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Guiar con empatía: El poder del Liderazgo Amable.

Me gusta ser agradable con las personas. Siempre he pensado que el dirigirse de manera amable hacia alguien es una buena forma de iniciar cualquier conversación y provocar una buena sensación.

El transmitir cordialidad y confianza es algo que facilita mucho las relaciones, y hay quienes, con la simple expresión de su rostro, ya generan esa reacción inicial; aunque lo malo de eso es que podrían llegar a esconder detrás de ese rostro dulce el carácter de un impresentable o de un auténtico psicópata.

Sin embargo, hay otras personas que desean sinceramente construir buenas relaciones con la gente pero que les pasa como a mí; que les precede una especie de expresión natural en la cara como de limón agrio; y esto es algo que nos obliga a tener que compensar esa primera impresión con un esfuerzo adicional en la cortesía con la que iniciamos cualquier conversación, para que quien tenemos en frente no se asuste antes de tiempo. No se trata de la cara que ponemos, sino de la que nos ha tocado tener.

El problema de tener que esforzarse en no dar la impresión de ser alguien poco agradable cuando aún no has abierto la boca es que, a veces, de tantas prisas por querer evitarlo y forzar la imagen contraria, puedes pasarte de la raya y acabar pareciendo poco creíble o directamente un cínico, y provocar con ello el efecto contrario al que buscas. Parecer amable a otros no es lo mismo que serlo de verdad.

Para esto de la cordialidad hay un bonito proverbio judío que dice…

“Quien conversa con un rostro amable, llena de alegrías los corazones de los demás”

Cuando lo leí por primera vez creí haber perdido toda esperanza… Porque si eso es así, con esta cara que me acompaña, (que da la impresión de esté permanentemente cabreado con el mundo), no podré entonces llegar muy lejos en lo de cultivar amistades.

Ya sé que hay relajarse un poco y sonreír por la vida, a mí me lo han dicho muchas veces, pero el Joker también lo hace y no creo que la expresión sonriente que tiene ese personaje pueda llenar de alegría el corazón de Batman.

Con este dilema, tal vez sea buena idea acudir a los clásicos y ver qué decían sobre el tema…

Probemos con Platón, que fue un filósofo griego, maestro de Aristóteles y conocido por sus doctrinas sobre las relaciones humanas. ¿Os suena lo del “amor platónico”?.

Platón defendía la idea de que existen unos entes, que no son materiales, pero sí son universales, de los que deriva todo lo que sostiene a ser humano civilizado. Esos entes serían, por ejemplo, la justicia, la virtud o la bondad.

De ese pensamiento surgieron expresiones atribuidas a él como esta…

“Sé amable con todo el mundo, pues cada persona libra algún tipo de batalla”

Lo que quiere decir Platón con esto es que debemos tratar de afrontar con amabilidad las situaciones que nos vengan dadas por los demás. Ser compasivos con sus sentimientos de dolor, frustración, alegría o tristeza; ya que, si nos dejamos arrastrar por ellos, (es decir, si nos dejamos llevar simplemente por la primera impresión que nos dé esa persona y por su manera particular de plantearnos esos sentimientos), acabaremos por juzgar en lugar de por avanzar.

Ser amable y buena persona o tener capacidad de tolerancia y respeto, son actitudes que deberían estar por encima de cualquier otra consideración en nuestro día a día, sea en nuestra actividad profesional como en la personal, ya que viene a ser como el pegamento que mantiene unida la convivencia entre las personas.

Además, es que ser amables y cordiales nos ofrece una gran capacidad para poder influir positivamente en otros, ya que estas tienden a adquirir el mismo comportamiento cuando perciben esa cordialidad, y es de ahí de donde arrancan bien las buenas relaciones sociales y el trabajo en equipo para seguir adelante y alcanzar objetivos comunes.

Una regla esencial en el modo correcto de comportarse y de relacionarse con los demás es el tratar de que las personas que con las que interactúas se sientan importantes. La razón de ello es que el ser humano vive permanentemente con la necesidad natural de ser apreciado y valorado.

Esta regla sobre las relaciones humanas no es nueva. Si por ejemplo echas un vistazo a la Biblia, verás que estaba muy presente en las enseñanzas que impartió Jesús en Judea hace 2000 años, pero también en las de otros grandes filósofos a lo largo de la historia; porque ser amable y cordial, o mostrar respeto hacia los demás, es un pilar de la convivencia en cualquier entorno social. Por esto es tan importante en el liderazgo de los equipos de trabajo y en el conjunto de las organizaciones.

Y es que todos queremos que se nos trate con amabilidad; que se nos respete, se nos apruebe y como no, que se nos reconozca por lo que hacemos y lo que aportamos.

Queremos sentir que somos también importantes y que se tiene aprecio sincero por nosotros. Todos esperamos recibir esa calidez y buenos elogios en el trato con otras personas, porque nos cargan de ánimo y nos hacen sentir bien y motivados. Y la manera de obtener todo eso de los demás también para ti, es más sencilla de lo que pueda parecer, ya que consiste simplemente en ofrecerles lo mismo a ellos con generosidad, pero sin adulación.

De hecho, parece ser que ser amables resulta beneficioso para la salud, según un reciente estudio presentado por la Universidad de Estudios Sociales de Varsovia, el cual determina que los pequeños actos, como sonreír, un saludo cariñoso o hablar bien de alguien causan un bienestar evidente a quienes lo hacen con frecuencia.

Además, es que no cuesta nada hacerlos, se trata de algo sin coste; un simple gesto como dar un cordial buenos días; mantener una conversación relajada con alguien; invitar a un café o preguntar por la situación de algún compañero, no representa un esfuerzo y merece la pena acostumbrarse a hacer ese ejercicio constantemente.

Por el contrario, y según ese mismo estudio, el andar haciendo justo lo contrario; es decir, siendo deshonestos, criticones o impertinentes, podrían tener un efecto negativo en la salud. Supongo que de ahí vienen expresiones como “tener mala baba”.

De impertinentes parece estar el mundo lleno y eso no es bueno. La impertinencia no es una virtud, sino un defecto en la forma de comunicarnos que además parece extenderse como un virus en nuestra sociedad actual. Hay una tendencia a que los comentarios irrespetuosos hechos con intención de anular a una persona o de alimentar un conflicto se hagan cada vez más habituales con la excusa de una supuesta honestidad, sobre todo en el entorno de trabajo; donde a veces estas situaciones degeneran empujadas por intereses o circunstancias.

Los impertinentes metepatas son esos que, con el argumento de mantener por norma una estricta sinceridad en sus comentarios y valoraciones, se escudan en este razonamiento para justificar la crítica gratuita o los comentarios crueles hacia otros, sin importar el daño que puedan causar con ello. Nada de medir las palabras; mi verdad la pondré por delante siempre. Qué fácil es llegar a ser un cretino…

Comunicarnos con otros requiere tacto y sensibilidad. El mostrar lo que uno piensa de manera espontánea e impulsiva, sin aplicar ningún filtro, puede ser imprudente si lo que se pretende es mantener una conversación amigable o productiva.

El expresarse en un momento determinado sobre cualquier tema de conversación siempre hay que hacerlo con confianza, pero sin ofender. Ser alguien con quien merece la pena dialogar, trabajar en equipo o construir una relación de amistad requiere respetar unas reglas, además de aplicar ciertas habilidades con el objetivo de que la persona con la que se habla se sienta bien contigo.

Esas reglas y habilidades son, por ejemplo, la autenticidad, la coherencia o la transparencia; pero también la aceptación y la tolerancia; ya que la persona a quien nos dirigimos no tiene por qué pensar de la misma forma que nosotros, algo que parece que le cuesta entender a mucha gente.

Acepta a los demás tal como son; cada persona tiene su historia, sus capacidades, cualidades, defectos y circunstancias. Platón ya lo decía con aquello de “…cada persona libra algún tipo de batalla”

Intenta conocer a los demás y entender sus inquietudes y formas de pensar. Trata de aplicar la empatía, poniéndote siempre en su lugar para comprender sus puntos de vista y comportamiento. No se trata de que te conviertas en un psicoanalista, pero darle un par de vueltas a las cosas antes de juzgarlas puede ser un buen ejercicio para no meterte en problemas.

Al final, el que seamos percibidos como “gente cordial y amable”; como alguien en quien confiar y a quien seguir por las personas con las que nos relacionamos, va a depender entre otras cosas de nuestra capacidad para no agredir su forma de pensar, de opinar o de actuar; ni por supuesto ofender a su autoestima y dignidad.

Y no tengas prisa para agradar. Si de entrada tienes habitualmente una expresión de limón agrio en esa cara, como me pasa a mí, ve poco a poco dándote a conocer, cultiva la confianza en tu buen carácter; sé siempre sincero, pero teniendo tacto con los sentimientos de los demás; y muestra autenticidad cada día en lo que dices y haces. Se trata de un esfuerzo que requiere constancia, pero que merece la pena.

Aquí finaliza este nuevo episodio de La Guarida de Lycon. Espero que te ha parecido de interés. Si es así, te propongo que te suscribas a este canal para que no te pierdas el siguiente episodio en el que seguiré compartiendo consejos para ayudarte en tu desarrollo personal y profesional.

Te espero

Hasta pronto.

Miguel Ángel Beltrán

¿Cómo ser un líder auténtico para las personas?.

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Hoy quiero proponeros unos minutos para profundizar un poco más sobre el significado del liderazgo y la importancia de desarrollar nuestras habilidades en este ámbito, no solo para aplicarlo en lo profesional, sino también en nuestras relaciones con otras personas.  

Sin duda, una parte importante del liderazgo consiste en inspirar a los demás y en hacer que se sientan motivadas para dar lo mejor de sí mismos, y para eso lo primero que vas a necesitar es conectar con ellos.  

Cuando estableces una conexión sincera y personal se crea un vínculo de confianza; y a partir de esa confianza es cuando las personas se empiezan realmente a comprometerse y se involucran de verdad.   Ahora bien…, la confianza en tu liderazgo solo puede desarrollarse si eres auténtico y accesible, demostrando que tu prioridad es hacer que las personas mejoren, que se sientan bien con lo que hacen y con lo que aportan hacia el objetivo que compaten con los demás. Y para llegar a generar esa confianza, debes ser siempre coherente entre lo que dices y lo que haces.

Ten muy presente que tu labor es la de impulsar el trabajo del equipo o de las personas que pretendes liderar, y vas a tener que ponerte siempre en el lugar de los demás, tanto en el modo en el que te comunicas como en el que actuas. Esto no es fácil, y va te va requerir que seas capaz de hacer una profunda reflexión interior, te mires al espejo y te preguntes si realmente tu manera de comunicarte y de actuar se puede estar percibiendo realmente como tú crees que debería percibirse, algo que a menudo no sucede.  

Somos una sociedad en la que las dudas y el miedo están siempre presentes. Se tiene miedo a perder lo que tenemos, lo que hemos conseguido con tanto esfuerzo, nuestra posición, nuestro puesto o nuestra propia autoestima… y eso nos condiciona en el trabajo, en nuestras relaciones personales y en nuestra capacidad de influir en los demás; de ahí la importancia de saber transmitir una sensación de seguridad cuando nos comunicamos o cuando tomamos una decisión que afecta a otros, sobre todo si es una decisión difícil, ya que esa seguridad es necesaria en las personas para sostener su estado emocional. Hay que proyectarles la sensación de que hay alguien frente a ellas que realmente sabe lo que hace, que afronta las dificultades con decisión, que se preocupa por lo que hacen y de que se sientan seguros haciéndolo.  

¿Pero cómo se consigue eso, si a menudo no somos capaces de transmitir suficiente confianza hacia nosotros mismos?.

En esto del liderazgo hay que intentar evitar el transmitir dudas. Por el contrario, se requiere mostrar mucha convicción y determinación para afrontar los problemas.   Otra cuestión importante es la solidaridad hacia las personas, la cual debe estar presente en todo momento, sobre todo cuando las situaciones se complican y se presentan dificultades que hay que resolver con rapidez. Eso sí…, esto de solucionar problemas siendo solidario no significa el estar dispuestos a tirarse por un barranco o inmolarse si fuese necesario; también la sinceridad es indispensable cuando no tienes respuestas a todos los problemas, porque es mejor reconocer una debilidad o una incapacidad que dar una mala respuesta.  

La sinceridad hacia los demás siempre ha sido una disciplina a respetar por encima de todo. Tú no estás para solucionar todos los problemas, sino para hacer que sean los miembros de tu equipo los que se consigan hacerlo por sí mismos. Cuando eso pase, habrás cumplido con una de tus principales atribuciones.  Eso sí…, llegados a ese punto, no se te ocurra hablar de lo que has conseguido tú; limítate a destacar el éxito de los demás por encima del tuyo. Porque el único éxito al que tú puedes aspirar como líder es a contribuir al éxito de los demás.

Céntrate en valorar positivamente lo que ha alcanzado tu equipo.   Esa es una buena forma de motivar, aunque siempre he pensado que las personas no podemos motivar a los demás. Lo que sí podemos llegar a hacer, por nuestro mal comportamiento, es llegar a desmotivar.

Esto vendría a tener una cierta similitud con el objetivo que tenemos todos de alcanzar la ansiada felicidad… En realidad, la felicidad es un estado de ánimo que no se alcanza, como tampoco es el final del camino hacia una meta; sino que se trata de algo así como un estado mental en el que decidimos estar o no.  Supongo que cualquier persona, líder o no, puede contribuir a facilitar las cosas a otra para que consiga alcanzar ese estado mental de felicidad al que me refiero, pero desde mi punto de vista, en absoluto puede una persona hacer feliz a otra; eso es algo que nadie puede hacer salvo esta última.

No obstante y al igual que pasa con la motivación, lo que sí puede conseguir cualquiera a través de su actitud es hacer profundamente infeliz a cualquiera. Por esto digo que la función de un líder es guiar, inspirar y allanar el camino en lo posible para que sean los demás los que lo recorran por sí mismos.

Otro aspecto importante en el liderazgo es el de las relaciones personales. Tu estilo de liderazgo debe mostrarse abierto y accesible, priorizando la ayuda a los demás para hacer que se sientan capaces de superar sus límites y poder avanzar; pero si te pasas de frenada, puedes transmitir la imagen de alquien que se mete donde no le llaman, llegar a incomodar y a generar el efecto contrario al que se pretende. Cuidado con eso…

Una buena manera de evitar una situación como esas es desarrollar las habilidades de comunicación y la escucha activa para fortalecer la confianza personal.

Trata de encontrar momentos en los que compartir tus propios problemas y razonamientos para que se perciba apertura y sinceridad. Compartir detalles de las líneas generales que definen tu visión de las cosas es positivo para ganar esa confianza y para conectar con las personas, ya que permite que se entiendan mejor las motivaciones de tus decisiones y de tu manera de proceder.

Una vez más, recuerda que tu función principal es ser guía y apoyo con un objertivo principal: conseguir que las personas que lideras desplieguen lo mejor de sí mismos, tanto de forma individual como colectiva. No estás ahí para ser el padre o la madre protectora de todos ellos, pero tampoco lo estás para ser un simple controlador que marca normas y procedimientos a seguir.

En tu papel, debes demostrar flexibilidad, ya que todo lo positivo que pueda aportar tu personalidad natural, las particularidades que definan tu estilo de liderazgo o cualquier otro aspecto de valor que podamos plantear, no tendrán siempre un mismo resultado, ya que eso dependerá de un entorno y circustancias cambiantes. Por esto necesitarás tener capacidad de adaptación a esas circusntancias para poder sacar el máximo partido de tu labor.

Por ir resumiendo, la característica más importante de un buen líder es su capacidad de inspirar y motivar a otros. Un líder debe poder comunicar su visión y objetivos de una manera que resuene en la personas y en los equipos; ofrecer orientación y apoyo cuando sea necesario, y al mismo tiempo ser capaz de reconocer las fortalezas y debilidades individuales de los miembros del equipo y también las propias, para aprovecharlas o corregirlas.

No olvides que las habilidades de liderazgo no nacen con la persona; requieren tiempo, esfuerzo y constancia para poder desarrollarlas. Y esto no tiene final…, es necesario estar actualizándolas permanentemente en línea con esta sociedad tan cambiante en la nos encontramos.

No dejes de practicar la escucha activa siempre, ya que es indispensable poder comprender mejor las necesidades de las personas, ya que los líderes deben esforzarse por crear un entorno en el que todos se sientan cómodos expresando sus ideas y opiniones, ¿cómo va a sentirse cómodo alguien si no se siente escuchado?.

Si quieres llegar a ser un buen líder, mi consejo es que te pongas a trabajar en esto de inmediato, poco a poco pero sin pausa, ya que el desarrollo de estas habilidades aporta muchos beneficios, tanto para la persona que las adquiere como para los distintos ambitos donde las pueda aplicar después.

Ten presente que tener la capacidad de inspirar a otros y liderarlos positivamente es algo cada vez más valorado por las empresas y por las organizaciones, ya que quienes demuestran poder influir en ello pueden aportarles un gran valor fomentando la colaboración y la creatividad, contribuyendo a una mayor productividad y capacidad en la resolución de problemas y a fomentar un ambiente de relaciones sólidas entre las personas.

Y hasta aquí el episodio de hoy. Te invito a que me sigas a través de este podcast para que no te pierdas el próximo episodio de La Guarida de Lycon.

Hasta pronto.

Miguel Ángel Beltrán

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El arte de comunicar y llegar a convencer.

Tener capacidad de oratoria y un buen dominio de la dialéctica y de la retórica para comunicar algo son habilidades que merece la pena desarrollar, ya que pueden ser clave para tu crecimiento personal y tu éxito profesional.

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Con ellas podemos transmitir nuestros argumentos con fluidez y precisión. Y lo cierto es que, si consigues dominar estas habilidades, no solo crecerás como profesional, también ganarás el respeto y admiración de quienes te escuchen, ya que la verdad es que no son muchos los que se atreven a coger el micrófono delante de una audiencia para explicar con fluidez algo interesante y conseguir captar la atención, y eso siempre es valorado.

La razón de que hayan pocos que se atrevan con esto es que el miedo al ridículo, a la crítica y a ser el centro de atención suele provocar un cierto rechazo en la mayoría de las personas. Sin embargo, se puede llegar a desarrollar nuestra capacidad de ser elocuentes en nuestro modo de comunicarnos y a controlar nuestras inseguridades siguiendo determinadas pautas que están sobradamente definidas desde hace mucho tiempo.

La elocuencia a la hora de expresarnos es la capacidad de transmitir con claridad lo que queremos decir y llegar a ser persuasivos ante los demás.

Con ella puedes atraer el interés de otras personas en cualquier ámbito en el que te encuentres y ser capaz de convencer a muchos de lo que dices e incluso convertirte en alguien que puede inspirar a otros. Sin duda, es una potente herramienta de proyección personal, ya que el poder expresar con facilidad, rigor y claridad una argumentación, es lo que te acerca a la posibilidad de destacar e influir en el comportamiento o en la manera de pensar de quienes te escuchen.

Hay quienes demuestran tener mucha habilidad para hablar y ser el foco de atención durante una conversación con un grupo de familiares o conocidos; sin embargo, frente a un micrófono y un público que los mira con atención a la espera de que empiecen a explicarse, las cosas cambian; esa facilidad de palabra con la que siempre han contado tiende a convertirse en inseguridad en muchos casos, mientras que la claridad y la contundencia de ideas con las que habitualmente se expresan en un entorno más informal y relajado desaparece y surgen los nervios y las dificultades para expresarse de manera fluida y coherente. Es la reacción común al miedo escénico y a quedar en evidencia.

Sin duda, uno de los principales temores del orador suele ser que, en el momento de verse delante de docenas o centenares de miradas expectantes, la mente se le quede en blanco y de repente no recuerde nada de lo que quería decir, ni de lo que tanto había ensayado durante varios días o semanas.

Es bastante probable que en alguna ocasión te veas en la obligación de hacer ese ejercicio de oratoria frente a un grupo más o menos numeroso de personas, ya sea para una ponencia sobre un tema concreto, la presentación de un proyecto o incluso para presidir una junta de vecinos; hay muchas más situaciones de las que parece en las que te puede pasar, tanto en tu vida profesional como en la personal.

Sea en un caso o en otro, cuando nos vemos en esa necesidad, todos tratamos de prepararnos lo mejor posible. Lo primero que hace la mayoría es escribir sobre un papel lo que se pretende decir para repetirlo una y otra vez hasta que se les quede grabado en la memoria y después exponerlo casi de forma literal. La razón de hacer esto tiene más que ver con el miedo a fallar y hacer el ridículo que con aprovechar esa oportunidad para hacer algo destacable.

En mi caso y después de haber realizado un número respetable de presentaciones en público, he llegado a la conclusión de que hay que intentar relajarse un poco con esto y plantear las preparación de otra forma. Desde mi punto de vista, es mejor trabajarla sin empeñarse en aprender de memoria un diálogo que previamente se ha redactado sobre un papel. La experiencia demuestra que la mejor manera de evitar el riesgo de quedarse en blanco es asimilar el significado de lo que se quiere transmitir y no tanto el memorizar párrafos que en realidad nunca se podrán exponer literalmente, ya que siempre surgirá algo que lo impedirá y que podría hacer perder el hilo de lo que se está diciendo, además de poner al orador en un aprieto. Yo no creo en la presentación sin fallos imprevistos, para mi no existe esa posibilidad; siempre ocurre alguna cosa que, por pequeña que sea, nos complicará la situación.

Decía Dale Carnegie, un famoso escritor especializado en relaciones humanas y comunicación, que…

“Siempre hay tres discursos por cada discurso que dar: el que practicaste, el que diste y el que te hubiese gustado dar”.

Dale Carnegie

Lo que quería decir con esto es que no hay un speech o una presentación que pueda ser perfecta; siempre habrá alguna cosa que saldrá de una manera distinta a la que habíamos pensado inicialmente y deberemos recurrir a la improvisación; así que el buscar la perfección absoluta a través de la memorización posiblemente será un esfuerzo inútil.

Ten muy presente que se te ha dado la oportunidad de ser escuchado, de compartir ideas y valores, de transmitir conocimiento y de poder influir en los demás, por eso es más importante haber asimilado bien lo que vas a explicar y creer en ello que pretender relatarlo como si leyeras un libro y sin saber realmente el significado de buena parte de lo que afirmas, ya que además de no resultar natural, probable no conectes con el público y pierdas el privilegio que supone el que te dediquen su tiempo y atención.

En cualquier caso, muchos oradores no perciben el tener que hablar en público como un privilegio, sino como una prueba peligrosa y una preocupación, ya que siempre existe un riesgo de que, además de transmitir tus cualidades y conocimientos, también des a conocer tus defectos y limitaciones; y a nadie le gusta exponerse a una cosa así. Por eso hay que aprender técnicas de oratoria y aplicar ciertas pautas en tus presentaciones para que tu argumentos sean entendidos y aceptados.

No hay duda de que, para hacer una presentación exitosa, se debe tener un buen conocimiento del tema a tratar; es muy difícil resultar creíble si no tenemos mucha idea de lo que sale por nuestra boca. Pero aun teniendo ese conocimiento, eso no garantiza el buen resultado por sí solo. El ponente va a necesitar otras cosas para conseguir atraer el interés y lograr convencer. Será muy importante demostrar flexibilidad y capacidad de adaptación a las características de la audiencia a la que se dirige, además de desarrollar estrategias que le permitan transmitir agilidad y seguridad en el modo en el que lo hace, tanto vocalmente como expresivamente, ya que también la comunicación no verbal tiene su peso en este juego.

Una preparación adecuada en ese sentido va a depender de un conjunto de factores. El primero es, obviamente, el saber de qué se habla, pero también el entender las características del público al nos queremos dirigir, qué número de asistentes esperamos tener y qué pretendemos conseguir con lo que vamos a explicar, ¿se trata de informar, de convencer para que nos compren algo, de darles formación o simplemente de entretener?.

Todo esto es necesario para determinar el modelo de presentación que llevaremos a cabo, ya que cada situación requiere un modo distinto de actuación. No es lo mismo improvisar un argumento sin preparación previa alguna, que memorizar un conjunto de ellos y exponerlos siguiendo un guion o simplemente leer frente a un micrófono un contenido previamente redactado. Cada uno de ellos puede tener sentido en función del contexto en el que se aplique, pero ese contexto hay que determinarlo.

Algo que también ayuda para la preparación y siempre que eso sea posible, es conocer el espacio donde tendrás que dirigirte al público y tener un contacto previo con él. Si no puedes desplazarte al lugar personalmente, trata de conseguir algunas fotografías en diferentes ángulos. Tal vez puedas pedirlas a la organización o buscarlas por internet. Esto es muy útil para tener una visión general del lugar que te ayude a proyectar mentalmente tus ensayos. Y ensayos frente al espejo, frente a una cámara o frente a un grupo pequeño de personas es aconsejable que hagas y muchos. De esta forma, cuando te pongas frente al micrófono te será más fácil acomodarte a la visión que tendrás, ya que no te resultará tan desconocida.

Recuerda que una correcta presentación debe contar con un contenido variado, pero bien estructurado siguiendo las pautas básicas de la retórica, para que el público no se pierda en palabrería inconexa que haga imposible seguirla y entenderla. La argumentación tiene que ser sólida y contrastada para que sea aceptada, pero también habrá que canalizarla correctamente para facilitar su comprensión y asimilación.

La retórica es una disciplina para construir oratorias con el propósito de persuadir sobre una opinión y orientar a los demás hacia una determinada manera de pensar y actuar frente a ellas. Cicerón fue un filósofo y orador romano considerado como uno de los grandes retóricos de Roma. Él decía que…

“La verdadera elocuencia en un discurso consiste en tratar las materias humildes con delicadeza, las cosas importantes con solemnidad y las cuestiones corrientes con sencillez.”

Cicerón

Es buena idea el aplicar este enfoque en el modo en que prepares tus presentaciones.

No te compliques con frases de relleno sin valor en el discurso, ve al grano y céntrate en lo que realmente puede ser interesante; cuida la pronunciación y juega con el tono de la voz procurando no parecer plano, aplica energía a las explicaciones para enfatizar las cosas importantes o los silencios oportunos para generar momentos de mayor expectación. En otro episodio entraré más en detalle con este apartado.

Otra cuestión a tener en cuenta es que una presentación puede tener un enfoque formal o informal en función de cómo sea el público y de la interacción que se pretenda establecer con él durante la presentación. Es probable que en tus comienzos prefieras optar por un guion formal, más estructurado y rígido; sobre todo si se trata de exponer un tema que no dominas. Este es un modelo habitual para una sala con un público numeroso donde esa interacción se hace menos posible. La ventaja en este caso es que el orador no necesitará ser un gran experto en el tema a exponer, ni tener grandes dotes para involucrar a la gente y hacerla participar con sus aportaciones y opiniones; esto sería más típico en un enfoque informal, donde la improvisación es más habitual, pero para esto se requiere tener bastante habilidad para coordinar al mismo tiempo argumentos, público y tiempos; algo que nunca es fácil.

Ten también presente que no solo es necesario un buen contenido; el ponente tiene que transmitir motivación y entusiasmo en sus expresiones, no permanecer estático como una estatua; utilizar la expresividad de brazos, manos, rostro y voz. Tampoco es que tengas que ponerte a hacer aspavientos como si te hubiese dado un ataque, pero es mejor demostrar una cierta energía y pasión en el modo en el que transmites tu mensaje, ya que ayudará a que el público mantenga su atención; lo peor que hay en un orador es resultar soporífero, por muy interesante que sea el tema que aborda.

Todo ponente tiene el objetivo de que su oratoria sea percibida y entendida correctamente, que sea valorada de forma positiva, asimilada por el público y posteriormente utilizada, ya sea para compartir lo aprendido o para aplicarlo directamente. El conseguir esto requiere mucha práctica para ir adquiriendo soltura, pero aún llegando a dominar todo lo que he dicho anteriormente, recuerda que la práctica en sí misma no te permite corregir tus defectos, hay que prestar atención a nuestro modo de actuar y mantener un espíritu crítico sobre nosotros mismos para ir viendo donde podemos ir mejorando cosas. Fíjate en otros oradores y observa de qué modo se desenvuelven ellos; trata de detectar esos detalles que hacen de sus discursos algo interesante y cautivador; toma nota y ve construyendo tu propio estilo.

En definitiva, ya seas un maestro, un político, el directivo de una empresa o un vendedor, en algún momento tendrás que expresarte en público para transmitir una idea o información. En cualquiera de esas ocasiones se pondrá a prueba tu conocimiento sobre la materia, tu experiencia y tu capacidad de comunicación; pero también habrás de demostrar detalles personales de estilo que tendrán su relevancia en el nivel de aceptación de lo que digas. Al fin y al cabo, la capacidad de persuasión es algo que no está principalmente en la información, sino en el modo en que la transmitimos; de ahí que sea tan importante añadir a tus palabras su dosis de pasión, sensibilidad, empatía y entusiasmo.

Hasta aquí este episodio dedicado al arte y la técnica de hablar en público. Te propongo seguir hablado de esto en los próximos contenidos que compartiré contigo en La Guarida de Lycon. Profundizaremos más sobre cómo desarrollar tus habilidades para comunicar, persuadir, emocionar y convencer. No dudes en compartir cualquier sugerencia o comentarios que me puedan ayudar a mejorar mis contenidos y dale al botoncito de “seguir” para que no te pierdas el próximo.

Te espero.

Miguel Ángel Beltrán

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Tu ruta hacia la mejor versión de ti mismo.

Alcanza tu máximo potencial a través del desarrollo personal y el liderazgo

¿Cómo afrontar el objetivo de alcanzar tu máximo potencial?. Tal vez te parezca un tema aburrido, pero te propongo quédate un ratito aquí y escuchar lo que quiedo explicarte, porque creo que podría haber alguna cosa que tal vez te resulte interesante o al menos sirva para hacer alguna reflexión sobre tu situación actual y sobre lo que quisieras cambiar.

Antes de empezar, déjame decirte que el desarrollo personal es como un parque de atracciones en el que decides entrar: te vas a encontrar con muchas situaciones emocionantes, con algunos momentos de temor que tendrás que superar y en los que experimentarás un cierto vertigo, pero en los que tu intención, si decides pasar por esa experiencia, es que al final salgas de ella con una sonrisa de oreja a oreja. Aunque es verdad que no siempre sucede así, posiblemente porque depende mucho de la actitud con la que entres en el parque.

Por esto, como pasa en todo parque de atracciones, también en el viaje épico de la mejora personal hay algunas reglas importantes que debemos seguir para asegurarnos de ese viaje sea seguro y placentero. Así que, sin más preámbulos, aquí van algunas recomendaciones para que disfrutes al máximo de tu aventura hacia la automejora:

Lo primero que debes tener presente cuando inicies ese camino es el encontrar tu propio ritmo. El desarrollo personal no es una carrera, así que no te preocupes si no avanzas tan rápido como quisieras. Lo importante es que te sientas cómodo con el ritmo que estás llevando y que te permitas disfrutar de las distintas experiencias que tengas por el camino.

Esto es así, porque el desarrollo personal es un proceso continuo de crecimiento y mejora individual que aplicas en diferentes áreas de la vida, como la salud física, la emocional, las relaciones interpersonales, la carrera profesional y el bienestar espiritual. Tal como pasa con las tareas del día a día, quien pretende hacer muchas tareas a la vez, en realidad no consigue hacer ninguna en condiciones. Tienes que planificar y priorizar, pero sobre todo, debes adaptarte a tus posibilidades y ritmo para que no acabes quemándote y perdiendo el ánimo e interés.

Otro punto importante que tendrás que imponer en tu actitud de mejora es el NO compararte con los demás: Cada persona es única y tiene sus propios desafíos y oportunidades de mejora. No te sientas mal si otros parecen estar avanzado más que tú en alguna área de la vida. Recuerda que todos tenemos nuestras propias fortalezas y debilidades; lo importante es trabajar en lo que nos hace felices y satisfechos. Y eso puede variar mucho entre las personas.

Cada persona es única y tiene sus propias experiencias, personalidad, talentos y circunstancias que la diferencian. Es posible que compartas algunas similitudes con otros, pero también tendrás muchas características que te diferencian de ellos. Por lo tanto, no tiene sentido el comparar tu evolución, ni tampoco aportará nada positivo; más bien todo lo contrario. Así que evítalo.

Lo siguiente es el aprende de tus errores: Todos cometemos errores, y no todos ellos son malos; de hecho, mirándolo con perspectiva ningún error lo es. Lo importante es que sepas reconocerlos, aprender de ellos y seguir adelante. Como dicen por ahí, “errar es humano, pero rectificar es de sabios”.

Los errores son importantes por varias razones:

Nos ayudan a aprender, ya que nos muestran qué es lo que no funciona, por lo que nos dan la oportunidad de corregir y mejorar nuestras acciones. Al cometer un error, tenemos la oportunidad de reflexionar sobre lo que salió mal, analizar cómo podemos hacerlo mejor la próxima vez, y así aprender de la experiencia.

Los errores nos hacen más fuertes, ya que al cometerlos y superarlos desarrollamos una mayor capacidad de resiliencia y adaptación. Aprendemos a manejar mejor la frustración, el fracaso y la incertidumbre, lo que nos permite enfrentar futuros desafíos con mayor confianza y seguridad.

Al cometer errores y enfrentarlos es cuando se activa nuestro verdadero potencial:  podemos descubrir habilidades o fortalezas que no sabíamos que teníamos. Siempre existe la posibilidad de que descubramos nuevas soluciones o ideas que no habríamos considerado si el error no se hubiese producido, lo que puede ser muy valioso para nuestro crecimiento personal y profesional.

El equivocarnos también nos mantienen humildes: Cometer errores nos ayuda a recordar que no somos perfectos y que siempre hay cosas que podemos mejorar. Esto evita que nuestro ego nos nuble la cabeza y nos desconecte de la realidad. La humildad nos ayuda a ser más compasivos y empáticos con los demás. Y esto es algo más necesario de lo que parece si queremos mejorar y crecer en la vida.

En definitiva, los errores son parte fundamental del proceso de aprendizaje y crecimiento personal. Aprender de ellos y utilizarlos como una oportunidad es clave para alcanzar nuestras metas y objetivos.

Otra recomendación para hacer tu recorrido más ameno y fácil…

Rodéate de gente positiva: La gente con la que te rodeas puede tener un gran impacto en tu vida. Trata de tener cerca a personas positivas y motivadoras, que te apoyen en tu camino hacia la automejora y te hagan sentir bien contigo mismo. Al fin y al cabo, tu objetivo de mejora es convertirte en una de ellas.

Una persona positiva es alguien que tiene una actitud optimista y constructiva ante la vida y las situaciones que se le presentan. Es agradecida por lo que tiene y por las personas que le acompañan en su vida. Tiene una mente abierta y está dispuesta a adaptarse a las situaciones cambiantes. No se deja vencer fácilmente por los obstáculos o las dificultades, y busca siempre el lado bueno de las cosas.

Las personas positivas comprenden las dificultades de otros, muestran compasión hacia ellos y tratan de ayudar a los demás. Se enfocan en buscar soluciones en lugar de permitir que los problemas se enquisten y quedarse abandonados a ellos. Una persona positiva busca formas de resolver las situaciones, son perseverantes y procuran tener una visión optimista. Ellos mantienen en su cabeza la idea de que las cosas van a salir bien, incluso en situaciones difíciles. Mejor alimentar tu mente con esta visión que con la de que se acerca el apocalipsis y ya no hay nada que hacer, ya que esto te hundirá.

Y además son proactivas: en lugar de esperar que las cosas sucedan, se mueven y actuan para crear cambios positivos. No se están quietos para verlas venir; procuran tener lo que se llama “pensamiento estrategico”, para intentar ver más allá y estar mejor preparados; algo de lo que ya he hablado en un capítulo anterior de La Guarida de Lycon.

Comprenderás lo importante que será para ti y para tu objetivo de mejorar el que la gente que te rodea tenga esa actitud en la vida, ya que es contagiosa y muy beneficiosa. No es que se trate de gente que siempre está feliz o que niega los problemas y dificultades a los que se enfrenta; sino que tienen una actitud optimista y realista ante la vida, y buscan siempre encontrar formas de mejorar y crecer. No dudes en seguir esa estela e incluso contar con sus consejos.

Y una última recomendación…, no te tomes las cosas demasiado en serio.

De hecho, el no tomarse todo demasiado en serio es una actitud muy saludable y liberadora. Significa no permitir que ciertas cosas que parecen importantes y que no lo son arruinen nuestro día. Por ejemplo, no darle demasiada importancia a las críticas o a las opiniones negativas de los demás, y aprender a reírnos de nosotros mismos cuando cometemos errores o hacemos algo torpe.

Esta actitud puede tener muchos beneficios, como reducir el estrés y la ansiedad, mejorar la autoestima y la confianza en uno mismo, fomentar la creatividad y la innovación, y mejorar las relaciones interpersonales. Al no tomar todo demasiado en serio, podemos disfrutar más del momento presente, ser más auténticos y espontáneos, y sentirnos más relajados y en paz.

Por supuesto, esto no significa que no debamos tomar en serio nuestras responsabilidades o metas importantes. Simplemente se trata de no aferrarnos demasiado a nuestras expectativas o a los resultados, y de aprender a disfrutar del proceso y del aprendizaje que conlleva.

En resumen, el camino hacia tu desarrollo personal es algo emocionante y lleno de oportunidades para crecer y mejorar tu vida. Pero recuerda que aunque pueda ser una meta muy importante, eso no significa que su recorrido no pueda ser divertido. Permítete reír y disfrutar de lo que haces para conseguirlo, ya que incluso de tus tropiezos puedes sacar algo positivo.

Elbert Hubbart fue un famoso escritor y filósofo que nos dejó una frase muy inspiradora y reveladora sobre lo que acabo de compartir contigo: “No te tomes la vida demasiado en serio, ya que nadie sale vivo de ella.”. No lo olvides.

Aquí finaliza este episodio de La Guarida de Lycon. Espero que te ha parecido de interés. Si es así, te propongo que te suscribas a este canal para que no te pierdas el siguiente episodio en el que seguiré compartiendo consejos para ayudarte en tu desarrollo personal y profesional.

Te espero

Hasta pronto.

Miguel Ángel Beltrán

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Por qué debes desarrollar tu marca personal.

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Hay muchas razones por las que debes trabajar en tu marca personal. El mundo laboral ha cambiado mucho, igual que la propia sociedad; ahí fuera hay una jungla en la que para sobrevivir tienes que conseguir destacar, dar a conocer tus capacidades, tu forma de ser y de actuar. Pero esto hay que hacerlo con criterio y coherencia a partir de una estrategia adecuada para no transmitir una imagen equivocada sobre ti. Desarrollar tu marca personal siguiendo unas pautas adecuadas es lo que puede ayudarte a conseguirlo.

Seguro que mucha gente, cuando oyen hablar de “marca”, inmediatamente piensan en un producto o en una empresa; lo cual no deja de ser correcto. La marca es un conjunto de conceptos destinados a distinguir a una empresa en su mercado objetivo, así como a transmitir su misión y valores. La imagen, calidad y reputación de esa empresa están vinculadas a la marca y todo ello sirve para que sea identificada por el público al que se dirige y poder diferenciar ante él sus productos y servicios con respecto a sus competidores.

La marca personal viene a ser más o menos lo mismo, solo que obviamente está relacionada con el perfil de una persona y no el de una empresa o producto.

En cierto modo, todos disponemos de nuestra propia marca personal, ya que es lo que nos define e identifica ante los demás con respecto a nuestra forma de ser y de actuar, nuestras habilidades, valores, etc. La marca personal no deja de ser la imagen que queda de nosotros en la mente de otros a partir de la experiencia que compartimos con ellos. Por lo tanto, en la medida que podamos mejorar esa huella que dejamos en la percepción de los demás, ganaremos en capacidad de influencia y relevancia, conceptos que son imprescindibles para ir creciendo profesionalmente e ir avanzando hacia el éxito en lo que vayamos a emprender.

Nuestra marca personal tiene, en definitiva, el objetivo de conseguir diferenciarnos para tener éxito en nuestras metas personales y profesionales, algo que sucede a través del modo en el que nos relacionarnos e interactuamos con otras personas. Ya podrás imaginar lo importante que puede ser el contar con una marca personal, puesto que es lo que explicará cómo eres y qué se puede esperar de ti a partir de la interpretación que tengan los demás sobre ello.

Recuerda que la reputación es la opinión, acertada o no, que llegan a tener sobre ti otras personas

De la misma forma que una marca empresarial genera confianza en base a la reputación que ha ido construyendo alrededor de ella a lo largo del tiempo en el que ha desarrollado su actividad, tu marca personal también deberá transmitir esa confianza a partir de tu propia reputación, la cual habrás desarrollado a lo largo de los años a través de la relación que vayas teniendo con tu entorno. Por lo tanto, para conseguir una marca personal diferenciada y poderosa tendrás que asegurarte de que tus valores, capacidades y comportamiento mantengan coherencia con la imagen que transmitas, ya que será esto lo que definirá, de un modo u otro, la percepción que los demás tengan de ti. Por eso hay que trabajar esos tres aspectos permanentemente y mantenerlos alineados con una estrategia.

Recuerda que la reputación es la opinión, acertada o no, que llegan a tener sobre ti otras personas, algo que vas construyendo a lo largo de la vida a través de las experiencias, decisiones y comportamientos éticos y morales que vayas demostrando con quienes te relacionas.

Muchas de las marcas empresariales más famosas e importantes están siempre muy vinculadas con la reputación de la marca personal de los emprendedores que las han creado. Para tener éxito en cualquier proyecto que inicies, será clave el desarrollar la tuya, ya que aquellos a los que te vas a dirigir y que determinarán la evolución de ese proyecto, solo lo apoyarán si lo relacionan con alguien en quien se puede confiar. Y esto depende y mucho de la reputación personal que llegues a tener.

La reputación es lo que te permitirá hacer crecer tu marca y te hará crecer a ti. Comprenderás con ello lo difícil que puede ser alcanzar tus objetivos si lo que transmites a través de tu marca personal es la imagen de una persona poco formal, sin criterio o sin ética. Una vez más…, recuerda que la reputación no deja de ser el resultado de una percepción en la mente de las personas con las que te relacionas; puedes ser alguien con elevadas capacidades y valores, pero si tu marca personal no los refleja correctamente, no tendrán un impacto positivo en esa percepción o incluso se te valorará de forma totalmente alejada de la realidad por un mal planteamiento de la estrategia de marca que pongas en marcha.

El impacto que consigas a través de la reputación de tu marca personal en un determinado grupo de interés o mercado en el que estás interesado, dependerá del grado de conocimiento que estos lleguen a alcanzar sobre la imagen y valores que transmites. Toda persona de éxito ha llegado a serlo porque ha invertido esfuerzos en desarrollar su marca personal y porque ha tenido claro desde el principio sus objetivos. Si decides empezar a construir la tuya, lo primero que necesitarás es tener muy claro qué es lo que pretendes alcanzar.

Y hay muchos objetivos a elegir en los que el tener una marca personal atractiva será determinante para alcanzarlos. Por ejemplo, si tu intención es crear una empresa, tu marca personal aportará confianza y lealtad a tus clientes, y es muy probable que otros posibles nuevos clientes potenciales les consulten a ellos sobre tus conocimientos, experiencia o forma de actuar; aspectos que obviamente están ligados con tu marca personal.

También podría ser que te decidas por tratar de ampliar tu círculo de relaciones y de amistades, conseguir socios o clientes para un proyecto, ganar visibilidad en redes sociales, un mayor reconocimiento en la empresa donde trabajas o que otra se interese por ti para una determinada posición. Cualquiera que sea el objetivo que te plantees, tu marca personal podrá ayudarte a conseguirlo.

Llegados a este punto, ¿cómo empezar a desarrollarla?.

Lo primero es entender en qué condiciones está tu marca personal hoy. Para eso podemos trabajar con un análisis DAFO que supongo conocerás o del que seguro habrás oido hablar. El Análisis DAFO es un método de autoconocimiento que nos permite describir nuestras Debilidades, Fortalezas, Amenazas y Oportunidades ante el objetivo que nos queramos plantear para saber que deberemos hacer para intentar alcanzarlo.

El Análisis DAFO es un método de autoconocimiento que nos permite describir nuestras Debilidades, Fortalezas, Amenazas y Oportunidades.

Son cuatro apartados en los que iremos describiendo todo lo se nos ocurra sobre cada uno de ellos, algo que nos ayudará después a entender con mayor claridad nuestra posición actual frente al reto que nos planteamos y su entorno. Nos aportará información importante para preparar nuestro plan estratégico y de acción. Cuanto más precisos seamos en este ejercicio, mejor será el análisis que podamos realizar con posterioridad.

El análisis DAFO personal es una herramienta con un proceso sencillo y práctico de autodescubrimiento, ideal para las personas que necesitan identificar con precisión de qué modo transcurren sus vidas y determinar qué acciones acometer y hacia donde hacerlo para poder mejorar y avanzar. Pero es un sistema que, si quieres que funcione, deberás afrontarlo con espíritu de autocrítica y de forma muy honesta, ya que es la única manera de llegar a conocer los aspectos internos de tu personalidad. No puedes engañarte a ti mismo en esto, ya que acabarías mostrando una imagen irreal que no te servirá para lo que pretendes conseguir.

Siguiendo el proceso DAFO vamos a determinar cuáles son las competencias que te diferencian y las que necesitas desarrollar. Por lógica, se requiere esto para poder actuar en tu desarrollo y mejora personal; saber en qué debes enfocar tus mayores esfuerzos. Defines una meta, identificas los recursos que necesitas para alcanzarla, indagas para saber con cuales de ellos ya cuentas y con cuales de ellos no, e inicias tu trabajo de capacitación para obtener o reforzar estos últimos.

Pero el proceso DAFO no se queda ahí, también sirve para reconocer el entorno en el que tendrás que moverte, ofreciendo una definición de factores externos que te afectan tanto en tus capacidades como en tu modo de actuar. Aquí es donde se describen las amenazas y las oportunidades; dos aspectos en los que no tenemos control para poder cambiarlos, ya que no dependen de nosotros. Reconocer ese entorno e identificar las dificultades a afrontar es lo que te ofrecerá pistas para establecer tu plan de acción y estar preparado para manejarlas.

El proceso es muy sencillo; empieza por dibujar un cuadro que a su vez dividirás en cuatro partes iguales. En el cuadrante superior izquierdo irás escribiendo tus fortalezas y en el superior derecho tus debilidades. Los dos cuadrantes inferiores son los que identifican al entorno; el izquierdo será para las oportunidades y el derecho para las amenazas. Puedes encontrar fácilmente plantillas DAFO en internet con las que practicar.

En el apartado de las FORTALEZAS nos centraremos en las competencias personales y profesionales en las que consideras que puedes destacar respecto a los demás o simplemente en las que tienes más habilidad. Incluye otras cosas que se te dan particularmente bien y que también podrían ayudarte a ser más competitivo. Si te cuesta identificarlas, prueba por hacerte preguntas como

  • Cuáles son las cosas que hago mejor.
  • De qué formación y conocimientos dispongo
  • Qué cosas me gusta hacer y me motivan.
  • En qué aspectos destaco frente a los demás.

En el apartado de las DEBILIDADES habrá que describir aquellas capacidades personales y profesionales en las que pensamos que estamos más flojos y en las que debemos mejorar. Nos basaremos en lo relacionado con nuestra formación y conocimientos, pero también con nuestra actitud, carácter, control emocional, comunicación, relaciones personales y con cualquier otro aspecto que pueda representar una limitación que debilite nuestras opciones. Algunas cuestiones que te podrías plantear son:

  • Qué cosas no se me dan bien o no me motivan
  • Qué defectos o hábitos pueden afectarme negativamente
  • Qué aspectos de mi personalidad pueden frenar mi desarrollo
  • En qué creo que debería mejorar.

Pasando a los cuadrantes que definen el entorno, empezamos por el de las AMENAZAS, donde vamos a describir qué factores pueden limitar tu desarrollo personal y profesional, así como los posibles cambios o situaciones de tu día a día que podrían poner en riesgo tu hacia los objetivos.

Como decía antes, las AMENAZAS son factores externos, por lo que las cosas que describamos en este cuadrante del DAFO tienen en común que no están bajo nuestro control, pero forman parte de tu realidad, aunque afectan a todas las personas o puede que te ocurran solo a ti de forma inesperada y frenar tu desarrollo; ya sea por un momento de crisis económica, perdida del empleo, enfermedad o cualquier otra cosa. Probablemente ninguna de ellas podrás evitarlas, pero sí anticiparte a sus consecuencias y tomar medidas con antelación para reducir su impacto en lo posible. Puedes trabajar este apartado haciéndote preguntas como…

  • Qué factores externos pueden frenarme en mis objetivos.
  • Cuál es la tendencia económica general y su previsible evolución.
  • Qué cambios en el entorno puede producirse a medio plazo que puedan afectarme.
  • Qué situación tengo con respecto a mis competidores.

Y finalmente, en el grupo de OPORTUNIDADES, señalaremos las principales opciones y situaciones que puedan representar una ayuda para poder avanzar y cuáles son las ventajas que nos aportarían para ello.

Las oportunidades se pueden entender como factores o situaciones personales de las que se obtendrá un beneficio si se trabaja sobre ella. Podemos determinar esas oportunidades cuestionándote cosas como…

  • Qué circunstancias de tu entorno podrían mejorar tu vida
  • Donde podrías aportar valor diferenciador con las fortalezas de que dispones.
  • Qué tendencias hay en el mercado objetivo al que te dirijes.
  • Qué aspectos de los que te definen son más demandados por ese mercado.

Mientras más información incluyas en los cuatro cuadrantes, mejor. Después tendrás que analizar toda esa información, de la que deberás una serie de conclusiones que te ayudarán a determinar hacia dónde y cómo dirigir tu plan estratégico y de acción.

Pero con el DAFO no acaba la cosa…, también tendrás que analizar a tu público objetivo y sus características antes de determinar el mensaje que quieres transmitir y el enfoque que utilizarás para hacerlo. También tendrás que establecer un procedimiento que te ayude a planificar el despliegue de esa estrategia y un modo de ir midiendo los resultados de lo que vayas haciendo, algo imprescindible para ir haciendo las correcciones que sean necesarias.

El modo en el que elabores esa estrategia y plan de acción se tendrá que apoyar en tres conceptos: la Misión, la Visión y los Valores de tu marca personal. Esto es más importante de lo que puedas pensar, ya que son la base que nos permitirá dar un sentido coherente al mensaje que transmita nuestra marca personal.

Por definir estos tres conceptos un poco…. Al igual que en el caso de la marca empresarial, en la marca personal la Misión es lo que define su actividad; qué es y qué hace.

Por otra parte, la Visión es la perspectiva de futuro de la propia empresa o persona; hacia donde se dirige, cuál es el objetivo final de su actividad y a dónde quiere llegar.

Y finalmente, los Valores se refieren al modo en el que ambos realizan su actividad; sobre qué principios éticos y profesionales se apoya para ofrecer lo que hace o el modo en el que interactúa entre las personas que estén de algún modo relacionadas con ese proceso, tanto las que pertenecen a la propia empresa o equipo, como las que están fuera de ella, como proveedores o clientes.

Por ir concluyendo…; el desarrollo de tu marca personal parte de tres preguntas esenciales que tienes que responder de forma clara y escueta antes de dar cualquier otro paso:

¿Qué hago?, ¿A dónde quiero llegar? y ¿Cómo lo hago?.

Por ejemplo, en mi caso particular…

  • ¿Cuál es mi Misión o qué es lo que hago?.

Me dedico a “crear contenidos destinados al desarrollo personal y profesional para ayudar a las personas a mejorar”.

  • ¿Cuál es mi Visión o dónde quiero llegar?.

Pretendo llegar a ser un buen referente para las personas que quieren reforzar sus capacidades y crecer profesionalmente.

  • ¿Cuáles son mis Valores ó cómo lo actúo en lo que hago?.

Lo hago con humildad y honestidad, siempre con espíritu emprendedor y con ánimo de ayudar a los demás.

Una vez hemos trabajado nuestro DAFO, desarrollado nuestro plan estratégico y de acción a partir de sus conclusiones, analizado en profundidad nuestro mercado y público objetivos y definidas la Misión, La Visión y los Valores que queremos transmitir a través de nuestra marca personal, lo que tocará hacer es decidir cuál será nuestro posicionamiento en el ámbito, mercado o grupo social al que nos dirigimos, pero esto es algo que compartiré contigo en un próximo episodio, ya que debo acabar aquí.

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Te espero.

Miguel Á. Beltrán

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Pon orden en tus cosas y avanza hacia donde deseas.

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No sé lo que quiero ser, pero no quiero ser lo que soy…. Si esta frase o una similar se te repite en la cabeza de forma recurrente, debes saber que no estás solo. Hay mucha más gente a la que le pasa lo mismo, tienen esa misma inquietud y la misma sensación de no estar conformes con el camino que recorren y tratan constantemente de encontrar algún modo de cambiar de dirección; pero cada vez que lo intentan, acaban un poco más perdidos de lo que ya estaban antes.

El encontrar la respuesta a la pregunta ¿qué quiero ser y hacer con mi vida? puede que parezca algo sencillo para algunos, pero en realidad es una de las cuestiones más difíciles de resolver; tanto es así que mucha gente se pasa toda esa vida intentando contestarla sin éxito.

Siendo prácticos y dejándonos de rodeos, podríamos afirmar que, en realidad, lo que desea la inmensa mayoría de personas es hacer lo que realmente les gusta, sentirse realizados, vivir en plenitud, disfrutar al máximo y sobre todo, sentirse felices con todo ese conjunto de cosas. Por lo tanto, si lo miramos así, habrá que pensar que ya sabemos perfectamente lo que queremos ser y hacer en la vida, pero lo que falla es cómo nos planteamos la pregunta. Y si esa pregunta falla en su enfoque, no podemos esperar que las respuestas sean muy acertadas.

Tal vez lo que en verdad nos deberíamos preguntar no es qué queremos ser o hacer en la vida, sino qué debemos hacer para conseguir ser felices, y a partir de ahí empezar a dibujar nuestro plan de desarrollo personal.

Solo existe un camino, el de esforzarse al máximo y trabajar duro hasta el final.

Formamos parte de una sociedad en la que nos empujan a perseguir nuestros sueños y en la que nos dicen que para conseguirlos solo existe un camino: el de esforzarse al máximo y trabajar duro hasta el final. Y no solo eso, parece que se nos mete prisa para que nos pongamos de inmediato con ello, porque el tiempo pasa rápido y puedes perder tu tren. Como si fuese tan simple el llevarlo a la práctica y como si tuviera importancia el momento en el que lo hagas. ¿Qué más da si te pones con ello a los 20 años o a los 50???, es absurdo… A lo largo de nuestras vidas los sueños y los objetivos personales pueden variar y mucho, ¿o es que no puedo desear conseguir algo totalmente distinto con 60 años o más que con 30 años o menos?. La lucha por mejorar nuestras vidas no se acaba hasta que tú decides que ha acabado o la Naturaleza lo decide por ti.

Es obvio que el esfuerzo y el trabajo duro es un camino necesario; lo cierto es que la mayoría de personas entienden que los sueños vitales solo se consiguen arriesgándose y rompiéndose el lomo a trabajar. Y como esa parece ser la única verdad que se interpreta, muchos se lanzan directamente hacia el objetivo de alcanzar los respectivos sueños personales como quien se lanza de cabeza a una piscina sin comprobar antes la profundidad.

Si no se ha definido antes hacia donde se va, qué se pretende alcanzar y lo que se tendrá que hacer para conseguirlo, seguramente se fracasará, ya que malgastaremos grandes cantidades de energía y de recursos sin poder avanzar. Lo que vendrá después en una larga caída en un pozo de frustración, ya sea por no haber planteado correctamente la ruta a seguir o simplemente por habernos marcado unos objetivos excesivamente ambiciosos o poco realistas, que no se llegarán a conseguir más por una mala preparación y planificación que por la posibilidad de que sean imposibles.

De gente cansada de luchar para llegar a ninguna parte después de tanta decepción están llenas las consultas de psiquiatría. Desde mi punto de vista, el hecho de que muchas personas no sepan qué quieren ser y hacia dónde quieren ir, puede que tenga alguna relación con ciertos comportamientos sociales en la actualidad, como el de invertir la mayor parte del tiempo en trabajar esclavizados para tener más dinero y comprar más cosas con él; tal vez porque, de manera inconsciente, es lo que con mayor facilidad asociamos con la felicidad; por consiguiente, con lo que supuestamente queremos ser y hacer en la vida. Así es como hemos ido desarrollando una idea equivocada de nuestro encaje en esta sociedad de consumo, cada vez más materialista, narcisista y desquiciada.

De gente cansada de luchar para llegar a ninguna parte están llenas las consultas de psiquiatría.

Lo bueno que tiene el descubrir lo que realmente deseas hacer es que te permitirá focalizar todo ese tiempo y energía que ahora empleas en ir de un lado para otro como un pollo sin cabeza, en actividades, proyectos o metas que te mejoren como persona mientras haces lo que de verdad deseas hacer; afrontando objetivos que sean alcanzables y sobre todo que te ilusionen; porque cuando trabajas con la ilusión de hacer lo te gusta, es cuando te lo pasas bien y te sientes feliz, que al fin y al cabo es lo que estás en realidad buscando.

Cuando has despejado esas dudas y tienes un plan definido en el que has descrito las distintas fases de tu ruta hacia el objetivo, es cuando puedes focalizar los esfuerzos y empiezas a avanzar correctamente hacia él. ¿La razón?, pues porque lo que haces con ello es cubrir el vacío que hay entre lo que eres hoy y lo que quieres ser en el futuro, en lugar de pretender pasar de un estado al otro sin recorrer el espacio que los separa. Por lo general, en esto no hay atajos, ni se puede contemplar los golpes de suerte como un factor más en la ecuación. Se trata de hacer las cosas bien una y otra vez y de sentirnos satisfechos por ello como personas, aunque algunas de esas cosas no nos resulten gratificantes, pero sí sean necesarias.

Una cosa más…, para realmente alcanzar ese estado de satisfacción donde “lo que haces es lo que realmente quieres hacer, porque es lo que te gusta y te hace feliz”, vas a requerir disponer de tiempo. El problema es que el día tiene 24 horas durante las cuales hacemos numerosas cosas innecesarias que consumen nuestro tiempo y también nuestra energía. Así es imposible llegar a sentir plenitud en nada, lo que acabas sintiendo es agotamiento y además no avanzas en absoluto.

Hacemos numerosas cosas innecesarias que consumen nuestro tiempo y también nuestra energía.

La clave está en cómo canalizamos nuestros esfuerzos. Para conseguirlo, vas a tener que imponer un cierto orden en tus cosas; tienes que ir eliminando esos pequeños o no tan pequeños obstáculos que te frenan; hacer limpieza y despejar el camino todo lo posible para así ganar más espacio y tiempo disponible en tu vida, que podrás emplear en lo que realmente te ayudará a progresar. Porque es muy curioso hasta qué punto desperdiciamos tiempo y energía cada día en acciones intrascendentes que vamos creando nosotros mismos por nuestra falta de organización.

Puede parecer hasta absurdo el plantear esas acciones a las que me refiero; como cuando buscamos algo en una nevera llena de cosas absolutamente desordenadas; o tratamos de saber dónde demonios hemos dejado otra vez las llaves por nuestra costumbre de soltarlas en cualquier sitio cuando entramos en casa; o por nuestra manía de guardarlo todo por si un día lo necesitamos, pero cuando llega ese momento no sabemos dónde lo habíamos guardado…, podríamos seguir enumerando cosas durante horas. Parecen pequeñas tonterías, pero párate a pensar un momento en el tiempo que consumen y en el cansancio que van generando a lo largo del día, seguro que te harás una idea de lo que quiero decir.

Para progresar necesitas aplicar el término productividad también en tu vida personal, y para ser productivos hay que ser eficientes en lo que hacemos, solo así podrás aspirar realmente a llegar a alguna parte. La eficiencia es lo que te permite llevar a cabo de forma correcta una actividad, obteniendo con ello unos resultados con la menor cantidad de recursos que sea posible. Serás productivo en tu vida personal en la medida que completes tus tareas más importantes de forma satisfactoria siguiendo esa pauta y aprovechando al máximo tu tiempo.

Ten presente que solo podrás alcanzar un buen nivel de productividad en tu vida personal teniendo una buena organización y planificación de tus recursos, entendiendo también el tiempo como uno de ellos; de hecho, es el más importante de todos. Esto no es algo que se consiga fácilmente, requiere cambiar nuestros hábitos de comportamiento y nuestra actitud ante las tareas; ser constantes, aprender a priorizar, enfocarse en los logros diarios y en completar esas tareas una a una, no tratar de hacer varias de ellas a la vez, ya que esto suele llevar al resultado contrario que se pretende.

Cuando percibes que eres productivo sientes confianza y ésta te aporta energía para seguir mejorando. Las personas nos sentimos satisfechas cuando vemos cumplidas nuestras obligaciones con éxito; es una sensación muy saludable. Es como cuando cualquier domingo por la mañana te pones a lavar el coche; lo enjabonas y lo enjuagas, después lo secas cuidadosamente; limpias las alfombrillas, el salpicadero, el maletero, finalmente lo perfumas y cuando lo dejas aparcado frente a tu casa, le echas una última mirada desde cierta distancia para disfrutar del trabajo bien hecho… Por el contrario, si tu percepción es que no eres capaz de finalizar a tiempo tus tareas personales y las vas dejando pendientes, lo que te produce es una especie de sensación de estrés y angustia, porque ese trabajo que no has podido finalizar se queda abierto en tu cabeza y es como un lastre.

Cuando eres productivo sientes confianza y ésta te aporta energía para seguir mejorando.

Podemos hacer cosas irrelevantes que consumen nuestra energía y nuestro tiempo o podemos hacer cosas importantes que nos ayudan a avanzar y que nos aportan vitalidad. La vitalidad es energía y no puedes permitirte desperdiciarla en lo improductivo. Aplica esta norma en todo lo que emprendas y elimina el exceso de cacharrería inútil que solo te quita espacio y fuerzas; las cosas irán a mejor.

Las técnicas que habitualmente se emplean para que las personas aprendan a mejorar su vida personal y profesional se basan en eliminar lo que consume energía y reemplázalo por lo que la aporta. Hay que revisar en profundidad en qué dedicamos diariamente nuestro tiempo, de qué manera lo organizamos y cuanto de ese tiempo y esfuerzo dedicamos a lo que realmente importa. Se trata de un proceso de revisión y corrección de determinados hábitos que son perjudiciales en el objetivo de avanzar y de mejorar.

Esa sensación de que no quieres ser lo que eres es la señal de que no estás haciendo cosas que te gustan y eso no contribuye positivamente a sentirte feliz, más bien a lo contrario. La única manera de sacar algo de esto es replantear el modo de hacerlas para que las satisfacciones vayan llegando y recarguen los ánimos.

Aprende a resolver correctamente las tareas del día a día y aplícate cierta disciplina y constancia en ello; finaliza los asuntos que tengas pendientes; ordena tu armario y tu mesa, arregla ese interruptor que falla, elimina objetos inservibles, enfócate en hacer las cosas bien… Busca la manera de ser más eficiente y productivo en tu vida personal para optimizar tu tiempo disponible y dedica algo de él en actividades que mejoren tu salud y tu estado de ánimo.

Cuando hayas puesto todo esto en orden lo verás todo con más claridad y será entonces cuando estarás en disposición de saber lo que realmente te hace vivir en plenitud, disfrutar al máximo y sobre todo, sentirte feliz.

Aquí termino el episodio de hoy de La Guarida de Lycon. Espero que encuentres en él alguna de las respuestas que buscas. Si no te quieres perder el próximo episodio, no te olvides de darle al botoncito para suscribirte.

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El arte de hablar en público y convencer.

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Tener capacidad de oratoria y un buen dominio de la dialéctica y de la retórica para comunicar algo son habilidades que merece la pena desarrollar, ya que pueden ser clave para tu crecimiento personal y tu éxito profesional.

Con ellas podemos transmitir nuestros argumentos con fluidez y precisión. Y lo cierto es que, si consigues dominar estas habilidades, no solo crecerás como profesional, también ganarás el respeto y admiración de quienes te escuchen, ya que la verdad es que no son muchos los que se atreven a coger el micrófono delante de una audiencia para explicar con fluidez algo interesante y conseguir captar la atención, y eso siempre es valorado. La razón de que hayan pocos que se atrevan con esto es que el miedo al ridículo, a la crítica y a ser el centro de atención suele provocar un cierto rechazo en la mayoría de las personas. Sin embargo, se puede llegar a desarrollar nuestra capacidad de ser elocuentes en nuestro modo de comunicarnos y a controlar nuestras inseguridades siguiendo determinadas pautas que están sobradamente definidas desde hace mucho tiempo.

La elocuencia a la hora de expresarnos es la capacidad de transmitir con claridad lo que queremos decir y llegar a ser persuasivos ante los demás. Con ella puedes atraer el interés de otras personas en cualquier ámbito en el que te encuentres y ser capaz de convencer a muchos de lo que dices e incluso convertirte en alguien que puede inspirar a otros. Sin duda, es una potente herramienta de proyección personal, ya que el poder expresar con facilidad, rigor y claridad una argumentación, es lo que te acerca a la posibilidad de destacar e influir en el comportamiento o en la manera de pensar de quienes te escuchen.

La elocuencia a la hora de expresarnos es la capacidad de transmitir con claridad lo que queremos decir y llegar a ser persuasivos ante los demás.

Hay quienes demuestran tener mucha habilidad para hablar y ser el foco de atención durante una conversación con un grupo de familiares o conocidos; sin embargo, frente a un micrófono y un público que los mira con atención a la espera de que empiecen a explicarse, las cosas cambian; esa facilidad de palabra con la que siempre han contado tiende a convertirse en inseguridad en muchos casos, mientras que la claridad y la contundencia de ideas con las que habitualmente se expresan en un entorno más informal y relajado desaparece y surgen los nervios y las dificultades para expresarse de manera fluida y coherente. Es la reacción común al miedo escénico y a quedar en evidencia.

Sin duda, uno de los principales temores del orador suele ser que, en el momento de verse delante de docenas o centenares de miradas expectantes, la mente se le quede en blanco y de repente no recuerde nada de lo que quería decir, ni de lo que tanto había ensayado durante varios días o semanas.

Es bastante probable que en alguna ocasión te veas en la obligación de hacer ese ejercicio de oratoria frente a un grupo más o menos numeroso de personas, ya sea para una ponencia sobre un tema concreto, la presentación de un proyecto o incluso para presidir una junta de vecinos; hay muchas más situaciones de las que parece en las que te puede pasar, tanto en tu vida profesional como en la personal.

Sea en un caso o en otro, cuando nos vemos en esa necesidad, todos tratamos de prepararnos lo mejor posible. Lo primero que hace la mayoría es escribir sobre un papel lo que se pretende decir para repetirlo una y otra vez hasta que se les quede grabado en la memoria y después exponerlo casi de forma literal. La razón de hacer esto tiene más que ver con el miedo a fallar y hacer el ridículo que con aprovechar esa oportunidad para hacer algo destacable.

En mi caso y después de haber realizado un número considerable de presentaciones en público, he llegado a la conclusión de que hay que intentar relajarse un poco con esto y plantear las preparación de otra forma. Desde mi punto de vista, es mejor trabajarla sin empeñarse en aprender de memoria un diálogo que previamente se ha redactado sobre un papel. La experiencia demuestra que la mejor manera de evitar el riesgo de quedarse en blanco es asimilar el significado de lo que se quiere transmitir y no tanto el memorizar párrafos que en realidad nunca se podrán exponer literalmente, ya que siempre surgirá algo que lo impedirá y que podría hacer perder el hilo de lo que se está diciendo, además de poner al orador en un aprieto. Yo no creo en la presentación sin fallos imprevistos, para mi no existe esa posibilidad; siempre ocurre alguna cosa que, por pequeña que sea, nos complicará la situación.

Decía Dale Carnegie, un famoso escritor especializado en relaciones humanas y comunicación, que “siempre hay tres discursos por cada discurso que dar: el que practicaste, el que diste y el que te hubiese gustado dar”. Lo que quería decir con esto es que no hay un speech o una presentación que pueda ser perfecta; siempre habrá alguna cosa que saldrá de una manera distinta a la que habíamos pensado inicialmente y deberemos recurrir a la improvisación; así que el buscar la perfección absoluta a través de la memorización posiblemente será un esfuerzo inútil.

Siempre hay tres discursos por cada discurso que dar: el que practicaste, el que diste y el que te hubiese gustado dar.

Ten muy presente que se te ha dado la oportunidad de ser escuchado, de compartir ideas y valores, de transmitir conocimiento y de poder influir en los demás, por eso es más importante haber asimilado bien lo que vas a explicar y creer en ello que pretender relatarlo como si leyeras un libro y sin saber realmente el significado de buena parte de lo que afirmas, ya que además de no resultar natural, probable no conectes con el público y pierdas el privilegio que supone el que te dediquen su tiempo y atención.

En cualquier caso, muchos oradores no perciben el tener que hablar en público como un privilegio, sino como una prueba peligrosa y una preocupación, ya que siempre existe un riesgo de que, además de transmitir tus cualidades y conocimientos, también des a conocer tus defectos y limitaciones; y a nadie le gusta exponerse a una cosa así. Por eso hay que aprender técnicas de oratoria y aplicar ciertas pautas en tus presentaciones para que tu argumentos sean entendidos y aceptados.

No hay duda de que, para hacer una presentación exitosa, se debe tener un buen conocimiento del tema a tratar; es muy difícil resultar creíble si no tenemos mucha idea de lo que sale por nuestra boca. Pero aun teniendo ese conocimiento, eso no garantiza el buen resultado por sí solo. El ponente va a necesitar otras cosas para conseguir atraer el interés y lograr convencer. Será muy importante demostrar flexibilidad y capacidad de adaptación a las características de la audiencia a la que se dirige, además de desarrollar estrategias que le permitan transmitir agilidad y seguridad en el modo en el que lo hace, tanto vocalmente como expresivamente, ya que también la comunicación no verbal tiene su peso en este juego.

Una preparación adecuada en ese sentido va a depender de un conjunto de factores. El primero es, obviamente, el saber de qué se habla, pero también el entender las características del público al nos queremos dirigir, qué número de asistentes esperamos tener y qué pretendemos conseguir con lo que vamos a explicar, ¿se trata de informar, de convencer para que nos compren algo, de darles formación o simplemente de entretener?. Todo esto es necesario para determinar el modelo de presentación que llevaremos a cabo, ya que cada situación requiere un modo distinto de actuación. No es lo mismo improvisar un argumento sin preparación previa alguna, que memorizar un conjunto de ellos y exponerlos siguiendo un guion o simplemente leer frente a un micrófono un contenido previamente redactado. Cada uno de ellos puede tener sentido en función del contexto en el que se aplique, pero ese contexto hay que determinarlo.

Algo que también ayuda para la preparación y siempre que eso sea posible, es conocer el espacio donde tendrás que dirigirte al público y tener un contacto previo con él. Si no puedes desplazarte al lugar personalmente, trata de conseguir algunas fotografías en diferentes ángulos. Tal vez puedas pedirlas a la organización o buscarlas por internet. Esto es muy útil para tener una visión general del lugar que te ayude a proyectar mentalmente tus ensayos. Y ensayos frente al espejo, frente a una cámara o frente a un grupo pequeño de personas es aconsejable que hagas  y muchos. De esta forma, cuando te pongas frente al micrófono te será más fácil acomodarte a la visión que tendrás, ya que no te resultará tan desconocida.

Recuerda que una correcta presentación debe contar con un contenido variado, pero bien estructurado siguiendo las pautas básicas de la retórica, para que el público no se pierda en palabrería inconexa que haga imposible seguirla y entenderla. La argumentación tiene que ser sólida y contrastada para que sea aceptada, pero también habrá que canalizarla correctamente para facilitar su comprensión y asimilación.

La retórica es una disciplina para construir oratorias con el propósito de persuadir sobre una opinión y orientar a los demás hacia una determinada manera de pensar y actuar frente a ellas. Cicerón fue un filósofo y orador romano considerado como uno de los grandes retóricos de Roma. Él decía que “la verdadera elocuencia en un discurso consiste en tratar las materias humildes con delicadeza, las cosas importantes con solemnidad y las cuestiones corrientes con sencillez.” Es buena idea el aplicar este enfoque en el modo en que prepares tus presentaciones.

La retórica es una disciplina para construir oratorias con el propósito de persuadir sobre una opinión y orientar a los demás.

No te compliques con frases de relleno sin valor en el discurso, ve al grano y céntrate en lo que realmente puede ser interesante; cuida la pronunciación y juega con el tono de la voz procurando no parecer plano, aplica energía a las explicaciones para enfatizar las cosas importantes o los silencios oportunos para generar momentos de mayor expectación. En otro episodio entraré más en detalle con este apartado.

Otra cuestión a tener en cuenta es que una presentación puede tener un enfoque formal o informal en función de cómo sea el público y de la interacción que se pretenda establecer con él durante la presentación. Es probable que en tus comienzos prefieras optar por un guion formal, más estructurado y rígido; sobre todo si se trata de exponer un tema que no dominas. Este es un modelo habitual para una sala con un público numeroso donde esa interacción se hace menos posible. La ventaja en este caso es que el orador no necesitará ser un gran experto en el tema a exponer, ni tener grandes dotes para involucrar a la gente y hacerla participar con sus aportaciones y opiniones; esto sería más típico en un enfoque informal, donde la improvisación es más habitual, pero para esto se requiere tener bastante habilidad para coordinar al mismo tiempo argumentos, público y tiempos; algo que nunca es fácil.

Ten también presente que no solo es necesario un buen contenido; el ponente tiene que transmitir motivación y entusiasmo en sus expresiones, no permanecer estático como una estatua; utilizar la expresividad de brazos, manos, rostro y voz. Tampoco es que tengas que ponerte a hacer aspavientos como si te hubiese dado un ataque, pero es mejor demostrar una cierta energía y pasión en el modo en el que transmites tu mensaje, ya que ayudará a que el público mantenga su atención; lo peor que hay en un orador es resultar soporífero, por muy interesante que sea el tema que aborda.

Todo ponente tiene el objetivo de que su oratoria sea percibida y entendida correctamente, que sea valorada de forma positiva, asimilada por el público y posteriormente utilizada, ya sea para compartir lo aprendido o para aplicarlo directamente. El conseguir esto requiere mucha práctica para ir adquiriendo soltura, pero aún llegando a dominar todo lo que he dicho anteriormente, recuerda que la práctica en sí misma no te permite corregir tus defectos, hay que prestar atención a nuestro modo de actuar y mantener un espíritu crítico sobre nosotros mismos para ir viendo donde podemos ir mejorando cosas. Fíjate en otros oradores y observa de qué modo se desenvuelven ellos; trata de detectar esos detalles que hacen de sus discursos algo interesante y cautivador; toma nota y ve construyendo tu propio estilo.

En definitiva, ya seas un maestro, un político, el directivo de una empresa o un vendedor, en algún momento tendrás que expresarte en público para transmitir una idea o información. En cualquiera de esas ocasiones se pondrá a prueba tu conocimiento sobre la materia, tu experiencia y tu capacidad de comunicación; pero también habrás de demostrar detalles personales de estilo que tendrán su relevancia en el nivel de aceptación de lo que digas. Al fin y al cabo, la capacidad de persuasión es algo que no está principalmente en la información, sino en el modo en que la transmitimos; de ahí que sea tan importante añadir a tus palabras su dosis de pasión, sensibilidad, empatía y entusiasmo.

Hasta aquí este episodio dedicado al arte y la técnica de hablar en público. Te propongo seguir hablado de esto en los próximos contenidos que compartiré contigo en La Guarida de Lycon. Profundizaremos más sobre cómo desarrollar tus habilidades para comunicar, persuadir, emocionar y convencer. No dudes en compartir cualquier sugerencia o comentarios que me puedan ayudar a mejorar mis contenidos y dale al botoncito de “seguir” para que no te pierdas el próximo.

Te espero. Hasta pronto!.

Miguel Ángel Beltrán

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No te quemes en el trabajo, evita el burnout.

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El ritmo actual que llevamos no es el mejor para sentirse en forma y con vitalidad; de hecho, hay personas que parecen envejecer más rápidamente que otras, y ese ritmo de vida que llevan seguro que tienen algo que ver con ello. También los periodos de crisis económica, o el que hemos estado viendo estos años con la pandemia, han hecho estragos en nuestro bienestar físico o anímico. Todos hemos sufrido un cierto nivel degenerativo de nuestra energía vital en un grado o en otro.

Parece ser que los expertos atribuyen esto al estado de estrés prolongado derivado de un contexto tóxico, en el que el miedo al contagio, la sensación de riesgo económico, la presión mediática o la incertidumbre generalizada durante tanto tiempo, han sido los factores que más han influido. Sufrir estrés, angustia o ansiedad durante un periodo prolongado trae consigo consecuencias directas en la salud. Los que investigan estas cosas han demostrado que se produce un envejecimiento prematuro de las células cuando estamos tanto tiempo en ese estado, y cuanto más intenso es, mucho más se acelera ese proceso, así que ya nos podemos imaginar los daños colaterales que ocasiona.

Uno de esos daños se produce en las neuronas asociadas con la memoria, además de activar ciertas hormonas responsables de provocar depresión en las personas, que por si esto fuera poco, también son causantes de irritabilidad, insomnio e hipertensión entre otras cosas. Vamos…, un cóctel explosivo.

Hay muchas cosas que podemos poner en práctica sin tener que complicarnos mucho la vida

Visto lo visto, ¿qué tal si nos calmamos un poco?. Vamos a ver…, ¿qué cosas podemos hacer para reducir ese estrés y que no acabemos desintegrando buena parte de nuestras neuronas para dejar dañada nuestra memoria, ser incapaces de conciliar el sueño o convertirnos en alguien con un carácter insoportable?. De entrada, hay muchas cosas que podemos poner en práctica sin tener que complicarnos mucho la vida. Cosas sencillas que no requieren un gran esfuerzo, solo la voluntad de hacerlas. Vamos a comentar algunas… De entrada, una buena solución es darse un baño relajante y tómate tu tiempo en él cuando los nervios están a flor de piel. No tengas prisa por salir de la bañera, relájate escuchando algo de música. Eso destensa los músculos y elimina la ansiedad.

¿O qué te parece si ordenas un poco tu mesa de trabajo, tu habitación o tu casa…?. Intenta mantener las cosas con un cierto orden y no tomes en cuenta el dicho ese del “no ordenes mi desorden” ya que es una auténtica estupidez. El desorden nunca tranquiliza ni ayuda a nadie. Quienes afirman que se desenvuelven mejor en el caos, en realidad lo que no les gusta es molestarse un poco en mantener un cierto orden en su vida por simple pereza. El saber que las cosas están en su sitio tranquiliza porque da seguridad, el saber que no dejamos cosas pendientes por mucho tiempo te aporta la satisfacción de tener una preocupación menos en la cabeza. El caos pone de los nervios, así que huye del caos como de la peste.

Muévete y lleva una dieta equilibrada, no te quedes ahí tirado en el sillón todo el tiempo mirando de reojo la caja de galletas. Un ratito vale, que a todos nos gusta disfrutar de un momento de relajación en el rincón preferido de la casa. Pero emplea unos minutos al día en hacer algo de ejercicio, en pasear media hora, en leer un libro o ver una película, en conversar sobre asuntos intrascendentes, en relacionarte con los demás o en aprender a respirar.

¿Verdad que son cosas fáciles de hacer?. Seguro que sí, pero…, ¿qué pasa con el trabajo?. Ahí la cosa se complica un poco. Allí  tenemos que cumplir, sí o sí,  con las tareas encomendadas; hay presión por alcanzar los objetivos, el tiempo para hacerlo nos persigue constantemente y nuestro jefe está fiscalizando siempre nuestro rendimiento. No hay tiempo para relajarse y eso nos va quemando poco a poco. Las razones del estrés en el trabajo son bastante comunes, con los matices que pueda haber en cada empresa. La mayoría de las veces, las principales causas que provocan agotamiento laboral, o en palabras coloquiales, que “te quemes”, tienen relación con factores como la falta de control sobre las tareas que se realizan. Por ejemplo, cuando el resultado final no depende tanto de lo que tú haces, sino de otros factores que no dependen de ti.

Ser responsable en tu trabajo no significa tener que asumirlo todo, incluido lo que sabes que te supera.

Otra de las causas de ese agotamiento se relaciona con las responsabilidades que asumes en tu trabajo. Es curioso, pero suele suceder que mientras más efectivo eres en tus responsabilidades, más carga de responsabilidades vas asumiendo. Y así hasta que esa carga acaba con tu efectividad laboral y te conviertes en todo lo contrario, ya que te estrellas con tu nivel de incompetencia; algo a lo que te enfrentarás en algún momento. Y es que todos tenemos un límite, tanto físico como intelectual; no podemos pretender hacerlo todo, porque eso no sería posible, ni tampoco aconsejable; hay que encontrar un equilibrio entre nuestras capacidades y nuestras responsabilidades.

La insatisfacción y la falta de reconocimiento es otro de los factores que influyen en el deterioro de la motivación, ya lo creo… ¿A quien no le afecta que no se le reconozca su esfuerzo?. Eso genera inseguridad en el trabajo y la inseguridad es un generador de estrés. Como lo es también la falta de comunicación, cuando no se escuchan tus sugerencias, ideas o necesidades; o la falta de apoyo por parte de tus jefes o compañeros para resolver los problemas difíciles. Esto provoca frustración, y pocas cosas hay que quemen mas a cualquier persona que la frustración.

Son múltiples las situaciones en el trabajo que pueden llevarte a la desmotivación y a sentirse “quemado”. El problema se agudiza cuando ese estado físico y mental acabas por llevártelo a casa y transmitirlo a tu familia, como si fuese un virus. Si ya de por sí en casa tenemos la situación de estrés que comentaba al principio, si a eso añadimos la carga que llevamos a cuestas del trabajo, entraremos en una espiral de agotamiento físico y mental del que será difícil salir y que podría también poner en peligro la estabilidad familiar entre otras cosas. De ese estado hay que salir y lo primero que se tiene que hacer es ser consciente de la situación y de las causas que la provocan. Si lo haces, habrás dado el primer paso hacia la solución del problema.

¿Realmente vale la pena sacrificar tu salud o ha llegado el momento de cambiar de rumbo?.

Lo siguiente será el establecer los pasos para resolverlo, así que tendremos que hacernos algunas preguntas y contestarlas de la manera más precisa y meditada posible. ¿Cuales son las situaciones en mi trabajo que me han llevado a este estado físico y emocional en el que me encuentro?, ¿puedo cambiarlas o hay algunas que son imposibles de cambiar?; y si las hay, ¿cuáles de ellas podría aceptar y cuales no puedo aceptar en ningún caso?. Cuando tengamos claras las respuestas será el momento de hacernos la última y definitiva pregunta: ¿Realmente vale la pena que aceptes esas situaciones, aunque te afecten de forma tan grave, o en realidad has llegado a la conclusión de que la única solución es cambiar de trabajo?.

Es una cuestión difícil de responder, por supuesto, pero llegados a este punto, hay que decidir si los compromisos asumidos o impuestos en nuestro puesto de trabajo merecen el precio en salud que estás pagando. Si no los merece, no lo dudes ni un momento, habla con tu empresa para intentar encontrar una solución consensuada y cambiar esas condiciones laborales por el bien de ambas partes o empieza a buscar una alternativa mejor, ya que ningún trabajo merece la pena si se va a llevar por delante tu salud y la estabilidad de tu familia.

Miguel Ángel Beltrán

La clave para alcanzar el éxito profesional

Hay quienes dedican mucho tiempo a intentar averiguar qué es lo que hace que las personas tengan éxito en su trayectoria profesional y entender el motivo por el que ellos no lo han conseguido. Están hartos de intentarlo, pero parece que se alejan cada vez más de ese objetivo. Si es ese tu caso, tal vez te interese lo que te voy a decir.

Se tiende a pensar que las personas de éxito lo son porque en la mayoría de los casos se han visto favorecidos por su entorno personal y económico, por una mejor educación recibida, por contar con un mayor nivel de inteligencia, porque se pasan el día trabajando sin descanso o incluso por tener suerte… No se puede negar que todo esto puede ayudar, pero en realidad ninguno de estos factores es en realidad una garantía para el éxito en lo que hacemos o deseamos conseguir, aunque parezca difícil de creer.

De hecho, el mundo está lleno de fracasados que se rompieron el lomo trabajando toda la vida, que acumularon un gran nivel de formación, que contaron con sobrados medios económicos o que aparentemente tuvieron todo a su alcance para poder conseguir lo que quisieran, pero que finalmente no llegaron ni de lejos a sus expectativas o metas. Entonces, ¿qué es lo que hace que las personas tengan éxito?.

Si le damos un par de vueltas al asunto podremos ver como hay una característica que sí está siempre presente en las personas de éxito y que con toda probabilidad es un factor clave en ello; esa característica es el entusiasmo. Probablemente no hay nada que sea más potente en la superación de las barreras para avanzar y crecer que sentir pasión por lo que haces, por querer aprender cosas útiles y por estar deseando tener la oportunidad de ponerlas en práctica. Estas personas ponen interés y energía en todo, se mantienen motivadas y disfrutan al hacerlo. Es como una forma de entender la vida; algo que se va cultivando con el tiempo y que suele dar resultados casi siempre, por no decir que es infalible.

Las personas que demuestran tener entusiasmo suelen preocuparse por el bienestar de la organización y de quienes forman parte de ella. Se comportan como si fuese su propia empresa y es que realmente la sienten así. Se muestran apasionados y deseosos de generar valor y de aportar un poco más cada día. Son personas que se comprometen y que demuestran constantemente que se puede confiar plenamente en ellas.

Si quieres avanzar y crecer en tu empresa, trata de hacer un buen trabajo todo el tiempo, sin importar si obtienes reconocimiento o no por ello. Intenta transmitir tanta pasión, energía y entusiasmo como te sea posible, verás como poco a poco algo empieza a cambiar. Piensa que el entusiasmo es contagioso y las personas nos sentimos atraídas por quienes lo transmiten, es inevitable.

Por descontado, todos pensamos que ese objetivo se hace mucho más fácil cuando tienes un trabajo divertido y ameno, que se disfruta desde el primer momento porque te aporta retos motivadores cada día o porque encaja con tus preferencias personales. No obstante, eso no suele suceder siempre; hay trabajos que difícilmente pueden ser agradables o divertidos, más bien todo lo contrario. Si estás leyendo esto es probable que te haya tocado a ti uno de ellos. Si es así, debes tener en cuenta que, para llegar al final del camino, primero tienes que recorrerlo y no siempre es agradable; hay tramos que son más duros e incómodos que otros, pero así son las reglas.

Por otra parte, ya sea un trabajo divertido o no el que tengas, el haberlo aceptado en su día fue una decisión personal tuya y solo tuya, nadie te obligaba a ello. Puesto que tomaste esa decisión y pese a que consideras que tu trabajo es una auténtico asco, seguro que entiendes que debes ser consecuente con ello y cumplir con tu compromiso, por lo que sería bueno que intentes encontrar la manera de ver su lado positivo y sobre todo de apreciar el valor de lo que aportas a otros con lo que haces en él, ya que si estás ahí es porque lo que haces es importante y necesario para alguien; no te quepa duda de que si no fuese así, no estarías ocupando ese puesto, ya que simplemente no existiría.

El darle valor a tu trabajo es el primer paso para sentirse satisfecho de tu aportación y para encontrar el camino del crecimiento profesional. Y si la tarea es monótona y no te motiva la rutina diaria de ese puesto, intenta una forma diferente de hacer las tareas que comporta y trata de ver cómo esa labor aporta un beneficio a los demás y les ayuda a que puedan realizar bien el suyo. Recuerda…, tu trabajo es importante y tu aportación también lo es, por eso hay que tratar de pensar cómo mejorarla pensando en formas nuevas y creativas de llevarlo a cabo, porque todo lo que consigas mejorar hará que mejores tú ante los demás y ante ti mismo.

Ya sé que eso no es fácil y que mantener el ánimo en algo que no te gusta ni te motiva es realmente duro, pero hay que pasar por ese trance. Todos queremos alcanzar nuestras metas lo antes posible, pero en esto hay que ir superando fases; si te muestras perseverante y confías en ti mismo al final todo llega. Piensa que, para avanzar en tu mejora personal y profesional, no solo hay que tener aspiraciones, también hay que actuar en lo que haces cada día, ya que es ahí donde tienes tu oportunidad; así que tira de innovación, asume riesgos con sentido común, aprovecha los éxitos que consigas y utiliza los fracasos para corregir y mejorar. Y sobre todo ríete de ti mismo y se humilde; no dejes que el éxito o el fracaso te condicionen, simplemente disfruta de lo que haces y aprende de todas estas experiencias.

Hay otras cosas que debemos hacer, como el transmitir una imagen positiva de nosotros mismos. Las personas con las que te relacionas deben confiar en ti, por lo que debes demostrarles que tienes iniciativa y que ofreces una imagen de seguridad y decisión ante los problemas, además de ser un compañero solidario, que ayuda a los demás compartiendo las experiencias y los conocimientos que has ido acumulando.

Esto es muy importante, ya que las personas generalmente se sienten atraídas como por un imán por quienes emiten energía positiva, mientras que tienden a alejarse de las que la absorben como una esponja. Tal vez esto ocurra por una reacción intuitiva que tenemos todos, pero lo que está claro es que el cultivar esa imagen y desarrollar una personalidad y un estilo que transmita con naturalidad esa energía llamará la atención a los demás incluso en lo más rutinario. Por lo tanto, si quieres mejorar en lo profesional, debes empezar por mejorar tu actitud personal, y con ello tu forma de comunicarte y de interactuar.

Y deja ya de compararte con los demás, hazlo contigo mismo y sé consciente de cómo vas avanzando. No esperes reconocimiento de otros, eso es como una droga para el ego de la cual mucha gente está enganchada. Hay personas que viven de eso; necesitan que los demás valoren de forma positiva y constante lo que hacen. Y si esa valoración no llega, se apagan, se hunden y se frustran; el caer en eso es lo que te hace fracasar. Una autoestima fuerte está bien si la construyes desde tu interior, no en la medida que los demás valoran lo que haces. Todo eso es una mentira de la que te tienes que proteger y alejar. Si los demás aplauden tu trabajo bien hecho, pues perfecto…, a nadie le amarga un dulce; pero la única valoración que vale la pena es la que haces tú de ti mismo, lo demás es irrelevante.

Recuerda que todo consiste en tener entusiasmo y mantener una actitud positiva. Solo puedes cambiar tu situación si cambias antes tu actitud mental. Si observas la actitud de las personas que logran éxitos en la vida, en la mayoría de los casos podrás comprobar que tienen un enfoque positivo de las cosas que viven en ella. Para crecer es esencial esa actitud, no solo por cómo te afecta a ti, sino por cómo influyes con ella en los demás y en cómo eso hace que interactúen después contigo.

Y no confundas la actitud con la aptitud. La energía que permite a alguien triunfar no está en la aptitud; no se consigue el éxito simplemente por ser un superdotado, tener tres carreras y hablar cinco idiomas; se alcanza el éxito gracias fundamentalmente a la actitud que tengas ante las circunstancias, ya que eso será lo que determina tu forma de actuar y es tu forma de actuar la que determinará tus posibilidades de superarlas.

Hay una cosa sencilla de entender sobre tu propia actitud y es que solo la decides tú. Hay quienes se hunden en los momentos y circunstancias difíciles, caen en la autocompasión y tratan de buscar alguna razón con la que justificar su fracaso. Después están los que, en lugar de hacer eso, deciden enfrentarse y actuar. No hay nada más tóxico para el ánimo personal que el rodearte de personas derrotadas y victimistas. Aléjate o levanta un muro que te proteja de ellas o te verás arrastrado a esa dinámica de destrucción.

La voz de tu conciencia debe resonar una y otra vez en tu cabeza diciéndote que no hay opción de compadecerse, de echar mano a victimismos y de sentirte incapaz de levantar el trasero del suelo. La compasión puede que sea una emoción noble en los seres humanos, pero la autocompasión es una enfermedad, un pensamiento envenenado que debilita las emociones, que te inutiliza y te bloquea. Si crees que estás en esa situación y no te ves capaz de cambiarla, por todo tu empeño en seguir intentando escapar de esa espiral. De ahí se puede salir, solo tienes que decidir cambiar de rumbo sin demora.

Y no te sientas culpable, que aquí no hay nadie perfecto. Si has cometido errores que te han llevado a esa zona oscura, piensa que a todos nos ha pasado. Cuando cometemos errores, la reacción instintiva es correr a escondernos, poner excusas o incluso mentir; que tire la primera piedra el que no lo haya hecho nunca.

No somos robots insensibles, somos seres humanos condicionados por las emociones y los miedos. Hay que acostumbrarse a afrontar los errores de cara y aprender de ellos. Uno se equivoca porque convive con las circunstancias del día a día y porque se aprende sobre la marcha, ya sea a ser padres, a ser compañeros o a ser simplemente personas. Y en ese aprendizaje los errores y fracasos son esenciales, ya que son la base de la experiencia para alcanzar el éxito futuro, no lo olvides nunca. Por esto no hay que culpar a nada ni a nadie de nuestros propios errores, sino que es mejor disculparse, reflexionar sobre el error cometido y preguntarte qué parte de todo lo que ha pasado puede servir para mejorar como persona y seguir avanzando.

Confía en que haciendo bien todo esto, tu recompensa llegará en forma de satisfacción personal por saber que estás dando lo mejor de ti mismo y también en forma de reconocimiento por parte de quienes te rodean en el día a día. Demostrar pasión y entusiasmo es un modo de inspirar y de contribuir a motivar y mejorar. Esto es algo muy poderoso en el objetivo de tener éxito en la vida, ya que son la base que da forma a tu capacidad de influencia y de liderazgo, aspectos que tanto las personas con las que nos relacionamos como las organizaciones saben apreciar.

En definitiva, si quieres tener éxito en tu vida profesional, hecha mano de tu entusiasmo, ponle interés y energía a todo, y disfruta del viaje. Si mantienes esto durante un tiempo, acabarás viendo los resultados y ya nada te detendrá hasta que alcances el objetivo.

Miguel Ángel Beltrán

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Cómo tomar la decisión correcta.

Cuantas veces nos habremos preguntado cómo habrían sido las cosas si hubiésemos pensado bien nuestras decisiones antes de tomarlas. Si en lugar de dar pasos precipitados los hubiésemos meditado mil veces previamente. Las personas a menudo estamos demasiado obcecados en nuestras propios intereses, tanto es así que lo único que queremos hacer es ponerlos en práctica, incluso sin tener en cuenta cómo esas decisiones podrían afectar a los demás o a nosotros mismos. En este camino de crecimiento y mejora personal que quieres emprender, tendrás que tomar decisiones frente a las dificultades que se te presentarán y va a ser importante que te prepares bien y cambies algunas pautas de comportamiento.

Todos sabemos que con frecuencia algunas tomas de decisión, sobre todo las se han tomado de forma unilateral, son el origen de nuevos problemas que tal vez no afrontemos inmediatamente, pero que con bastante seguridad habremos de hacerlo en el futuro. Serán consecuencias de decisiones que se tomaron a toda prisa, sin ser estudiadas, analizadas, discutidas y contrastadas; basadas en unos supuestos inconsistentes que tenían más de sueño o de capricho que de sentido común. Pero tranquilo, que en esto no nos salvamos ninguno. Así somos las personas en general, ya que vamos aprendiendo a fuerza de equivocarnos una y otra vez, pero eso no significa que no podamos hacer algunas cosas para mejorar en este apartado.

Hay quien estará de acuerdo y quien no, pero lo cierto es que los problemas a los que cualquier persona se enfrenta en el presente casi siempre vienen determinados, en alguna forma, por algún error o serie de errores cometidos en el pasado. Y estos errores a menudo se relacionan con nuestra poca disposición a la paciencia. En estas cuestiones, las prisas nunca son buenas compañeras de viaje; de hecho, alguien comentó alguna vez que una de las grandes desventajas de hacer algo con demasiada prisa es que suele acabar también llevando demasiado tiempo, principalmente porque después tienes que dedicarte a reparar lo que se ha hecho mal. También un proverbio chino dice que el hombre corriente, cuando emprende algo, suele echarlo a perder por tener excesiva prisa por terminarlo. Seguro que la ansiedad por encontrar soluciones rápidas a los problemas tiene mucho que ver con la limitaciones que eso produce en nuestra capacidad para conseguirlas y con ello tendemos a parchear situaciones en lugar de a arreglarlas, dejando así las cosas sin ser resueltas de forma definitiva. No es de extrañar entonces que tarde o temprano nos volvamos a encontrar con los mismos problemas, posiblemente aún peor de como los dejamos.

La precipitación en la toma de decisiones es algo muy común en los mortales, ya que a nadie le gusta permanecer en una situación difícil e incómoda ni cinco minutos, ni tener que superar dificultades para conseguir algo que se desea; todos queremos pasar por encima de ellas lo antes posible, lo que nos genera una ansiedad e impaciencia que puede hacernos actuar de forma poco sensata. De hecho, una de las constantes que se producen en los momentos de dificultad o crisis personal es la tendencia a la precipitación, ya sea invirtiendo tiempo y dinero en ideas repentinas o haciendo sobresfuerzos, como si el trabajar más rápido y durante más horas nos pudiera sacar más rápidamente del barro.

Si te estás hundiendo en una ciénaga de lodo espeso, probablemente el chapotear con todas tus fuerzas para no hundirte sea una mala idea. Mejor es tratar de mantener la calma y moverse con cuidado en las situaciones arriesgadas, porque si no se meditan bien los pasos que vas a dar y no se dirigen los esfuerzos en la dirección correcta, lo que acabaremos consiguiendo será que cuanto mayor sea la energía que se aplique para resolver el problema, mayor será la resistencia que ese problema ejercerá contra ti y más complicada será su resolución definitiva. Hagámonos a la idea de que es inútil cualquier decisión que se tome o acción que se lleve a cabo si no se piensa bien y no se orienta adecuadamente. Por esto es tan importante el ejercicio de pensar muy bien las cosas antes de actuar, de tener claro cual es el origen del problema y determinar el factor que lo desencadena, porque es justo lo que se necesita para saber donde habrá que enfocar cualquier actuación o decisión.

En este sentido, estoy seguro que todos hemos caído más de una vez en esa trampa de la que deberíamos estar  escarmentados, por lo que a esta alturas tendríamos que saber que el alcanzar una objetivo o resolver una situación difícil no está garantizado simplemente aplicando la ley del máximo esfuerzo en lo que tengamos que hacer. Quienes hacen esas cosas son los niños de corta edad, quienes no entienden lo de regular esfuerzos, sino que emplean durante una determinada etapa de su crecimiento una gran cantidad de energía no solo para su motricidad, sino también en labores que no tienen una finalidad concreta; simplemente aplican toda la intensidad posible en la ejecución de cada paso y en cada detalle de lo que hacen mientras les quede una caloría por quemar. El motivo de esto es porque para ellos lo más importante es el proceso y no el fin del mismo, justo lo contrario de lo que estamos hablando aquí. Para nosotros, sin duda, lo importante es el fin al que queremos llegar y para ello se necesita más cabeza que músculo, más planificación que fuerza. Es como cuando sales al monte con la bicicleta y después de varios kilómetros de ruta llana y cómoda te encuentras con una larga y empinada cuesta que pretendes subir al mismo ritmo que traías, sin valorar la pendiente ni tampoco tu capacidad de resistencia. Al final es muy probable que te quemes y tendrás que parar, eso si no llegas a lesionarte o te da antes una lipotimia que te deje para el arrastre.

De hecho, la vida cotidiana es en cierto modo como esa ruta en bicicleta; hay momentos en los que circulamos cómodos, avanzando con un ritmo razonable que podemos sobrellevar, incluso permitiéndonos disfrutar algo del paisaje. Pero de vez en cuando llegan repentinamente las subidas pronunciadas, a veces escondidas tras una curva, y es ahí donde tenemos que reaccionar correctamente y en segundos para poder afrontarlas sin que nos deje después agotados e incapacitados para continuar; ahí tenemos la clave. Y si no nos ha dado tiempo de analizar correctamente la ecuación antes de llegar a ese momento de dificultad, pues nos bajarnos de la bici y caminamos un rato; es mejor eso que correr un riesgo excesivo e innecesario. Ya habrán otros momentos mejores para dar un acelerón.

Pensemos que la vida nos pone contantemente a prueba y nos mantiene en un estado de tensión y presión permanente al que se van a añadir nuestras inseguridades, miedos o incluso momentos de pánico, los cuales podrían debilitarnos e incluso bloquearnos, pero en los que estamos igualmente obligados a tomar decisiones. Y ya sean estas decisiones grandes o pequeñas, todas van a ir encaminadas, de un modo u otro, a conseguir hacernos sentir mejor y más seguros; pero si convertimos este deseo en una obsesión, podríamos llegar a dejarnos arrastrar de tal forma que, ante cualquier problema, tendríamos la tentación de adoptar decisiones fáciles y cortoplacistas que nos aparten de él cuanto antes y así poder pasar página, pero sin resolverlo; algo que con el paso del tiempo se podría convertir en un boomerang que volverá para ponernos aún en mayores dificultades. Tengamos en cuenta que mientras más problemas a medio resolver vayamos dejando por el camino, peor futuro tendremos más adelante, porque nos los volveremos a encontrar nuevamente como un gran muro que seguramente ya no podremos sortear. A las personas nos cuesta entender que el motivo de estar hoy en una situación determinada de la que queremos salir no tiene porqué estar relacionado con una causa reciente, sino que puede venir como resultado de una situación anterior, incluso muy anterior, que no fue resuelta adecuadamente. Hay que cambiar de mentalidad y mantener otro tipo de actitud.

Las consecuencias de nuestras decisiones pasadas pueden manifestarse o influir de muchas formas en el futuro, por eso es tan importante tratar nuestros problemas de hoy desde una perspectiva más amplia que la de algo que simplemente nos llega sin más o nos viene impuesto por las circunstancias. Cuando se habla de cambiar de mentalidad, se trata en parte de entender nuestra realidad y de tenerla presente en nuestras decisiones, no de apartarnos de la parte de ella que nos incomoda, haciendo como si no existiera, dejando las dificultades y los obstáculos a un lado, sin enfrentarse y tratar de superarlos para seguir avanzando por el camino que nos lleva a nuestros objetivos. Ciertamente todos tenemos objetivos que de algún modo nos hemos marcado y sentimos instintivamente una especie de necesidad constante por querer alcanzarlos. Superar los problemas que nos vamos encontrando forma parte del juego; no sirve de nada ignorarlos salvo para convertirlos en un lastre cada vez más pesado.

Pero somos humanos, de esos seres que tropiezan dos o más veces en la misma piedra. Nos cuesta desprendernos de determinados vicios que cuelgan de nuestra personalidad, así que volverán a aparecer los miedos, las ansiedades y las prisas, por lo que una vez más tendremos la tentación de no meditar lo que vamos a hacer antes de fastidiarla. Y es que a esta sociedad de hoy no le gusta esperar a nada, todo se hace con la sensación de que el tiempo se acaba, de que nos pillará el tren, de que se nos pasará el arroz, sin entender que hay una verdad incuestionable que no podemos evitar: que las soluciones a los grandes problemas requieren de su tiempo. Esas soluciones a veces vienen de pequeñas acciones, de sencillos cambios en nuestro entorno; no existe la solución perfecta para nada, porque todo está sujeto y condicionado por muchas cosas.

Tal vez si fuésemos robots contaríamos con un sofisticado sistema de alerta que nos permitiera responder de forma automática y eficaz a cualquier situación que se produzca en nuestro entorno, pero no…, no somos robots; solo somos unos seres biológicos, enganchados a la endorfina, que actuamos más por reacción emocional que racional. Lo único que podemos hacer es conocer y tratar de gestionar nuestra forma de reaccionar, ya que el mecanismo del ser humano funciona de tal forma que nos resulta imposible mantenernos permanentemente alerta y ser capaces de percatarnos absolutamente de todo lo que sucede en nuestro alrededor para actuar de forma infalible, ya que eso probablemente nos volvería locos.

Nuestra tendencia natural es el reaccionar ante cualquier señal de peligro o necesidad casi de forma instintiva; a menudo sin paramos unos segundos a pensar cómo actuar; más bien reaccionamos de inmediato sin pensarlo lo suficiente y sin ser plenamente conscientes de las consecuencias de muchas cosas que hacemos o decimos. Estaría bien ser capaces de controlar todo eso, pero en la vida no podemos pretender analizar permanentemente y en profundidad hasta las problemáticas más simples del día a día, ya que para cuando hubiésemos llegado a una conclusión sobre la situación, ya nos habrían pasado por encima.

Está claro que es imposible tener control de todo y no equivocarnos en algunas cosas, pero podemos aplicar ciertas pautas que nos ayudarán a mejorar en ello. Ante todo, debes conocerte a ti mismo, ser consciente de tus emociones y de cómo estas condicionan tu actitud y forma de actuar frente a las condicionantes de tu entorno; eso sí…, me refiero a las condicionantes de hoy, no las que hubo en el pasado ni a las que supuestamente habrá en el futuro. El foco debes ponerlo en el presente, entender sus riesgos y ser consciente de tus posibilidades reales y de tus limitaciones. Intenta darte un margen de tiempo para tratar de ver las cosas desde diferentes perspectivas. En realidad, las decisiones no son correctas o incorrectas, solo son necesarias o irrelevantes, pero todas ellas son irrenunciables, porque la vida consiste en estar decidiendo constantemente, incluso a veces sin darnos cuenta de que lo estamos haciendo. Unas decisiones que, en muchos casos, van a determinar nuestro futuro, pero que el no tomarlas nos impediría progresar positivamente hacia él.

Miguel Ángel Beltrán

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