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El reto de emprender y no romperse la crisma.

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Hoy me apetece cambiar de tercio; no tengo ganas de hablar de desarrollo personal o de liderazgo. El día está frío y ventoso, me duele la espalda y no estoy de humor para ponerme serio, valga la contradicción.

Quiero hablaros de verdades incómodas, sobre todo a los que seguís persiguiendo sueños como pollos sin cabeza y que, obsesionados en conseguirlo, os empeñáis en dar tumbos entre ideas repentinas que empiezan por la ilusión e intentos fallidos por hacerlas realidad que acaban en la frustración.

Me dirijo a los que alguna vez se han levantado dormidos en mitad de una madrugada de calor asfixiante, se han dirigido hacia la nevera de la cocina para remojar un gaznate absolutamente reseco y por error le han dado un largo trago a una botella de vino abierta hace tres semanas, vino completamente agriado, pensando que era agua fresca. A mi me pasó…, fue toda una experiencia que me hizo despertar de golpe.

Un momento inolvidable de desagradables ardores de estómago y de irritación de mucosas que me sirven hoy de metáfora para describir las consecuencias de quienes se lanzan a emprender algo medio adormilados y después sufren las consecuencias de lo que ellos mismos suelen definir como una mala decisión tomada con la mejor de las intenciones.

Pues sí…, después de muchos intentos frustrados de llegar a hacer algo por ti mismo, acabas por darte cuenta, gracias al batacazo sufrido, de que el riesgo que debes asumir al tomar una decisión debe ser, como mínimo, el doble del resultado que deseas alcanzar y directamente proporcional a tu falta de sentido común. Son matemáticas simples; no existen los atajos o las recetas milagrosas salvo en las películas y en los podcast de advenedizos que pretenden ir de gurús diciendo a los demás cómo tienen que planificar sus vidas. Y yo no pretendo hacerlo aquí, lo juro por Snoopy.

Las posibilidades de alcanzar el éxito en aquello que buscamos, pero sin asumir el riesgo de que nos abramos la cabeza, son extremadamente pequeñas…

Tan pequeñas como que aún logrando salir airoso del trance, tengamos alguna posibilidad de que el resultado final se corresponda con lo soñado; vamos…, ni por asomo.

El 80% de las emprendedurías fracasan antes de los dos años de vida, el 90% en el caso de las que se atrevan a hacerlas en el ámbito de la tecnología; así están las cosas. ¿Significa esto que 8 de cada 10 emprendedores son unos irresponsables o unos auténticos inútiles?; en absoluto. Si pensáramos así, posiblemente estaríamos todavía viviendo en cavernas.

Si hay una regla básica que deberíamos aceptar en cualquiera que sea nuestro objetivo en la vida, es que cuanto mayor es el premio que queremos conseguir, mayor es el riesgo que debemos afrontar en nuestras decisiones. Plantear un objetivo personal o profesional sin pasar por el trance de exponerse a perder algo, aunque solo sea el tiempo y esfuerzo empleados, no lleva a ninguna parte. Y si nos apoyáramos en la suerte para alcanzar nuestros objetivos, ¿qué sentido tendría el reflexionar sobre cómo tomar nuestras decisiones y planificar nuestros esfuerzos, si todo dependería de cómo estén dispuestas las estrellas o de lo que digan las cábalas?. Si quieres jugar tienes que prepararte, actuar y arriesgar, punto.

Ciertamente en la aventura de emprender no puedes contar con la suerte, la única oportunidad realista de alcanzar el objetivo que te marques la tendrás si llevas en las alforjas un cierto conjunto de cosas; digamos que una mezcla de conocimiento, motivación y determinación, todo ello aderezado con un poquito de ambición y de mucha perseverancia. Si te falta alguno de estos ingredientes mejor ni lo intentes, porque a menos de que seas bendecido por el poder celestial, lo más probable es que te equivoques y le pegues un trago a la botella de vino agrio.

Pero no quiero quitar a nadie la ilusión de tratar de alcanzar sus sueños, ni mucho menos… Yo soy el primero que lo ha intentado varias veces y probablemente lo seguiré intentando en el futuro. El que nace con ese gusanillo nunca se lo quita de encima totalmente, eso va incluido de serie en el carácter para lo bueno y lo malo. “No aprendes”, me ha dicho más de uno después de algún fracaso, aunque la verdad es que tampoco es eso exactamente…; me refiero a un fracaso del que no has aprendido nada; porque ya lo creo que aprendes…; lo haces cada vez que te estampas contra una pared.

De hecho, ciertamente algunos solo podemos aprender a golpes, pero aprendes al fin y al cabo, siempre y cuando tomes consciencia de tus propios errores y aproveches esa mala experiencia para mejorar. Que sepas que, desde mi discutible punto de vista, esa será tu única oportunidad de llegar a alguna parte; no es seguro si al lugar que deseas, pero tal vez a algún destino razonablemente bueno después de todo. El problema es que hay muchos cabezotas que son incapaces de reconocer su torpeza, ni aunque ésta les deje en evidencia de forma vergonzosa. Estos nunca aprenden nada.

Recuerdo a un jefe infame que tuve hace tiempo. Un personaje retorcido y manipulador, un verdadero demonio, pero que tenía momentos de lucidez que después de muchos años he sabido reconocer. Contaba con una habilidad natural para sacar a relucir la incapacidad que tienen muchas personas a la hora de aceptar, sin tapujos ni excusas baratas, las responsabilidades de los errores derivados de sus propias decisiones o de no haberlas tomado.

La mayoría de las personas tienden a eludir culpas ante una equivocación que provoque un daño o pérdida a terceros o incluso a sí mismos. Es una reacción muy humana que viene dada unas veces por el miedo a las consecuencias y otras por la negativa a perder un poquito del propio ego tras la posibilidad de tener que reconocer que has quedado como un idiota. Somos tan sensibles frente a las situaciones en las que quedamos en evidencia ante los demás, que estamos dispuestos a negarlas ante cualquiera con mil razonamientos, correr un tupido velo y agarrarnos al primer clavo ardiendo que nos permita salir del trance lo antes posible.

Uno de los numerosos días en los que aquel director nos reunía a todos los responsables de sección para arengarnos en nuestras tareas nos explicó, con toda la vehemencia que su carácter prepotente y narcisista podía permitirle, que una empresa es como un barco en el que conviven dos clases de tripulantes; una está formada por aquellos que, cuando llegan a la línea roja que supone la toma de una decisión difícil o trascendental, optarán por no saltarla para evitar el riesgo de equivocarse y quedar expuestos a las consecuencias de la crítica y del daño a su imagen personal o a su autoestima. La otra parte la forman los que, al llegar a esa línea, no dudan en saltarla. Son los que no eluden los problemas, ni tienen miedo a los desafíos o a las consecuencias que puedan derivarse de fallar al intentarlo y prefieren asumir el riesgo de dar el paso, siempre y cuando ese paso y riesgo merezcan la pena. Estas personas suelen tener inquietud de liderazgo; son ambiciosos, innovadores y emprendedores; gente ideal para afrontar grandes empresas. El problema es que también se pueden incluir en este grupo aquellos que se pasan de frenada; los imprudentes, los irreflexivos, los irresponsables y los locos.

Siguiendo con la metáfora marinera, hay personas que prefieren ser simples remeros en galeras durante toda la vida y hay otros que necesitan trabajar en cubierta, sentir el viento en la cara mientras el barco navega, participar en su gobierno y mojarse durante cualquier tormenta si es preciso, aunque eso suponga el riesgo de caer por la borda en cualquier golpe de mar. Estos no están exentos de acabar igualmente agarrando el remo como los primeros, pero tendrán muchas más posibilidades de alcanzar cualquier meta en la vida.

Lo que queda claro es que resulta imposible el alcanzar metas sin tomar decisiones y asumir sus riesgos, aunque, de todas formas, en esto de perseguir sueños, plantearse retos y superar objetivos, la realidad es mucho más compleja que la imaginada a través de cualquier metáfora simplista.

De entrada, una decisión importante no se puede tomar nunca a la ligera; debe estar meditada, tomando en cuenta sus pros y contras, los riesgos asociados y la preparación adecuada para afrontarlos. En este sentido, nuestro deseo interior por emprender algo que nos ilusiona y que soñamos alcanzar suele ir a menudo más deprisa que nuestro sentido común, tanto que puede acabar pasándonos por encima, (créeme…, sé bien de lo que hablo por propia experiencia), por lo que no vamos a descubrir nada extraordinario al afirmar que los retos que decidamos afrontar y las decisiones que se tomen al respecto, deben ser planteados en proporción a los riesgos asociados y a las consecuencias que estemos dispuestos a asumir.

El emprender no es un juego, es algo muy serio. Cuando le estamos dando vueltas a esa idea hay que tener bien desarrollado nuestro autoconocimiento; una palabra que suena un poco rebuscada, pero no me sale otra más adecuada. Tienes que conocer realmente qué es lo que pasa por tu cabeza y tus motivos, ya que es posible que en tu deseo de iniciar un proyecto personal te estés centrando únicamente en lo que te gustaría hacer y eso puede ser un grave error. Si quieres tener éxito en lo que emprendas, no intentes basar esa idea en hacer lo que más te gusta; eso de que no hay nada mejor que trabajar en lo que a uno le gusta es una memez desde un punto de vista emprendedor. En lo que debes enfocarte a la hora de emprender algo, si lo que quieres es tener éxito de verdad, es en aquello que sepas hacer mejor, y seguro que hay algo en lo que destacas, aunque todavía no hayas tomado conciencia de ello.

Tienes que descubrir en qué eres realmente bueno y darle vueltas hasta saber cómo sacarle partido. Cuando aclares esto, el siguiente paso será determinar la verdadera razón por la que deseas emprender. ¿Qué es lo que quieres conseguir?, ¿cuál es tu propósito en la vida?, ¿cuál es tu meta?, ¿para qué demonios te quieres meter en líos, con lo calentito y tranquilo que se está en casa?. Pero ya veo que finalmente estoy tendiendo a hacer lo que no quería…, decir a los demás lo que tienen que hacer para poder avanzar, cuando en realidad solo existen ciertas sugerencias a valorar en lugar de directrices a seguir que además no te garantizan absolutamente nada.

Llegados a éste punto, debo confesar que me resulta paradójico que esté escribiendo el episodio 24 de un podcast que se supone tiene el propósito de compartir planteamientos para ayudar a otros a ir avanzando hacia sus metas, cuando es posible que su verdadero objetivo sea el ayudarme a mi mismo. Si esto es así, ¿qué meta puedo estar buscando para estar empleando parte de mi tiempo libre en escribir y en grabar estos audios si probablemente los escuchen cuatro o cinco personas y por casualidad?.

Te contaré un secreto…, si a mi me preocupara el fracaso que pueda suponer el que estos audios no tengan interés para nadie o que no me reporten ningún beneficio concreto, podría pensar que invierto mi tiempo para nada; pero la verdad es que no me preocupa en absoluto. Creo que, por lo general, los emprendedores hacemos las cosas por otra razón distinta que poco tiene que ver con la ambición personal o con el ego.

Es posible que la razón de no estarse quieto sea el deseo de ganar notoriedad para sentirnos realizados o simplemente sentir que hemos hecho algo de valor por nosotros mismos y que además pueda servir de ayuda a otras personas. Sea la razón que sea, lo que me preocupa no es fracasar al poner en marcha una iniciativa personal que me parezca motivadora, sino el dejar pasar el tiempo sin ni siquiera haberlo intentado.

Te espero en el siguiente episodio.

Hasta pronto.

Miguel Ángel Beltrán

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Déjate de pamplinas y acepta el reto del cambio.

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¿Cómo vas en lo del objetivo de mejorar tu vida y tus circunstancias?, ¿vas avanzando en ello o sigues con tu miedo a fracasar en el intento?.

Si te has parado aquí después de leer el título de este contenido, es probable que el motivo que te ha llevado a hacerlo sea que te inquieta alguna incertidumbre que se está dando en tu entorno personal, algo que percibes como un riesgo para tu estabilidad o para tus proyectos futuros. Si es así, bienvenido seas al club de afectados más grande del mundo, el de los que sufren el síndrome del miedo al cambio. Aunque la verdad es que esto no tiene nada de síndrome; es una simple reacción natural que conviene aprender a gestionar.

Ambas cuestiones, el cambio y la incertidumbre, están relacionadas entre sí. De alguna manera una es el resultado de la otra, independientemente del orden en el que pongas en la ecuación a estos dos factores, ya que el resultado siempre suele ser el mismo: el miedo.

Las personas tenemos miedo a lo que pone en riesgo nuestra seguridad, la de nuestra familia, la de nuestros hijos, la de nuestro trabajo…; como si la seguridad fuese un concepto perfectamente definido y delimitado…, como si lo único que pudiera llevarnos a la felicidad fuese el alcanzar una sensación total de seguridad.

¿Pero quién está realmente seguro en este mundo…?, en realidad, nadie lo está. Obsesionarse por buscar la estabilidad es probablemente una pérdida de tiempo y de energía. Intentamos contantemente alcanzarla reteniendo todo lo que de manera errónea hemos llegado a creer que nos garantiza el conseguirla, evitando cualquier riesgo de perder lo que entendemos que son los pilares donde descansa nuestra tranquilidad. Pero cuando afrontamos la incertidumbre del cambio desde esa perspectiva, sí que nos ponemos en verdadero riesgo; el de entrar en una espiral de preocupación, estrés y miedo, que es donde acaban atrapadas muchas personas convencidas de que el conseguir la estabilidad es lo único que las puede llevar a la felicidad, y no…, no lo es.

Si pretendes avanzar en tu desarrollo personal, debo decirte que vas a necesitar tener buena capacidad de adaptación al cambio y de superar el miedo a la incertidumbre éste lleva asociado. Tenemos la percepción de que los cambios son peligrosos, que conviene pecar de prudente y no moverte demasiado para no salirse del camino; que vivir en un entorno estable es lo aconsejable, y que todo se hace más fácil de esta manera. Pero esa visión es subjetiva, ya que se apoya en un decorado que no es real. Lo cierto es que, lo aceptes o no, ese decorado cambiará por mucho que pongas de tu parte para evitarlo.

Empieza a revisar tu perspectiva sobre ello y no te obsesiones en tratar de evitarlo, ya que el cambio forma parte de absolutamente todo. ¿O acaso no estás donde estás por el proceso de transformación que has vivido a lo largo de tu vida?. El cambio es siempre necesario, porque impulsa un proceso imprescindible para poder hacernos mejores. Si nos negáramos a él, aún estaríamos viviendo en cavernas y alimentándonos de raíces. La evolución no es más que el resultado de una necesida; la de ir transformando las cosas para mejorarlas. Por eso, el pretender vivir siempre en un entorno estable y supuestamente seguro es un error que impedirá tu crecimiento como persona y como profesional.

Seguro que estás leyendo esto porque sientes la inquietud y la necesidad de cambiar tu situación, pero también sientes el miedo por verte en la obligación de tener que hacerlo sin saber qué te vas a encontrar por el camino. Entiendo muy bien esa percepción, la he vivido personalmente y la he visto en personas de mi entorno. De hecho, no conozco a nadie que no sienta algún miedo a la incertidumbre. Tendemos a mostrar resistencia ante toda necesidad de afrontar algo que no conocemos y que nos saca de nuestra área de confort; eso se da mucho en el ámbito laboral, donde los cambios están a la orden del día y nos hacen sufrir el temor de fracasar, poniendo con ello en riesgo nuestra estabilidad.

Estas situaciones pueden bloquearte, algo que sucede como respuesta a lo que tu subconsciente entiende como una amenaza y una posibilidad de perder lo que has ido consiguiendo hasta ahora. La paradoja es que han sido este tipo de supuestas amenazas las que, lo largo de tu vida the han hecho aprender y avanzar. No eres un bicho raro, ni un cobarde por sentirte afectado por ello, ya que esto es algo que nos pasa a todos. Tu habilidad para gestionar esa reacción natural será lo que te permitirá superar los desafíos que se te presenten e ir superándolos.

Claro que…, dirás que el afrontar esos miedos no te garantiza el avanzar. De hecho, también podría ser que esas amenazas sean reales, no se superen y supongan un retroceso. El cambio puede tener una resultante negativa, por supuesto; las cosas pueden salir mal, ¿pero qué es la vida sino un ensayo de prueba y error?. La manera de encontrar solución a un problema requiere de ese ensayo. Estas son las reglas de juego, así que si quieres participar tendrás que adaptarte a las condiciones cambiantes de tu entorno profesional o personal. Esa capacidad de adaptación se llama resiliencia, algo que se aplica a las personas y a las organizaciones, las cuales también tienen que adaptarse constantemente para mantenerse competitivas; de ahí precisamente esos cambios constantes a los que te ves empujado a enfrentarte en tu trabajo.

De la misma manera que una estrategia de éxito, la cual aporta beneficios a una organización, un día deja de hacerlo y por ello tiene que desarrollar otra para seguir siendo competitiva, las personas también nos enfrentamos a situaciones similares en nuestro entorno profesional. No puedes pretender seguir haciendo siempre lo mismo y de la misma manera; te tienes que adaptar a las circunstancias para poder superar tus limitaciones y hacerte más valioso para los demás.

Ser resiliente es no dejar de buscar soluciones para afrontar los desafíos y superarlos satisfactoriamente.

Los retos que se te presenten lo harán de diversas maneras; ser resiliente es no dejar de buscar soluciones para afrontarlos y superarlos satisfactoriamente, aunque inicialmente nos parezcan muy difíciles. Es buscar nuevas oportunidades a pesar de la posibilidad de fracasar. No se avanza frenando constantemente las iniciativas; el asumir un cierto riesgo es inevitable para crecer profesionalmente.

El sentirse cómodo en tu trabajo y envuelto en certeza durante muchos años, es algo que te va apagando poco a poco y que acaba debilitándote. Eso sí que es peligroso, sobre todo en tiempos de cambio como los actuales; ya que, si debilitas tus capacidades, después resultará más difícil el poder adaptarse a las nuevas situaciones que vengan y a las que no tendrás más remedio que enfrentarte. Ser resiliente te permite mantener el enfoque en tus objetivos y no permitir que las preocupaciones sobre el futuro y los cambios repentinos que puedan llegar tomen el control de tu cabeza y de tu estado de ánimo. Céntrate en superar los problemas que tienes sobre la mesa hoy, lo que vengan mañana ya se verá cómo los afrontas.

Distánciate de los elementos tóxicos que te hacen perder tu energía; de la mala actitud y de la negatividad. Trata de mantener la calma cuando la situación aparenta ir mal o cuando hay demasiadas cosas que hacer y muy poco tiempo para ello. Esta es otra de las características que definen a las personas resilientes frente al cambio; en lugar de perder la compostura, aceptan el reto y no piensan demasiado en las consecuencias de no conseguirlo, salvo para poder predecir cómo manejarlas en el caso de que algo se complique. Has llegado aquí porque te muestras siempre dispuesto a luchar, afróntalo.

El cometer errores no es un fracaso, sino una oportunidad de mejorar y de seguir adelante.

¿Y qué pasa si fracaso nuevamente en el intento?, pues ahí tendrás que mantener una actitud positiva. Los fallos suceden por una importante razón; son necesarios para aprender. Incluso cuando estos fallos nos han afectado negativamente con alguna penalización en nuestros resultados o incluso con la pérdida de nuestro trabajo. Estas son lecciones que hay que aceptar y aprovechar para mejorar. Hay quien tarda más y quien tarda menos, lo importante es perseverar y no dejarse hundir por ello. Se aprende de las experiencias pasadas, tanto de las positivas como de las negativas. ¿Te imaginas que solo aprendiéramos de las positivas?. Si todo fuese fácil y seguro, o si el camino fuese siempre llano y sin obstáculos en los que poder tropezarnos, acabaríamos por perder la motivación por recorrerlo. Si intentas superar algo es porque ese algo te reta a hacerlo ofreciendo un riesgo. Si no hay riesgo no hay reto, y el cometer errores no es un fracaso, sino una oportunidad de mejorar y seguir adelante.

Pero somos humanos y no podemos dejar de sentirnos decepcionados cuando fallamos en el intento. De la decepción se sale manteniendo las cosas en perspectiva, analizando el motivo por el que las acciones salieron mal y tratando de sacar de la experiencia algo de provecho para el futuro, en lugar de compadecerse por el batacazo. De hecho, el tiempo nos demuestra que lo que pensábamos que eran verdades absolutas al final evolucionan y se transforman en otra cosa. Las creencias hay que relativizarlas y para ello necesitamos ser flexibles y capaces de adaptarnos a las circunstancias. ¿Dónde pretendes ir aferrándote a una idea o una visión fija de las cosas, si no hay prácticamente nada que sea permanente?, ni las montañas lo son.

Sólo siendo flexibles y viendo las cosas de una manera más abierta podremos resolver situaciones que han dejado de funcionar tan bien como lo hacían antes y que ahora se han convertido en una complicación para nosotros. Cuando el escenario cambia, la visión que tenías de él pierde su vigencia; por lo tanto, te aconsejo que olvides el modo de actuar de siempre y que te pongas a hacer uso de tu imaginación y creatividad para encontrar salidas. Eso sí…, sin dejarte llevar por el agobio y manteniendo la calma. Al fin y al cabo, todo pasa en esta vida… Lo que te está sucediéndote ahora y cómo te está afectando, sea lo que sea, también pasará…, tanto si son cosas buenas como si no lo son. Como te decía antes, hay que procurar relativizarlo todo un poco.

Llegados a este punto, ¿crees que lo que te estoy diciendo es simple palabrería?; ¿has probado alguna vez el ponerte delante de una cámara y explicarte a ti mismo aquellas cosas que intuyes o sabes perfectamente que no estás haciendo bien, pero que ni siquiera intentas arreglarlas?; prueba a hacerlo y después escúchate a ti mismo. Es todo un ejercicio que te hace entender un poco mejor las razones por las que puedes haberte interesado por este contenido. Al fin y al cabo, lo que digas en esa grabación será solo para ti, así que intenta hacerlo siendo totalmente honesto contigo mismo, ya que es una buena manera de aclarar lo que realmente te da miedo y el motivo de seas incapaz de abandonar esa zona de confort en la que crees estar tan cómodo y seguro.

No pienses únicamente en el riesgo al que puedes enfrentarte por no esconder la cabeza ante una situación de cambio que percibes como un riesgo; piensa también en los beneficios que puedes conseguir dándole una patada a esa zona de confort, planteándote metas ambiciosas pero realistas y tratando de encontrar la forma de llegar hasta ellas. No es necesario que te marques objetivos exagerados que seguramente serán inalcanzables, ni que pretendas solucionar tus problemas de la noche a la mañana; es suficiente con ir superando otros más modestos que te permitan ir dando pasos adelante para crecer en motivación y seguridad en ti mismo.

En definitiva, afronta los cambios con valentía y déjate de pamplinas, o acabarás por ver pasar tu vida sin pena ni gloria. La mayoría de las personas, tarde o temprano, se arrepienten de no haber reaccionado en su momento y de no haber intentado superarse; otro error… En la vida no hay un momento concreto para reaccionar, lo puedes y lo debes hacer en cualquier momento a lo largo de ella sin importar la edad. Así que, ya estás tardando.

Miguel Ángel Beltrán

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