un cierto riesgo es inevitable para crecer profesionalmente.

El sentirse cómodo en tu trabajo y envuelto en certeza durante muchos años, es algo que te va apagando poco a poco y que acaba debilitándote. Eso sí que es peligroso, sobre todo en tiempos de cambio como los actuales; ya que, si debilitas tus capacidades, después resultará más difícil el poder adaptarse a las nuevas situaciones que vengan y a las que no tendrás más remedio que enfrentarte. Ser resiliente te permite mantener el enfoque en tus objetivos y no permitir que las preocupaciones sobre el futuro y los cambios repentinos que puedan llegar tomen el control de tu cabeza y de tu estado de ánimo. Céntrate en superar los problemas que tienes sobre la mesa hoy, lo que vengan mañana ya se verá cómo los afrontas.

Distánciate de los elementos tóxicos que te hacen perder tu energía; de la mala actitud y de la negatividad. Trata de mantener la calma cuando la situación aparenta ir mal o cuando hay demasiadas cosas que hacer y muy poco tiempo para ello. Esta es otra de las características que definen a las personas resilientes frente al cambio; en lugar de perder la compostura, aceptan el reto y no piensan demasiado en las consecuencias de no conseguirlo, salvo para poder predecir cómo manejarlas en el caso de que algo se complique. Has llegado aquí porque te muestras siempre dispuesto a luchar, afróntalo.

El cometer errores no es un fracaso, sino una oportunidad de mejorar y de seguir adelante.

¿Y qué pasa si fracaso nuevamente en el intento?, pues ahí tendrás que mantener una actitud positiva. Los fallos suceden por una importante razón; son necesarios para aprender. Incluso cuando estos fallos nos han afectado negativamente con alguna penalización en nuestros resultados o incluso con la pérdida de nuestro trabajo. Estas son lecciones que hay que aceptar y aprovechar para mejorar. Hay quien tarda más y quien tarda menos, lo importante es perseverar y no dejarse hundir por ello. Se aprende de las experiencias pasadas, tanto de las positivas como de las negativas. ¿Te imaginas que solo aprendiéramos de las positivas?. Si todo fuese fácil y seguro, o si el camino fuese siempre llano y sin obstáculos en los que poder tropezarnos, acabaríamos por perder la motivación por recorrerlo. Si intentas superar algo es porque ese algo te reta a hacerlo ofreciendo un riesgo. Si no hay riesgo no hay reto, y el cometer errores no es un fracaso, sino una oportunidad de mejorar y seguir adelante.

Pero somos humanos y no podemos dejar de sentirnos decepcionados cuando fallamos en el intento. De la decepción se sale manteniendo las cosas en perspectiva, analizando el motivo por el que las acciones salieron mal y tratando de sacar de la experiencia algo de provecho para el futuro, en lugar de compadecerse por el batacazo. De hecho, el tiempo nos demuestra que lo que pensábamos que eran verdades absolutas al final evolucionan y se transforman en otra cosa. Las creencias hay que relativizarlas y para ello necesitamos ser flexibles y capaces de adaptarnos a las circunstancias. ¿Dónde pretendes ir aferrándote a una idea o una visión fija de las cosas, si no hay prácticamente nada que sea permanente?, ni las montañas lo son.

Sólo siendo flexibles y viendo las cosas de una manera más abierta podremos resolver situaciones que han dejado de funcionar tan bien como lo hacían antes y que ahora se han convertido en una complicación para nosotros. Cuando el escenario cambia, la visión que tenías de él pierde su vigencia; por lo tanto, te aconsejo que olvides el modo de actuar de siempre y que te pongas a hacer uso de tu imaginación y creatividad para encontrar salidas. Eso sí…, sin dejarte llevar por el agobio y manteniendo la calma. Al fin y al cabo, todo pasa en esta vida… Lo que te está sucediéndote ahora y cómo te está afectando, sea lo que sea, también pasará…, tanto si son cosas buenas como si no lo son. Como te decía antes, hay que procurar relativizarlo todo un poco.

Llegados a este punto, ¿crees que lo que te estoy diciendo es simple palabrería?; ¿has probado alguna vez el ponerte delante de una cámara y explicarte a ti mismo aquellas cosas que intuyes o sabes perfectamente que no estás haciendo bien, pero que ni siquiera intentas arreglarlas?; prueba a hacerlo y después escúchate a ti mismo. Es todo un ejercicio que te hace entender un poco mejor las razones por las que puedes haberte interesado por este contenido. Al fin y al cabo, lo que digas en esa grabación será solo para ti, así que intenta hacerlo siendo totalmente honesto contigo mismo, ya que es una buena manera de aclarar lo que realmente te da miedo y el motivo de seas incapaz de abandonar esa zona de confort en la que crees estar tan cómodo y seguro.

No pienses únicamente en el riesgo al que puedes enfrentarte por no esconder la cabeza ante una situación de cambio que percibes como un riesgo; piensa también en los beneficios que puedes conseguir dándole una patada a esa zona de confort, planteándote metas ambiciosas pero realistas y tratando de encontrar la forma de llegar hasta ellas. No es necesario que te marques objetivos exagerados que seguramente serán inalcanzables, ni que pretendas solucionar tus problemas de la noche a la mañana; es suficiente con ir superando otros más modestos que te permitan ir dando pasos adelante para crecer en motivación y seguridad en ti mismo.

En definitiva, afronta los cambios con valentía y déjate de pamplinas, o acabarás por ver pasar tu vida sin pena ni gloria. La mayoría de las personas, tarde o temprano, se arrepienten de no haber reaccionado en su momento y de no haber intentado superarse; otro error… En la vida no hay un momento concreto para reaccionar, lo puedes y lo debes hacer en cualquier momento a lo largo de ella sin importar la edad. Así que, ya estás tardando.

Miguel Ángel Beltrán

Cómo aumentar ventas en tiempos de crisis.

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Cada vez que entramos en una etapa de crisis económica, los representantes comerciales empiezan a tener dificultades para vender y las organizaciones empiezan a ponerse nerviosas. ¿Cómo poder mantener los objetivos de ventas en un contexto económico tan difícil como el actual?. ¿Cómo puedo pretender proyectar mis ventas en esta situación?.

En el mundo de la venta a veces ocurren cosas sorprendentes y lo que nos parecía una barrera imposible, finalmente conseguimos superarla con un enfoque distinto que antes no éramos capaces de ver. Para responder a una situación compleja en las ventas, puede que sea necesario comenzar a pensar y a actuar de manera diferente a la que estábamos acostumbrados hasta ese momento; tal vez podamos encontrar la manera de salir adelante con éxito aplicando un modelo de ventas mejor adaptado a este escenario. Lo que hoy nos parece el modo adecuado de llegar al cliente, mañana es probable que no nos sirva de mucho.

Lo primero que tienes que entender es que el proceso de ventas y sus técnicas evolucionan constantemente en paralelo a los hábitos de compra de la sociedad y esto ocurre cada vez más rápido. Ya no se vende de la misma forma que hace unos pocos años; ahora los compradores se lo miran mucho más y tratan de tener más razones para tomar sus decisiones. La venta tradicional que hacía hincapié en el producto se ha ido transformando; ahora el vendedor tiene que estar más enfocado en resolver necesidades y problemas concretos, algo que resulta más complejo de lo que parece, pero lo cierto es que esa tendencia hace diferenciar cada vez más a los vendedores de éxito de los que tienen que conformarse con luchar en el barro, donde el precio es el argumento principal.

El escenario actual nos empuja hacia un cambio que va dejando atrás el modelo de venta basada en precio y cantidad, y nos lleva a desarrollar propuestas de valor añadido que respondan a necesidades concretas del cliente, incluso más allá de las directamente relacionadas con las características del producto que le ofrecemos. Es un concepto comercial cuyo enfoque es la satisfacción del comprador; algo que en cierto modo cambia las reglas de juego en el modo de competir con otras alternativas. El éxito de la venta ya no lo determina principalmente que el producto tenga más prestaciones, calidad o que sea más barato, sino en que el cliente llegue a disfrutar de una mejor experiencia de compra y obtenga un mayor beneficio.

En otras palabras, no solo te diferencias en el mercado por el producto que llevas en cartera, sino por tu capacidad de ofrecer soluciones a necesidades del cliente que es posible que ni siquiera él conozca. Por esto, tu elemento diferenciador es el pasar de ser percibido como un simple proveedor a ser serlo más bien como un consejero de confianza ante los ojos de tu cliente, de ser un representante comercial con un amplio conocimiento de su cartera de productos a demostrar capacidad para detectar y resolver problemas a través de la aportación de asesoramiento e información relevante para el cliente.

Sin duda, una estrategia de venta basada en la aportación de valor añadido con propuestas a medida del cliente es mucho más difícil de vencer por la competencia; además, resulta más fácil el justificar un precio superior al ofrecido por ella, pero esto tiene unos inconvenientes que hay que asumir. De entrada, un modelo de venta basado en soluciones puede ser entendido por el cliente como un compromiso del vendedor, el cual deberá cumplir. Esto le exigirá capacitación, habilidad y resolución, ya que no se trata únicamente de demostrar buenos argumentos de venta y ofrecer un producto de calidad, sino de cumplir con ese compromiso contribuyendo con beneficios concretos. Para esto, hay que ser capaz de identificar los problemas y expectativas del cliente; esto requiere de una labor intensa y eficiente en la obtención de información y en su posterior análisis. Dicho de otra forma, vas a tener que hacer muchas preguntas a tu cliente para detectar y comprender sus necesidades y así poder articular con ello una propuesta, o más bien una solución que responda eficazmente a ellas.

Estas nuevas habilidades como vendedor puedes y debes desarrollarlas constantemente. No olvides que esto ya no se trata de una simple venta transaccional; te diferencias de tus competidores porque tu visión va más allá que la de ellos. Tienes que ser capaz de evaluar las necesidades del cliente a través de su propia perspectiva de negocio, y para conseguirlo, necesitarás conectar con él. Por esto, procura reforzar tus dotes de comunicación, (de esta habilidad ya hablamos en otro capítulo). Sin duda es absolutamente fundamental el ser capaz de transmitirle eficientemente información relevante sobre tu propuesta de valor, pero debes obtener también información esencial del propio cliente.

Prepárate para ello conociendo muy bien las características de tu producto y las de tu mercado, pero también las del sector donde se ubica y compite tu cliente para conocer su posición en él. Ese análisis de la información y diagnóstico de su situación es necesario para que puedas construir tu estrategia con una propuesta adecuada, realista y perfectamente adaptada a sus particularidades. El problema es que, a menudo, el cliente no sabe exactamente qué necesita, por lo que no resulta tan sencillo esto de vender soluciones, sobre todo si se trata de productos con ciclos de venta cortos.

Obviamente, todos estos consejos son más fáciles de aplicar si los ciclos de venta son largos y hay más tiempo para todo, pero por lo general esto no es así; la presión por vender y alcanzar los objetivos, sobre todo en momentos de crisis y competencia feroz como los actuales, es acuciante. Ante este escenario, lo que determinará tu evolución como vendedor no vendrá de lo que vendes, sino de cómo lo vendes, ya que si todo se tratara de características del producto, de su precio, marca o servicio, estaríamos hablando del modelo de venta de toda la vida, y eso es precisamente lo que estamos tratando de cambiar, ya que si no lo hacemos difícilmente podremos crecer. De hecho, esa forma tradicional de venta sigue siendo la de la mayoría de los equipos comerciales, y seguramente ese será el motivo de sus dificultades dadas las circunstancias.

De lo que hablamos aquí es de cómo actuar para diferenciarnos y hacer crecer nuestras ventas pese al impacto de la crisis económica y del exceso de oferta existente dirigida a unos clientes potenciales que a menudo no saben determinar qué es lo que realmente necesitan y les conviene comprar, por lo que tienden a valorar el precio como principal factor de decisión. Por esto, estaremos muy equivocados si seguimos tratando de diferenciarnos con el mismo modelo de ventas de siempre; ya que probablemente no funcionará a menos que sacrifiquemos nuestros márgenes reduciendo cada vez más los precios.

Sin duda, el precio es un factor importante, pero no es el único determinante para conseguir la venta. No es lo mismo centrar tu acción comercial en hacer una presentación detallada del producto que ofreces, de sus características y de las ventajas que aporta respecto a otras alternativas, (ventajas que para el cliente posiblemente no le justificará el tener que pagar un 5% o un 10% más por él), que platearle información valiosa del mercado para ayudarle a que valore con claridad las alternativas, ofreciendo consejo y asesoramiento que le permitan resolver dudas y problemas aún a riesgo de perder la propia venta. Que siempre van a haber clientes que prioricen el precio por encima del valor aportado, eso está claro; pero no es el caso en la mayoría de ellos. Quienes están dispuestos no solo a comprarte, sino a seguir haciéndolo en el futuro, lo harán por el valor agregado en la relación comercial y la confianza que eso le genera. Solo de aquí se consigue la verdadera fidelidad hacia un vendedor.

Ten presente que los clientes, por lo general, tienden a ser incapaces de apreciar las diferencias entre un proveedor y otro cuando el enfoque de la venta es puramente transaccional, mientras que es bastante habitual que el vendedor pierda tiempo y esfuerzo insistiendo en unas diferencias en su propuesta que el cliente no aprecia. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado ante un cliente que nos reconoce la calidad de un producto y el servicio que ofrecemos, pero nos dice que están a un nivel muy similar al de nuestra competencia?. Si esto pasa, la fidelidad será algo que solo se apoyará en el precio, y la fidelidad basada en el precio es siempre muy volatil; durará el tiempo que tarde la competencia en ofrecer un precio inferior.

Si pensamos en las razones que tienen hoy los compradores para preferir a un proveedor en lugar de a otro, así como los factores que determinan su fidelidad, veremos que efectivamente suele haber una importante influencia de la marca, las características del producto y el servicio. Obviamente el vender un producto de calidad, diferenciado y con un buen servicio tiene un gran peso en la decisión de cualquier cliente. No obstante, está comprobado que el factor que más contribuye a su fidelidad lo determina, con diferencia, la experiencia que obtiene el cliente a lo largo de todo el proceso de compra de un producto o servicio y también después de él, ya que lo que perciba de esa experiencia es lo que le permitirá comparar las alternativas sobre una base real de aportación de valor, y esto tendrá una repercusión clara en sus decisiones de compra futuras.

Como decía al principio, los hábitos de compra han cambiado mucho y lo seguirán haciendo, por eso la forma de vender debe adaptarse constantemente. Las ventas son hoy más complejas, entre otras cosas porque la oferta es más amplia, existe una mayor paridad entre las alternativas y los compradores tienen un exceso de información sobre ellas. Los mejores vendedores son los que se adaptan a este escenario desarrollando sus habilidades y la forma en la que interactúan con su mercado objetivo para aportar algo que les hagan destacar más allá del producto o del precio.

Analiza tu actitud frente al cliente y comprueba si se corresponde con ese escenario. Si quieres diferenciarte como vendedor, debes hacerlo por el valor que recibe tu cliente de su relación comercial contigo y que no puede ofrecer tu competencia. Es el aportar una experiencia satisfactoria de compra a tu cliente lo que debe ser tu prioridad.

Miguel Ángel Beltrán

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La clave para alcanzar el éxito profesional

Hay quienes dedican mucho tiempo a intentar averiguar qué es lo que hace que las personas tengan éxito en su trayectoria profesional y entender el motivo por el que ellos no lo han conseguido. Están hartos de intentarlo, pero parece que se alejan cada vez más de ese objetivo. Si es ese tu caso, tal vez te interese lo que te voy a decir.

Se tiende a pensar que las personas de éxito lo son porque en la mayoría de los casos se han visto favorecidos por su entorno personal y económico, por una mejor educación recibida, por contar con un mayor nivel de inteligencia, porque se pasan el día trabajando sin descanso o incluso por tener suerte… No se puede negar que todo esto puede ayudar, pero en realidad ninguno de estos factores es en realidad una garantía para el éxito en lo que hacemos o deseamos conseguir, aunque parezca difícil de creer.

De hecho, el mundo está lleno de fracasados que se rompieron el lomo trabajando toda la vida, que acumularon un gran nivel de formación, que contaron con sobrados medios económicos o que aparentemente tuvieron todo a su alcance para poder conseguir lo que quisieran, pero que finalmente no llegaron ni de lejos a sus expectativas o metas. Entonces, ¿qué es lo que hace que las personas tengan éxito?.

Si le damos un par de vueltas al asunto podremos ver como hay una característica que sí está siempre presente en las personas de éxito y que con toda probabilidad es un factor clave en ello; esa característica es el entusiasmo. Probablemente no hay nada que sea más potente en la superación de las barreras para avanzar y crecer que sentir pasión por lo que haces, por querer aprender cosas útiles y por estar deseando tener la oportunidad de ponerlas en práctica. Estas personas ponen interés y energía en todo, se mantienen motivadas y disfrutan al hacerlo. Es como una forma de entender la vida; algo que se va cultivando con el tiempo y que suele dar resultados casi siempre, por no decir que es infalible.

Las personas que demuestran tener entusiasmo suelen preocuparse por el bienestar de la organización y de quienes forman parte de ella. Se comportan como si fuese su propia empresa y es que realmente la sienten así. Se muestran apasionados y deseosos de generar valor y de aportar un poco más cada día. Son personas que se comprometen y que demuestran constantemente que se puede confiar plenamente en ellas.

Si quieres avanzar y crecer en tu empresa, trata de hacer un buen trabajo todo el tiempo, sin importar si obtienes reconocimiento o no por ello. Intenta transmitir tanta pasión, energía y entusiasmo como te sea posible, verás como poco a poco algo empieza a cambiar. Piensa que el entusiasmo es contagioso y las personas nos sentimos atraídas por quienes lo transmiten, es inevitable.

Por descontado, todos pensamos que ese objetivo se hace mucho más fácil cuando tienes un trabajo divertido y ameno, que se disfruta desde el primer momento porque te aporta retos motivadores cada día o porque encaja con tus preferencias personales. No obstante, eso no suele suceder siempre; hay trabajos que difícilmente pueden ser agradables o divertidos, más bien todo lo contrario. Si estás leyendo esto es probable que te haya tocado a ti uno de ellos. Si es así, debes tener en cuenta que, para llegar al final del camino, primero tienes que recorrerlo y no siempre es agradable; hay tramos que son más duros e incómodos que otros, pero así son las reglas.

Por otra parte, ya sea un trabajo divertido o no el que tengas, el haberlo aceptado en su día fue una decisión personal tuya y solo tuya, nadie te obligaba a ello. Puesto que tomaste esa decisión y pese a que consideras que tu trabajo es una auténtico asco, seguro que entiendes que debes ser consecuente con ello y cumplir con tu compromiso, por lo que sería bueno que intentes encontrar la manera de ver su lado positivo y sobre todo de apreciar el valor de lo que aportas a otros con lo que haces en él, ya que si estás ahí es porque lo que haces es importante y necesario para alguien; no te quepa duda de que si no fuese así, no estarías ocupando ese puesto, ya que simplemente no existiría.

El darle valor a tu trabajo es el primer paso para sentirse satisfecho de tu aportación y para encontrar el camino del crecimiento profesional. Y si la tarea es monótona y no te motiva la rutina diaria de ese puesto, intenta una forma diferente de hacer las tareas que comporta y trata de ver cómo esa labor aporta un beneficio a los demás y les ayuda a que puedan realizar bien el suyo. Recuerda…, tu trabajo es importante y tu aportación también lo es, por eso hay que tratar de pensar cómo mejorarla pensando en formas nuevas y creativas de llevarlo a cabo, porque todo lo que consigas mejorar hará que mejores tú ante los demás y ante ti mismo.

Ya sé que eso no es fácil y que mantener el ánimo en algo que no te gusta ni te motiva es realmente duro, pero hay que pasar por ese trance. Todos queremos alcanzar nuestras metas lo antes posible, pero en esto hay que ir superando fases; si te muestras perseverante y confías en ti mismo al final todo llega. Piensa que, para avanzar en tu mejora personal y profesional, no solo hay que tener aspiraciones, también hay que actuar en lo que haces cada día, ya que es ahí donde tienes tu oportunidad; así que tira de innovación, asume riesgos con sentido común, aprovecha los éxitos que consigas y utiliza los fracasos para corregir y mejorar. Y sobre todo ríete de ti mismo y se humilde; no dejes que el éxito o el fracaso te condicionen, simplemente disfruta de lo que haces y aprende de todas estas experiencias.

Hay otras cosas que debemos hacer, como el transmitir una imagen positiva de nosotros mismos. Las personas con las que te relacionas deben confiar en ti, por lo que debes demostrarles que tienes iniciativa y que ofreces una imagen de seguridad y decisión ante los problemas, además de ser un compañero solidario, que ayuda a los demás compartiendo las experiencias y los conocimientos que has ido acumulando.

Esto es muy importante, ya que las personas generalmente se sienten atraídas como por un imán por quienes emiten energía positiva, mientras que tienden a alejarse de las que la absorben como una esponja. Tal vez esto ocurra por una reacción intuitiva que tenemos todos, pero lo que está claro es que el cultivar esa imagen y desarrollar una personalidad y un estilo que transmita con naturalidad esa energía llamará la atención a los demás incluso en lo más rutinario. Por lo tanto, si quieres mejorar en lo profesional, debes empezar por mejorar tu actitud personal, y con ello tu forma de comunicarte y de interactuar.

Y deja ya de compararte con los demás, hazlo contigo mismo y sé consciente de cómo vas avanzando. No esperes reconocimiento de otros, eso es como una droga para el ego de la cual mucha gente está enganchada. Hay personas que viven de eso; necesitan que los demás valoren de forma positiva y constante lo que hacen. Y si esa valoración no llega, se apagan, se hunden y se frustran; el caer en eso es lo que te hace fracasar. Una autoestima fuerte está bien si la construyes desde tu interior, no en la medida que los demás valoran lo que haces. Todo eso es una mentira de la que te tienes que proteger y alejar. Si los demás aplauden tu trabajo bien hecho, pues perfecto…, a nadie le amarga un dulce; pero la única valoración que vale la pena es la que haces tú de ti mismo, lo demás es irrelevante.

Recuerda que todo consiste en tener entusiasmo y mantener una actitud positiva. Solo puedes cambiar tu situación si cambias antes tu actitud mental. Si observas la actitud de las personas que logran éxitos en la vida, en la mayoría de los casos podrás comprobar que tienen un enfoque positivo de las cosas que viven en ella. Para crecer es esencial esa actitud, no solo por cómo te afecta a ti, sino por cómo influyes con ella en los demás y en cómo eso hace que interactúen después contigo.

Y no confundas la actitud con la aptitud. La energía que permite a alguien triunfar no está en la aptitud; no se consigue el éxito simplemente por ser un superdotado, tener tres carreras y hablar cinco idiomas; se alcanza el éxito gracias fundamentalmente a la actitud que tengas ante las circunstancias, ya que eso será lo que determina tu forma de actuar y es tu forma de actuar la que determinará tus posibilidades de superarlas.

Hay una cosa sencilla de entender sobre tu propia actitud y es que solo la decides tú. Hay quienes se hunden en los momentos y circunstancias difíciles, caen en la autocompasión y tratan de buscar alguna razón con la que justificar su fracaso. Después están los que, en lugar de hacer eso, deciden enfrentarse y actuar. No hay nada más tóxico para el ánimo personal que el rodearte de personas derrotadas y victimistas. Aléjate o levanta un muro que te proteja de ellas o te verás arrastrado a esa dinámica de destrucción.

La voz de tu conciencia debe resonar una y otra vez en tu cabeza diciéndote que no hay opción de compadecerse, de echar mano a victimismos y de sentirte incapaz de levantar el trasero del suelo. La compasión puede que sea una emoción noble en los seres humanos, pero la autocompasión es una enfermedad, un pensamiento envenenado que debilita las emociones, que te inutiliza y te bloquea. Si crees que estás en esa situación y no te ves capaz de cambiarla, por todo tu empeño en seguir intentando escapar de esa espiral. De ahí se puede salir, solo tienes que decidir cambiar de rumbo sin demora.

Y no te sientas culpable, que aquí no hay nadie perfecto. Si has cometido errores que te han llevado a esa zona oscura, piensa que a todos nos ha pasado. Cuando cometemos errores, la reacción instintiva es correr a escondernos, poner excusas o incluso mentir; que tire la primera piedra el que no lo haya hecho nunca.

No somos robots insensibles, somos seres humanos condicionados por las emociones y los miedos. Hay que acostumbrarse a afrontar los errores de cara y aprender de ellos. Uno se equivoca porque convive con las circunstancias del día a día y porque se aprende sobre la marcha, ya sea a ser padres, a ser compañeros o a ser simplemente personas. Y en ese aprendizaje los errores y fracasos son esenciales, ya que son la base de la experiencia para alcanzar el éxito futuro, no lo olvides nunca. Por esto no hay que culpar a nada ni a nadie de nuestros propios errores, sino que es mejor disculparse, reflexionar sobre el error cometido y preguntarte qué parte de todo lo que ha pasado puede servir para mejorar como persona y seguir avanzando.

Confía en que haciendo bien todo esto, tu recompensa llegará en forma de satisfacción personal por saber que estás dando lo mejor de ti mismo y también en forma de reconocimiento por parte de quienes te rodean en el día a día. Demostrar pasión y entusiasmo es un modo de inspirar y de contribuir a motivar y mejorar. Esto es algo muy poderoso en el objetivo de tener éxito en la vida, ya que son la base que da forma a tu capacidad de influencia y de liderazgo, aspectos que tanto las personas con las que nos relacionamos como las organizaciones saben apreciar.

En definitiva, si quieres tener éxito en tu vida profesional, hecha mano de tu entusiasmo, ponle interés y energía a todo, y disfruta del viaje. Si mantienes esto durante un tiempo, acabarás viendo los resultados y ya nada te detendrá hasta que alcances el objetivo.

Miguel Ángel Beltrán

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Cómo tomar la decisión correcta.

Cuantas veces nos habremos preguntado cómo habrían sido las cosas si hubiésemos pensado bien nuestras decisiones antes de tomarlas. Si en lugar de dar pasos precipitados los hubiésemos meditado mil veces previamente. Las personas a menudo estamos demasiado obcecados en nuestras propios intereses, tanto es así que lo único que queremos hacer es ponerlos en práctica, incluso sin tener en cuenta cómo esas decisiones podrían afectar a los demás o a nosotros mismos. En este camino de crecimiento y mejora personal que quieres emprender, tendrás que tomar decisiones frente a las dificultades que se te presentarán y va a ser importante que te prepares bien y cambies algunas pautas de comportamiento.

Todos sabemos que con frecuencia algunas tomas de decisión, sobre todo las se han tomado de forma unilateral, son el origen de nuevos problemas que tal vez no afrontemos inmediatamente, pero que con bastante seguridad habremos de hacerlo en el futuro. Serán consecuencias de decisiones que se tomaron a toda prisa, sin ser estudiadas, analizadas, discutidas y contrastadas; basadas en unos supuestos inconsistentes que tenían más de sueño o de capricho que de sentido común. Pero tranquilo, que en esto no nos salvamos ninguno. Así somos las personas en general, ya que vamos aprendiendo a fuerza de equivocarnos una y otra vez, pero eso no significa que no podamos hacer algunas cosas para mejorar en este apartado.

Hay quien estará de acuerdo y quien no, pero lo cierto es que los problemas a los que cualquier persona se enfrenta en el presente casi siempre vienen determinados, en alguna forma, por algún error o serie de errores cometidos en el pasado. Y estos errores a menudo se relacionan con nuestra poca disposición a la paciencia. En estas cuestiones, las prisas nunca son buenas compañeras de viaje; de hecho, alguien comentó alguna vez que una de las grandes desventajas de hacer algo con demasiada prisa es que suele acabar también llevando demasiado tiempo, principalmente porque después tienes que dedicarte a reparar lo que se ha hecho mal. También un proverbio chino dice que el hombre corriente, cuando emprende algo, suele echarlo a perder por tener excesiva prisa por terminarlo. Seguro que la ansiedad por encontrar soluciones rápidas a los problemas tiene mucho que ver con la limitaciones que eso produce en nuestra capacidad para conseguirlas y con ello tendemos a parchear situaciones en lugar de a arreglarlas, dejando así las cosas sin ser resueltas de forma definitiva. No es de extrañar entonces que tarde o temprano nos volvamos a encontrar con los mismos problemas, posiblemente aún peor de como los dejamos.

La precipitación en la toma de decisiones es algo muy común en los mortales, ya que a nadie le gusta permanecer en una situación difícil e incómoda ni cinco minutos, ni tener que superar dificultades para conseguir algo que se desea; todos queremos pasar por encima de ellas lo antes posible, lo que nos genera una ansiedad e impaciencia que puede hacernos actuar de forma poco sensata. De hecho, una de las constantes que se producen en los momentos de dificultad o crisis personal es la tendencia a la precipitación, ya sea invirtiendo tiempo y dinero en ideas repentinas o haciendo sobresfuerzos, como si el trabajar más rápido y durante más horas nos pudiera sacar más rápidamente del barro.

Si te estás hundiendo en una ciénaga de lodo espeso, probablemente el chapotear con todas tus fuerzas para no hundirte sea una mala idea. Mejor es tratar de mantener la calma y moverse con cuidado en las situaciones arriesgadas, porque si no se meditan bien los pasos que vas a dar y no se dirigen los esfuerzos en la dirección correcta, lo que acabaremos consiguiendo será que cuanto mayor sea la energía que se aplique para resolver el problema, mayor será la resistencia que ese problema ejercerá contra ti y más complicada será su resolución definitiva. Hagámonos a la idea de que es inútil cualquier decisión que se tome o acción que se lleve a cabo si no se piensa bien y no se orienta adecuadamente. Por esto es tan importante el ejercicio de pensar muy bien las cosas antes de actuar, de tener claro cual es el origen del problema y determinar el factor que lo desencadena, porque es justo lo que se necesita para saber donde habrá que enfocar cualquier actuación o decisión.

En este sentido, estoy seguro que todos hemos caído más de una vez en esa trampa de la que deberíamos estar  escarmentados, por lo que a esta alturas tendríamos que saber que el alcanzar una objetivo o resolver una situación difícil no está garantizado simplemente aplicando la ley del máximo esfuerzo en lo que tengamos que hacer. Quienes hacen esas cosas son los niños de corta edad, quienes no entienden lo de regular esfuerzos, sino que emplean durante una determinada etapa de su crecimiento una gran cantidad de energía no solo para su motricidad, sino también en labores que no tienen una finalidad concreta; simplemente aplican toda la intensidad posible en la ejecución de cada paso y en cada detalle de lo que hacen mientras les quede una caloría por quemar. El motivo de esto es porque para ellos lo más importante es el proceso y no el fin del mismo, justo lo contrario de lo que estamos hablando aquí. Para nosotros, sin duda, lo importante es el fin al que queremos llegar y para ello se necesita más cabeza que músculo, más planificación que fuerza. Es como cuando sales al monte con la bicicleta y después de varios kilómetros de ruta llana y cómoda te encuentras con una larga y empinada cuesta que pretendes subir al mismo ritmo que traías, sin valorar la pendiente ni tampoco tu capacidad de resistencia. Al final es muy probable que te quemes y tendrás que parar, eso si no llegas a lesionarte o te da antes una lipotimia que te deje para el arrastre.

De hecho, la vida cotidiana es en cierto modo como esa ruta en bicicleta; hay momentos en los que circulamos cómodos, avanzando con un ritmo razonable que podemos sobrellevar, incluso permitiéndonos disfrutar algo del paisaje. Pero de vez en cuando llegan repentinamente las subidas pronunciadas, a veces escondidas tras una curva, y es ahí donde tenemos que reaccionar correctamente y en segundos para poder afrontarlas sin que nos deje después agotados e incapacitados para continuar; ahí tenemos la clave. Y si no nos ha dado tiempo de analizar correctamente la ecuación antes de llegar a ese momento de dificultad, pues nos bajarnos de la bici y caminamos un rato; es mejor eso que correr un riesgo excesivo e innecesario. Ya habrán otros momentos mejores para dar un acelerón.

Pensemos que la vida nos pone contantemente a prueba y nos mantiene en un estado de tensión y presión permanente al que se van a añadir nuestras inseguridades, miedos o incluso momentos de pánico, los cuales podrían debilitarnos e incluso bloquearnos, pero en los que estamos igualmente obligados a tomar decisiones. Y ya sean estas decisiones grandes o pequeñas, todas van a ir encaminadas, de un modo u otro, a conseguir hacernos sentir mejor y más seguros; pero si convertimos este deseo en una obsesión, podríamos llegar a dejarnos arrastrar de tal forma que, ante cualquier problema, tendríamos la tentación de adoptar decisiones fáciles y cortoplacistas que nos aparten de él cuanto antes y así poder pasar página, pero sin resolverlo; algo que con el paso del tiempo se podría convertir en un boomerang que volverá para ponernos aún en mayores dificultades. Tengamos en cuenta que mientras más problemas a medio resolver vayamos dejando por el camino, peor futuro tendremos más adelante, porque nos los volveremos a encontrar nuevamente como un gran muro que seguramente ya no podremos sortear. A las personas nos cuesta entender que el motivo de estar hoy en una situación determinada de la que queremos salir no tiene porqué estar relacionado con una causa reciente, sino que puede venir como resultado de una situación anterior, incluso muy anterior, que no fue resuelta adecuadamente. Hay que cambiar de mentalidad y mantener otro tipo de actitud.

Las consecuencias de nuestras decisiones pasadas pueden manifestarse o influir de muchas formas en el futuro, por eso es tan importante tratar nuestros problemas de hoy desde una perspectiva más amplia que la de algo que simplemente nos llega sin más o nos viene impuesto por las circunstancias. Cuando se habla de cambiar de mentalidad, se trata en parte de entender nuestra realidad y de tenerla presente en nuestras decisiones, no de apartarnos de la parte de ella que nos incomoda, haciendo como si no existiera, dejando las dificultades y los obstáculos a un lado, sin enfrentarse y tratar de superarlos para seguir avanzando por el camino que nos lleva a nuestros objetivos. Ciertamente todos tenemos objetivos que de algún modo nos hemos marcado y sentimos instintivamente una especie de necesidad constante por querer alcanzarlos. Superar los problemas que nos vamos encontrando forma parte del juego; no sirve de nada ignorarlos salvo para convertirlos en un lastre cada vez más pesado.

Pero somos humanos, de esos seres que tropiezan dos o más veces en la misma piedra. Nos cuesta desprendernos de determinados vicios que cuelgan de nuestra personalidad, así que volverán a aparecer los miedos, las ansiedades y las prisas, por lo que una vez más tendremos la tentación de no meditar lo que vamos a hacer antes de fastidiarla. Y es que a esta sociedad de hoy no le gusta esperar a nada, todo se hace con la sensación de que el tiempo se acaba, de que nos pillará el tren, de que se nos pasará el arroz, sin entender que hay una verdad incuestionable que no podemos evitar: que las soluciones a los grandes problemas requieren de su tiempo. Esas soluciones a veces vienen de pequeñas acciones, de sencillos cambios en nuestro entorno; no existe la solución perfecta para nada, porque todo está sujeto y condicionado por muchas cosas.

Tal vez si fuésemos robots contaríamos con un sofisticado sistema de alerta que nos permitiera responder de forma automática y eficaz a cualquier situación que se produzca en nuestro entorno, pero no…, no somos robots; solo somos unos seres biológicos, enganchados a la endorfina, que actuamos más por reacción emocional que racional. Lo único que podemos hacer es conocer y tratar de gestionar nuestra forma de reaccionar, ya que el mecanismo del ser humano funciona de tal forma que nos resulta imposible mantenernos permanentemente alerta y ser capaces de percatarnos absolutamente de todo lo que sucede en nuestro alrededor para actuar de forma infalible, ya que eso probablemente nos volvería locos.

Nuestra tendencia natural es el reaccionar ante cualquier señal de peligro o necesidad casi de forma instintiva; a menudo sin paramos unos segundos a pensar cómo actuar; más bien reaccionamos de inmediato sin pensarlo lo suficiente y sin ser plenamente conscientes de las consecuencias de muchas cosas que hacemos o decimos. Estaría bien ser capaces de controlar todo eso, pero en la vida no podemos pretender analizar permanentemente y en profundidad hasta las problemáticas más simples del día a día, ya que para cuando hubiésemos llegado a una conclusión sobre la situación, ya nos habrían pasado por encima.

Está claro que es imposible tener control de todo y no equivocarnos en algunas cosas, pero podemos aplicar ciertas pautas que nos ayudarán a mejorar en ello. Ante todo, debes conocerte a ti mismo, ser consciente de tus emociones y de cómo estas condicionan tu actitud y forma de actuar frente a las condicionantes de tu entorno; eso sí…, me refiero a las condicionantes de hoy, no las que hubo en el pasado ni a las que supuestamente habrá en el futuro. El foco debes ponerlo en el presente, entender sus riesgos y ser consciente de tus posibilidades reales y de tus limitaciones. Intenta darte un margen de tiempo para tratar de ver las cosas desde diferentes perspectivas. En realidad, las decisiones no son correctas o incorrectas, solo son necesarias o irrelevantes, pero todas ellas son irrenunciables, porque la vida consiste en estar decidiendo constantemente, incluso a veces sin darnos cuenta de que lo estamos haciendo. Unas decisiones que, en muchos casos, van a determinar nuestro futuro, pero que el no tomarlas nos impediría progresar positivamente hacia él.

Miguel Ángel Beltrán

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Si vas a emprender, inspírate en el fracaso.

Diría que una de las diferencias existentes entre las personas que siempre luchan por superar los obstáculos y las que se rinden al primer tropiezo, es que las primeras suelen creer en sí mismas y son conscientes de su propio potencial, mientras que las otras, ante las mismas dificultades, tienden a ser conscientes únicamente de sus circunstancias y a dejarse abandonar a ellas.


¿En qué grupo consideras que estás tú, en el del potencial o en el de las circunstancias?. Si estás pensando en emprender algo y crees verte más bien en el segundo grupo, déjame que comparta contigo algunas reflexiones sobre a qué te vas a enfrentar; al fin y al cabo las he sacado de mis propias experiencias y tengo la espalda metafóricamente llena de cicatrices por haber hecho durante mucho tiempo exactamente lo contrario a lo que ahora predico.

De entrada, debes saber que un emprendedor se define por su habilidad para identificar oportunidades, crear proyectos y llevarlos a cabo (o al menos intentarlo). No todo el mundo es emprendedor ni tienen por qué, faltaría más. Los emprendedores son personas con determinadas capacidades que llevan incorporadas de serie o que adquieren con preparación, pero sobre todo cuentan con una actitud que les empuja a desarrollar ideas para responder a necesidades concretas; es como un gusanillo cansino que tienen en el estómago y que no les deja en paz.


Pero además, lo que caracteriza al emprendedor es su determinación y carácter frente al desafío, el riesgo y la incertidumbre. Y es que un emprendedor de verdad no le tiene miedo a la incertidumbre, o al menos la sabe controlar muy bien. Incluso disfruta por el mero hecho de emprender algo; y si fracasa, pues fracasa… Con el panorama actual, todo un valiente, sin duda alguna…


Precisamente es en el fracaso donde el verdadero emprendedor demuestra su actitud y las razones que lo definen como tal. Él tiene claro que hasta de ello se obtiene un cierto beneficio, en forma de conocimiento y experiencia, que podrá aplicar después para estar más cerca del éxito que busca. Por eso, después de caer a plomo contra el suelo, se levanta, se limpia un poco la sangre de la nariz y lo vuelve a intentar, el muy cabezota…


Decía Churchill que el éxito es la capacidad de ir de un fracaso a otro sin perder el entusiasmo; una gran verdad; todo mi reconocimiento a esa figura histórica. Pero además del entusiasmo, es de los errores y las decepciones de donde se endurece el músculo que nos permite fortalecernos, mejorar y poder avanzar. Sin duda, un emprendedor de verdad entiende estas reglas como lo que son: “píldoras de conocimiento imprescindibles para su propio desarrollo y crecimiento”.


Y no…, no hay aprendizaje sin errores, como no hay éxitos sin fracasos. Nada de excusas y de buscar culpables ante ellos, porque el sentirse un fracasado no es algo que te hayan transmitido o impuesto; el fracaso ni se transmite como un virus ni se impone como un castigo divino; es solo una percepción que depende únicamente de ti y solo de ti.


Pero cuidado…, más allá del motivo que tengas para emprender tu proyecto, plantearte un reto o de cualquier otra razón que te impulse a dar un paso al frente a pecho descubierto, lo que te debe empujar por encima de todo a hacerlo es la ilusión, porque es una de las pocas cosas capaces de hacerte reaccionar ante la incertidumbre y los obstáculos. Bueno…, eso y la desesperación…, pero esto último no es aconsejable. De hecho, tengamos clara una cosa; la decisión de crear un negocio o de iniciar un proyecto personal no puede ser la única razón de emprender. Si eso fuese así, puede que en realidad la decisión de hacerlo solo signifique una huida hacia adelante que viene provocada por motivos muy distintos al supuesto deseo de querer hacerlo. En estas cuestiones uno tiene que ser muy honesto consigo mismo.


Lo importante para emprender algo es, además de la idea, el tener suficiente motivación para ello. Puedes tener esa idea o una razón o necesidad poderosa para hacerlo, pero el combustible capaz de generar esa motivación siempre será, justamente, esa ilusión de hacer algo que merezca la pena.

“El único verdadero fracaso es aquel del que no hemos aprendido nada”.
Henry Ford

Otra cosa más…, si pese a dudas y miedos te vas a lanzar a la aventura de no conformarte con lo que eres y con donde estás, de construir un proyecto o de tratar de alcanzar un sueño, es importante que revises y te replantees el significado que tiene para ti el éxito y el fracaso, ya que el uno no existe sin el otro, sino que se complementan. Hasta que no aceptes esto, no estarás realmente preparado para afrontar lo obstáculos que debe superar cualquier emprendedor y con los que, sin duda alguna, te vas a encontrar de frente.


Pero no te desanimes por eso…, en cierto modo un recorrido que presente pequeños o grandes obstáculos y errores que vamos corrigiendo puede ser incluso más beneficioso que uno libre de ellos. Con los errores se aprende y se progresa, sin los errores no. Tener errores es inevitable y en cierta medida necesario, lo que verdaderamente importa es la experiencia que obtengamos de ellos. El fracaso real se produce cuando no obtenemos ningún aprendizaje y además, nos damos por vencidos.


Por ir acabando, por aquello de insistir…; lo que permite a cualquier persona alcanzar el éxito en el reto que se plantee, tenga o no tenga aptitudes para ello, es su capacidad de superar adversidades y reponerse ante las caídas, de ser perseverante, luchador y capaz de no perder la confianza en sí mismo.
Si no tienes ese espíritu luchador, tendrás que buscar la manera de desarrollarlo. Y si no eres capaz de hacerlo, mejor no emprendas y sigue remando.

Miguel Ángel Beltrán